La mujer temblorosa, Siri Hustvedt, p. 107
A estas alturas mucha gente ha
oído hablar de las neuronas espejo descubiertas en 1995 en los monos macacos por
Vittorio Gallese, Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Luciano Fadiga. Dichas
neuronas, localizadas en la corteza premotora del animal, se activan cuando el mono
hace algo como, por ejemplo, agarrar un plátano, pero también se activan cuando
el mono observa a otro ejecutar la misma acción y él no hace nada. No es de
sorprender que los científicos hayan detectado un sistema espejo en los seres
humanos. No sabemos cuál es su significado exacto, pero el descubrimiento de
unas neuronas espejo ha desatado la especulación de que puedan estar implicadas
en todo, desde el lenguaje hasta la empatía. Rizzolatti estaba convencido de
haber encontrado el sistema de codificación que subyace al lenguaje humano. Al menos,
las neuronas espejo parecen ser parte del intercambio dialéctico inherente a
las relaciones humanas, una raíz biológica para la reflexión entre el «yo” y el
«tú”, una idea que se remonta por lo menos a Hegel y se refuerza con su
interpretación de que la conciencia de nuestra propia identidad se origina en
las relaciones entre el ser y el otro: «La conciencia de nuestra propia
identidad existe en sí misma y, a partir de ahí, existe también para otro ser con
conciencia de su propia identidad; es decir, sólo si se la percibe y es
"reconocida'' .
La palabra yo aparece bastante
tarde en el habla del niño. Como señala Merleau-Ponty: «El pronombre yo sólo
adquiere todo su significado cuando el niño lo usa no como un símbolo
individual para designarse como persona (un símbolo que se le ha dado de una
vez y para siempre a él y sólo a él), sino cuando comprende que todas las
personas que ve son un "yo” para sí mismas y un "tú” para los demás”.
Antes de llegar al “yo”, la mayoría de los niños se refiere a sí mismo usando
su nombre. Recuerdo que mi hija decía “Sophie zanahoria” en lugar de “Yo quiero
una zanahoria”. Los gemelos de seis años de edad estudiados por Luria no tenían
ninguna palabra para el “yo” en su lenguaje privado. Se referían a sí mismos en
tercera persona. En algunas manifestaciones de la afasia el “yo” desaparece
enseguida y en algunos casos de esquizofrenia el “yo” y el “tú” se confunden o
carecen de sentido.
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