Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 994. SALVAR EL FUEGO / GUILLERMO ARRIAGA


La mujer corre por la avenida. Avanza a grandes zancadas. Los hombres que la persiguen se rezagan. Ella lleva un revólver en la mano. Se aproxima a una familia. Sin perder el paso trata de disimular el arma. La pega a su cadera. Una anciana no se percata y se mueve hacia su derecha. Ella gira el cuerpo para evadirla, pero termina por arrollarla. La anciana cae de espaldas. La mujer farfulla un «perdón» y acelera. Uno de los del grupo la increpa. “Estúpida”, le grita. La mujer voltea. Ve a sus perseguidores como puntos diminutos. No van a alcanzarla. Carecen de la potencia de sus piernas. Ella mantiene la velocidad. No puede detenerse. No puede. “Si nos llegan a descubrir, huye por los callejones”, le advirtió él. Ahí debería estar a salvo. Perderse en el estrecho laberinto de andadores. La mujer prosigue. Su tranco es largo, el de una atleta musculosa y alta. A lo lejos vislumbra los pasadizos. Debe entrar ahí para salvarse. Jadea. Suda. Sus atacantes corren tras ella para matarla. Unos minutos antes sintió los disparos pegar cerca. Dos tronaron en un auto junto a ella. Varios más zumbaron por encima. Le apuntaron a la cabeza. Deseaban que cayera reventada. Tal y como cayó el hombre que ella mató. Fue un relámpago. El tipo se le plantó y alzó el arma. Ella apretó el gatillo más rápido. Ni siquiera apuntó. Solo levantó el revólver y tiró. La bala le dio al otro en el cuello. Salpicó sangre en el muro blanco. Lo vio caer muerto. No tuvo tiempo de asustarse ni de arrepentirse. Sigue corriendo. La Modelito, el barrio donde él creció, está solo a sesenta metros. Una vez dentro perderá a sus perseguidores. Acelera. La entrada al callejón se vislumbra. Hacia allá se dirige cuando suena una detonación. Rueda sobre la calle y queda despatarrada junto a un árbol. Una bala ha entrado por su pecho y le ha estallado el esternón. Mira la herida. Un círculo de sangre se expande en su camiseta. Se trata de incorporar. No puede. Se aferra de la rama de un árbol y jala, pero se desploma.

INCIPIT 993. LA PRIMA RACHEL / DAPHNE DU MAURIER


Antiguamente ahorcaban a la gente en Four Turnings. Ahora ya no. Ahora los asesinos cumplen el castigo por su crimen en Bodmin, después de un juicio en Assizes. Es decir, si la ley los condena antes de que los mate su propia conciencia. Es mejor así, como una operación quirúrgica. Y entierran el cadáver como Dios manda, aunque en una tumba sin nombre. Cuando yo era pequeño no era así. Recuerdo que, siendo niño, vi a un hombre ahorcado en el  cruce de los cuatro caminos. Le habían untado la cara y el cuerpo con pez para que se conservara. No lo bajaron de allí hasta cinco semanas después, y yo lo vi la cuarta.Pendía de la horca entre el firmamento y la tierra o, como me dijo mi primo Ambrose, entre el Cielo y el Infierno. Al Cielo no llegaría nunca y el Infierno que conocía lo había perdido para siempre. Ambrose lo tocó con el bastón. Lo veo, ahora como aquel día, moviéndose con el viento como una veleta en un pivote oxidado, triste pelele de lo que había sido un hombre. La lluvia le había podrido los pantalones, si no el cuerpo, que colgaban de sus hinchadas piernas hechos jirones, como papel mojado. Era invierno y, para celebrarlo, algún gracioso le había puesto una ramita de acebo en la chaqueta. No sé por qué, pero, con siete años de edad, me pareció el colmo del ultraje, aunque no dije nada.

K.



Noche y oceáno, Raquel Taranilla, p. 358
Kafka. (enterrado en: el nuevo cementerio judío de Praga, bajo una lápida en forma de obelisco; al parecer, no mucho después del entierro, su amigo Max Brod tomó una fotografía del sepulcro, que no sería escalofriante si no fuera porque, a su muerte, Brod sería enterrado precisamente en frente de Kafka, de suerte que su cámara de fotos había  adivinado el futuro -el lugar que ocuparía y su panorama eterno)

K.


Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 357
El casco de seguridad lo llevan los obreros y, aunque con no poca frecuencia he mantenido lo contrario, lejos estoy yo de poderme contar entre ellos, por mucho divertimento que haya hallado en el pasado al citar estas palabras de Mao: «La línea divisoria entre intelectuales revolucionarios e intelectuales no revolucionarios o contrarrevolucionarios es si están o no dispuestos a integrarse con los trabajadores y campesinos y, de hecho, lo hacen”. Aquello que yo estoy dispuesta a hacer no se lo puedo decir porque escapa a mi entendimiento. Pero, a cambio, permítanme contarles que el casco de seguridad es un objeto que realmente me fascina desde que supe que es un invento de Franz Kafka,por el que el escritor recibió una medalla de oro en el Congreso Americano de Seguridad Laboral de 1912 (celebrado en Milwaukee por la Asociación de Ingenieros Eléctricos del Hierro y del Acero). Por lo visto, al enterarse de la distinción, un Kafka muy agradecido dijo ante sus compañeros en la compañía de seguros en la que trabajaba:
“Ni se imaginan el trabajo que me dan mis cuatro distritos. Los trabajadores se caen de los andamios y de las máquinas si van bebidos, los tablones se vuelcan, los muros se derrumban, los escalones resbalan, todo lo que se levanta acaba cayendo. Y todas esas chicas de las fábricas de vajilla que constantemente lanzan cacharros de loza por el hueco de las escaleras me dan dolor de cabeza.”
He aquí un problema perturbador (el accidente laboral) y su solución (el casco), de donde surge, como a pedir de boca, la pregunta a todas luces improcedente de si hay algo aparente y prejuiciosamente menos kafkiano que un casco de seguridad. Quizá solo en la mano de Kafka esté la posibilidad de hacer cosas radicalmente inkafkianas.

IDENTIDAD DIGITAL


Al poco tiempo, vi la cara de Ronnie en un permiso de conducir. U nas semanas después, consiguió un pasaporte. El expendedor estaba en la oscura página de la red llamada Evolution; tras reunir toda la información sobre “Ronnie”, hizo copias sin las fotos. Luego desapareció. Esto es bastante común: los expendedores suelen ser tan granujas como quienes quieren comprar sus mercancías. Otro expendedor conseguía los documentos a velocidad alucinante y, con todo en su sitio, daban el pego a cualquiera. Puede que no en el control automático de pasaportes electrónicos de Heathrow, pero un pasaporte británico es un medio de acceder a otras formas de identidad, así como a un mundo de legitimidad. Lenta y digitalmente, “Ronnie” empezaba a ser un hombre con todo  lo que había que tener: cara, dirección postal, pasaporte y tarjetas de descuento. Empezó a charlar con personas reales en Reddit, o con personas que tal vez fueran reales, y su vida en Twitter y en Facebook revelaba que era una criatura con entusiasmos y prejuicios. En la actualidad, todo el mundo puede ser Frankenstein y su monstruo, el soñador enloquecido y su criatura gótica, y la tecnología instrumental parece alimentar la idea. Ronnie, en el mundo, era un producto de la imaginación, pero en los foros de discusión no era menos convincente que el resto. «Amigo” se ha convertido en verbo en el idioma inglés (“amistar”), dejando la expresión “ser amigo” para referirse al viejo universo de los cordiales apretones de manos y las miradas sinceras a los ojos. Las personas “se amistan” con otras personas en Facebook y “se hacen amigas”, pero muchas nunca llegan a conocerse en persona. Las conexiones en la red pueden conducir hasta una presencia fría, hasta una persona legítima como tal pero inexistente. La interacción social de Ronnie en la red podía ser complicada y enérgica y tener carácter, pero daba la impresión de que todos aquellos con quienes contactaba tenían un yo que ocultar y nada que enseñar por sí mismos más allá de sus ocurrencias y sus salidas. En cierto momento, su cuenta de Twitter fue hackeada y bombardeada por cientos de seguidores derechistas robóticos. Su “información” lo había vuelto vulnerable a programas que mandan propaganda (spambots), a otras máquinas y a la basura informática que se pega a entidades como Ronnie con toda naturalidad. Ninguno de estos fantasmas cotidianos llegaba por primera vez y Ronnie se adentró, como por ósmosis, en las zonas más criminales de internet, donde la clandestinidad se gana su sustento.

SNOWDEN


La vida secreta, Andrew O'Hagan, p. 123
Mi Ronnie era, en muchos aspectos, un ciudadano típico del siglo XXI. N o en pequeña medida por su falsedad. En todas las áreas de la vida se construyen y movilizan valiosas identidades falsas y a menudo son simulacros de la verdadera identidad de sus responsables. En un libro de 2013 titulado Murdoch's World (“El mundo de Murdoch”), de David Folkenflik, se afirmaba que empleados de relaciones públicas de Fox News Channel creaban cuentas ficticias en serie para sembrar reacciones «favorables a Fox» a los comentarios críticos de los blogs. Un antiguo empleado dijo que se habían creado más de cien cuentas falsas con esta finalidad y afirmó que habían tapado su rastro utilizando diferentes ordenadores y conexiones de banda ancha ilocalizables. Lejos de ser creaciones de adictos a los ordenadores, las falsas identidades online son, desde hace mucho, una práctica habitual del espionaje de las grandes empresas, de las investigaciones policiacas, de la vigilancia de los gobiernos, de la mercadotecnia y de las relaciones públicas. La misma democracia -con su idea básica de un individuo, un voto- dista mucho de ser una idea inocente en la era del astroturfing, en que pueden manufacturarse movimientos enteros de opinión en un instante, gracias a los magos del teclado, que recogen “nombres” de las redes sociales para apoyar su causa o denunciar la de otros. Edward Snowden abrió una puerta al fisgoneo de vidas ajenas patrocinado por el Estado, pero también, de un modo más sutil, reveló las muchas formas en que la vida privada se da a las oscuras artes de la impostura.

INCIPIT 992. LA VIDA SECRETA / ANREW O'HAGAN


Cuando se escriben novelas, se toma del mundo lo que hay que tomar, se devuelve lo que se puede y se da por sentado que la imaginación lo ha hecho todo, pero ¿qué ocurre cuando se escribe una historia que ya se conoce? ¿No está determinada ya por los hechos y, por tanto, fuera de la imaginación? En este libro sostengo que la diferencia ya no es en particular en el mundo en que vivimos. Cuando informo, más que un recopilador de noticias, me siento un buscador de realidades, un cronista para el que las técnicas ficción nunca son extrañas y raramente están fuera de lugar. Las personas sobre las que escribo suelen vivir en una realidad que ellas mismas han construido o que de un modo u otro se asocia con la ficción y, para conocer su historia, es necesario entrar en su limbo y bailar con sus sombras. De joven aprendi de los poetas a no confiar en la realidad –“La realidad es un cliché del que escapamos gracias a la metáfora” decía Wallace Stevens- y las figuras que protagonizan este libro documental, todas las cuales son reales o lo fueron, dependen de un alto grado de artificialidad para existir en el mundo.

INCIPIT 991. SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS / OLGA TOKARCZUK


A partir de ahora, tengan cuidado
Aunque antes fue sumiso, al verse en una senda peligrosa el hombre justo entró al valle de la muerte.  
He llegado a una edad y a un estado en que cada noche antes de acostarme debería lavarme los pies y arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a buscarme la ambulancia.
Si aquella noche hubiera consultado el libro de las efemérides para saber qué sucedía en el cielo, jamás me hubiera ido a acostar. Pero en lugar de eso caí en un sueño profundo, gracias a una infusión de lúpulo que acompañé con dos grageas de valeriana. Por eso, cuando a mitad de la noche me despertaron los golpes en la puerta -violentos y desmesurados, y por lo tanto de mal augurio-, me costó recuperar la conciencia. Salté de la cama y me puse de pie con el cuerpo tembloroso, tambaleante y a medio dormir, incapaz de pasar del sueño a la vigilia. Sentí que me mareaba y di un traspié, como si fuera a desmayarme de un momento a otro -algo que, por desgracia, solía sucederme últimamente tenía relación con mis dolencias-. Tuve que sentarme y repetir veces: “Estoy en casa, es de noche, alguien golpea la puerta” y solo así logré controlarme. Mientras buscaba las zapatillas oscuridad oí que la persona que llamaba a la puerta daba la a la casa y murmuraba algo. Abajo, en el hueco que hay entre los contadores de la luz, guardo una botella de gas paralizante que me dio dio Dionizy por si me agredían los cazadores furtivos, y justo en aquel momento me acordé de ella. Aunque me hallaba a oscuras conseguí dar con la forma fría y familiar del aerosol, y de aquel modo encendí la luz del exterior.

INCIPIT 990. CINCO ESTUDIOS MORALES / UMBERTO ECO





Los escritos que se recogen aquí tienen dos características en común. Ante todo, son ocasionales, nacidos como conferencias o intervenciones de actualidad. Y, a pesar de la variedad de los temas, son de carácter ético, es decir, atañen a lo que estaría bien hacer, a lo que no se debería hacer, o a lo que no se puede hacer a ningún precio.
Dado su carácter ocasional, me parece indispensable aclarar en qué circunstancias los he escrito, si no, podrían resultar poco comprensibles.

WIKILEAKS


La vida secreta, Andrew O'Hagan, p. 110
Cuando WikiLeaks empezó esta actividad en 201 O, dio la impresión, a mí me la dio por lo menos, como también a muchos otros, de que allí teníamos la mayor contribución a la democracia desde el final de la Guerra Fría. De pronto parecía posible una nueva clase de transparencia: la tecnología nos permitía por fin observar a los observadores, inspeccionar los secretos que se guardaban teóricamente en nuestro nombre y denunciar las imposturas y la explotación allí donde se producía en la nueva era mediática. No era un plan sutil, pero desprendía un idealismo que no sentíamos desde hacía mucho en la vida británica, donde los grandes programas morales del arco de la izquierda se esfumaban al tocar tierra. Assange nos parecía un antihéroe, un hombre ajeno a los mortales acuerdos de los partidos políticos. Y parecía saber mucho de la capacidad de vigilancia y contravigilancia de la red. Lo que ocurrió es que la tremenda oposición del gobierno a la labor de WikiLeaks -que prosigue- acabó confundiéndose, y no solo en la cabeza de Assange, con las acusaciones de violación que pesaban sobre él. La fusión de motivos ha resultado fatal. En el enfoque de Julian, hay una palmaria carencia de claridad, una carencia, me temo, potenciada por las personas que han trabajado con él. Cuando se enteró de que estaba escribiendo el presente trabajo, me mandó un email diciendo que era ilegal que yo hablara sin haberle «consultado debidamente”.  Me contó que su situación era delicada y que el FBI estaba investigando sus actividades. “He estado detenido sin cargos durante mil días”, dijo. Y aquí tenemos la fusión de que hablaba yo cuando me daba a entender que su detención tenía algo que ver con su labor contra el secretismo estadounidense. No, no es así. Fue confinado en Ellingham Hall mientras apelaba contra la petición de extradición sueca para que respondiera a cuestiones relacionadas con las dos acusaciones de violación. Un hombre que confunde estas verdades pierde su autoridad moral en ese mismo momento: me esforcé por explicárselo mientras escribía el libro, pero no me escuchaba y a veces sugería que yo era un ingenuo por no entender que las acusaciones de violación eran una “trampa erótica” preparada por oscuras fuerzas extranjeras y que los suecos solo querían extraditarlo a Estados U nidos. Como es incapaz de ver las cosas por los ojos de otras personas, no se entera de que esta fusión parece muy inmoral incluso a partidarios suyos como yo. Él mismo cayó en su propia trampa cuando se negó a ir a Suecia y prefirió ir a la embajada de un país que no es precisamente conocido por respetar la libertad de expresión. (Se trasladó allí en agosto de 2012, cuando yo aún seguía viéndolo y el libro se había terminado.) Siempre tendrá una respuesta para esos movimientos, pero ninguna será verdadera. Cometió un tremendo error táctico por no ir a Suecia para limpiar su nombre.

DE LA INVESTIGACION

Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 354
-Querido, solo manteniéndome como profesora puedo conservar el acceso a millones y millones de publicaciones online, contenidas en algún lugar del ciberespacio y custodiadas tan restrictivamente que solamente están al alcance de eso que se ha dado en llamar, de un modo presuntuosamente fraternal, «comunidad universitaria”.
Dicho en plata: la facultad me tiene en sus manos, bien atrapada como en un noviazgo tóxico, pues necesito un carnet de profesora en el que haya escrita esa cifra que sirve de clave para acceder de forma online a la producción científica mundial, que es exclusiva para los suscritos. La libertad también es elegir la droga que se prefiera, e incluso las prepúberes adictas a colocarse con pegamento en el recreo deberían contarle al mundo la enormidad de su desparrame, pues mundo es. Dicho más técnicamente: mi continuidad como ser vivo depende de que pueda conectarme a internet a través del proxy de la universidad, que costea numerosas y apetecibles suscripciones y que hace de intermediario entre yo y el saber, no muy distintamente al camello que en su día me vendía hachís, que a mi modo de ver sigue siendo la droga menos inelegante. Si no: you are not currently authenticated. Y ya entonces: password required o purchase content. 19,95$, 36$, 115$ por cada publicación, como el insert coin de una máquina de pinball. Sin licencia no hay suelo bajo los pies y conviene aceptarlo. He aquí un dato histórico, monumental como pocos: Aaron Swartz (1986-2013) se dejó el pellejo tratando de subvertir el orden de los suscritos y fue perseguido y acabó -hagamos un minuto de silencio-: muerto. Y hoy está enterrado en Arlington Heights (Illinois), en el cementerio Shalom Memorial Park, concretamente.
Como pensado por el diablo, el Principio de Mínimo Privilegio rige todas nuestras vidas y dice, en una lengua de apariencia justa y razonable y, supuestamente, en pro de la seguridad común: un usuario solo ha de tener acceso a aquella información y a aquellos recursos que son necesarios para su legítimo propósito.

LIBROS KELMSCOTT


Noche y océano, Raquel Taranilla
Segundo. En el fragmento de la Teoría escogido por Quirós, recurre Veblen a la figura de William Morris y, en concreto, a la tarea editora a la que se lanzó en los últimos años de su vida, cuando fundó la casa Kelmscott con la idea de confeccionar libros singularmente bellos, tan delicados que por sí mismos tuviesen la capacidad de hacer de la vida una experiencia placentera. Cuesta encontrar razones para no admirar el ensueño de Morris, que critica con pasión y dureza la producción industrial de los objetos, su sometimiento nocivo a las leyes del mercado. El arte es según él el medio por el que los trabajadores pueden salir de la esclavitud, dignificando su existencia mediante la manufactura de productos hermosos, idealmente en el corazón de una ciudad sin hollín. Díganme ustedes si tal planteamiento no resulta encantador. Frente al maquinismo castrador, el trabajo manual confiere dignidad, pues no solo permite darle un acabado artístico, bello, a todo objeto que engendre, sino que además hace que el proceso resulte grato: “son los trabajadores, y no los pedantes, quienes pueden crear un arte realmente vigoroso”, y con tal planteamiento nació la editorial Kelmscott, que como alternativa a los libros convencionales (que eran para Morris un objeto chapucero, un sucedáneo del libro ideal) se propone publicar libros que en realidad sean joyas: ejemplares hechos a mano y a la antigua, con papel de la mejor calidad y que incluyan tipografías e ilustraciones fabulosas; libros artísticos, hermanos de aquellos que se hizo imprimir en exclusiva el duque Des Esseintes en la novela A contrapelo. No había que ahorrar en florituras ni en adornos. Todo esmero parecía pequeño para dar con el volumen único cuyas páginas, al pasar, sacudiesen un poco el polvo victoriano y llevasen luz y alegría a las gentes de bien.

NABOKOVIANA


Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 279
El DSM-5 no arroja luz sobre este comportamiento. Tampoco para otros muy parecidos, que también consisten en colgar de las paredes cosas muy significativas, pues en ellas reside tal vez la verdad, de vez en cuando. En Pálido fuego, el largo poema escrito por el supuesto John Francis Shade, en la obra homónima de Vladimir Nabokov, se dedican varios versos a describir el cuarto de la extravagante tía Maud, la mujer que crió al poeta. Entre el montón de chorradas que la tía Maud conserva, hay un recorte del diario Star: “Los Red Sox baten a los Yanks 5 a 4, sobre el Homero de Chapman, clavado en la puerta”, a lo que el muy pirado profesor Charles Kinbote, el editor y comentador de la obra de Shade que se inventa Nabokov, aclara: “por una distracción del impresor del diario, un famoso poema de Keats [ “On first looking into Chapman's Homer”] fue traspuesto, de una manera cómica, de algún otro artículo a la reseña de un acontecimiento deportivo”.O sea: la poesía se cuela por error en las páginas sobre béisbol y todo son risas, que la tía Maud quiere conservar y compartir con sus visitas. Sepan que, supuestamente, Kinbote escribe esas palabras en 1959, en un libro que Nabokov publica en 1962. ¿Ven ya cuál es el drama? El error del periódico (el error en la continuidad, a la sazón tan sagrada como una madre) tiene un efecto cómico sobre la tía Maud, sobre Shade, sobre Kinbote y sobre Nabokov que nos ha quedado vetado en tan solo medio siglo. Si la combinación de una noticia deportiva y un poema de Keats fuera hoy graciosa, las muchas tías Mauds de cada barrio tendrían su cuarto forrado de páginas del periódico. Tendrían la memoria de sus teléfonos móviles y sus ordenadores hasta arriba de fotos de combinaciones de noticias imposibles. ¿Y acaso hay tías Mauds que empapelan con recortes de prensa la habitación propia e incluso la casa entera, desde el zócalo hasta el techo? ¿Dirían ustedes que sí las hay? No sé, amigos, yo creo que es hora de empezar a hablar de situación-tendente-al-colapso (S. T. C.). Escribe Nick Land en Colapso: la táctica- k no se ocupa de construir el futuro, sino de desmantelar el pasado. A menudo pienso que no falta mucho para lograrlo.

INCIPIT 985. PIO BAROJA / EDUARDO MENDOZA


INTRODUCCIÓN
Cuando empecé a trabajar en el presente texto, lo hice  partiendo de dos errores de concepción. El primer error consistía en pensar que Baroja ocupaba un lugar ilustre en la historia de la literatura española. No tardé, sin embargo, en percatarme de que no era así, o, al menos, de que no lo era en el sentido que yo daba a la expresión, esto es, al de haber entrado Baroja en el mausoleo de los escritores sancionados por el tiempo. Con grata sorpresa vi que Baroja seguía siendo un escritor actual, cuya obra se resistía a abandonar en las librerías el sector de "Narrativa" o incluso el de "Novedades" para ocupar otro más digno pero menos vivo en el de "Clásicos".
Con esto quiero decir que el lector no especializado sigue leyendo novelas de Baroja "de ida", o "por saber qué pasa", como las de cualquier otro autor contemporáneo, sin ninguna intención historicista o literaria, es decir, académica. Entre los novelistas españoles antiguos y algunos no tan antiguos, éste es un privilegio que, si no me equivoco, la obra narrativa de Baroja comparte únicamente con La Regenta de Clarín.

INCIPIT 989. MI AÑO DE DESCANSO Y RELAJACION / OTTESA MOSHFEGH


Cada vez que me despertaba, de día o de noche, me arrastraba por el luminoso vestíbulo de mármol de mi edificio y subía por la calle y doblaba la esquina donde había un colmado que no cerraba nunca. Me pedía dos cafés grandes con leche y seis de azúcar cada uno, me tomaba de un trago el primero en el ascensor de regreso a casa y luego a sorbos el segundo, despacio, mientras veía películas y comía galletitas saladas con formas de animales y tomaba trazodona y zolpidem y Nembutal hasta que volvía a dormirme. Así perdía la noción del tiempo. Pasaban los días. Las semanas. Unos cuantos meses. Cuando me acordaba, pedía comida al tailandés de enfrente o una ensalada de atún a la cafetería de la Primera Avenida. Me despertaba y me encontraba en el móvil mensajes de voz de peluquerías o spas confirmando citas que había reservado mientras estaba dormida. Llamaba siempre para cancelarlas, y odiaba hacerlo porque odiaba hablar con la gente.

INCIPT 987. EL CINEFILO / WALKER PERCY


Esta mañana he recibido una nota de mi tía en la que me pide que vaya a comer. Sé lo que significa. Como voy a cenar a su casa cada domingo, y hoy es miércoles, solo puede significar una cosa: quiere tener una de sus charlas serias. Será algo extremadamente grave, puede que una mala noticia sobre su hijastra Kate, o bien una charla acerca de mi, sobre el futuro y lo que yo debería hacer. Eso bastaría para espantar a cualquiera, pero confieso que no me parece una perspectiva del todo desagradable. Recuerdo cuando mi hermano mayor, Scott, murió de neumonía. Yo tenía ocho años. Mi tía se hizo cargo de mi me llevó a dar una vuelta por detrás del hospital. Era una calle interesante.

INCIPIT 984. Encuentros heroicos. Seis escenas griegas / Carlos García Gual


LA LECTURA DE LOS CLÁSICOS Y SUS ECOS
Tal vez no sea superfluo anteponer unas líneas de introducción a este pequeño libro, que es, sencillamente, una invitación  a releer seis escenas de la literatura griega. Son seis escenas que tienen, en mi opinión, un especial atractivo por sus contenidos y su forma: tres de ellas pertenecen a la literatura más clásica: dos son de Hornero y la tercera de una tragedia de Sófocles. Las tres últimas proceden de textos menos clásicos y de época más tardía, pero no son menos emotivas, ni menos sugerentes. Son escenas muy distintas entre sí, de evidente originalidad y de efectos literarios muy logrados. Sé bien que las lecturas comentadas no son un género de libros ahora en boga. Y mucho menos cuando se trata de escenas tornadas de la antigua literatura griega, relegada al olvido por el hecho de ser antigua, es decir, distante y extraña,  en nuestros días. Creo, sin embargo, que también lo inactual y poco frecuente tiene su atractivo, e incluso que esa distancia unida a su originalidad ofrece un fuerte y singular atractivo. Somos lectores, en general, triviales y apresurados. Quizás de manera inevitable. Manejarnos demasiados libros y papeles, una infinidad de mensajes y noticias en el ordenador, y no nos permitirnos a menudo en la lectura el dedicar mucho tiempo a uno u otro texto. Pero, a pesar de todo, quiero , invitar a una lectura lenta, atenta y detallista, una lectura demorada en palabras y voces de estos pocos fragmentos lejanos.

INCIPT 986. NOCHE Y OCEANO / RAQUEL TARANILLA


Imagino que, igual que yo, muchos de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace algunos meses en la prensa: “Robado  el cráneo de Murnau, director de Nosferatu”. Según informaba el periódico, alguien había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf, próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes, sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló sobre el ataúd.
Ahora bien, a diferencia del de ustedes, mi estupor no tiene que ver tanto con la extravagancia de quitarle la cabeza a un muerto como con la certeza de conocer al culpable.

ESCRIBE WALTER BENJAMIN


Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 252
Escribe Walter Benjamin (en alguna parte): “No tengo nada que decir. Solo que mostrar. No hurtaré nada valioso, no me apropiaré de ninguna formulación profunda. Pero los hallazgos, los deshechos, esos no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible: empleándolos”. Y ahora: noten de qué modo van ganando vigor Eastman y los Johnson, cómo se han hecho grandes como un flemón en mi bocota colorista, que aumentará exponencialmente de velocidad e igual que un coche demasiado acelerado acabará volcada en la cuneta. ¡Patapam! Ha quedado antiguo y fuera de juego el diagnóstico de Stevenson acerca de la dificultad de narrar: “Cualquiera puede escribir una historia corta -una mala, se entiende-, si se aplica y tiene papel y tiempo de sobras; pero no todo el mundo puede esperar escribir ni siquiera una mala novela. Es la longitud lo que  mata”. La dificultad mayor ya no será nunca la extensión, puesto que si de algo va sobrado el  mundo es de datos que sumar, que aparecen hasta de debajo de las piedras, igual que caracoles tras una mañana de lluvia que un novelista o un guionista necesitado de subtramas puede atrapar fácilmente, incluso con el ordenador a cuestas. El reto pertenece, en efecto, a una magnitud distinta a la largura, que es la del grado de atención de todos ustedes. Las informaciones no se pierden en la oscuridad sino en el exceso de luz, en la visibilidad rotunda como una sandía a punto de troncharse de pura madurez. Torrencialmente cito libros y películas, sintiendo en la frente la falsa libertad de la ligereza: no hay ubicación, no hay fuera ni dentro, no hay arriba ni abajo, no hay cultura, no existe la mañana y tampoco la noche, solo hay ansiosa alegría por devorar, por consumir, por vomitar, por triturar, por enmarranar ideas, conceptos, problemas y referencias como en el cuento del cerdito feliz. ¿Lo conocen? Lo confieso: soy una escritora ruidosa.

QUIT-LIT


Noche y océano, Raquel Taranilla, p.225
Búsquenlo ustedes mismos en internet: tecleen quit-lit –por “lit( eratura) de la dimisión o del enviarlo-todoal-cuerno”- y anímense a conocer las tribulaciones de los muchísimos académicos que se mostraron a sí mismos la bandera blanca y se animaron a dejar por escrito su denuncia contra ese gran vertedero que es toda facultad (en muchos casos como parte de una terapia psicológica de largo alcance). Grosso modo, la quit-lit se sustenta sobre el drama de que toda trayectoria universitaria, además de sudor y lágrimas, incluye: frustración y escasas opciones de dar rienda suelta al deseo y a la creatividad; un sistema de retribución en el que rara vez se premia el mérito; lesiones en la piel y en las mucosas, de origen casi siempre psicosomático (aunque no únicamente); larguísimas jornadas dedicadas al papeleo; temporadas en las que te van holgados los pantalones de la talla S y otras en las que debes aguantar la respiración para meterte en la talla L; reuniones monopolizadas por los más pelotas o los más ineptos del lugar; sentimientos de odio exacerbado cuando en un artículo de tu exacta área de especialidad no se menciona tu trabajo; soledad; competitividad ultracapitalista fusionada con formas muy originales de vasallaje medieval; coitos poco satisfactorios, por culpa de tener la cabeza en otra parte (aunque no solo por ello); estudiantes escasamente motivados, déspotas y/o caprichosos como un cliente vip; autocomplacientes discursos inaugurales en boca del decano de turno; ansiolíticos y antidepresivos. ¿Puede alguien en sus cabales o sin parafilias sadomasoquistas acomodarse a ese pack perverso?

CIRCULO DE LECTORES


Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 59
Y, a pesar de la antipatía que me despertó que me intentara colocar una suscripción, Ana María me gustó bastante y por eso me quedé allí, de pie primero y ya después sentada junto a ella en uno de los bancos del andén, donde había una máquina expendedora muy oportuna, en la que compramos un par de refrescos y también, cuando nos entró el hambre, varias bolsitas de cacahuetes, y estuvimos hablando hasta que a medianoche cerraron la estación y pasó el último tren y lo tomamos para irnos cada una a su casa. Primero hablamos de libros, rajando de buena parte del catálogo del Círculo de Lectores (lo que incluía parte de la colección Clásicos Universales, que yo hubiera salvado de entrada, pero que Ana María condenó alegando con muy buenos argumentos que las traducciones eran nefastas, por no hablar de que reproducían el dominio patriarcal, etcétera, etcétera), pero pronto la conversación nos llevó a otros derroteros -qué sé yo: recuerdo que hablamos del descubrimiento reciente de otro planeta más del Sistema Solar, del huracán Katrina, de los restos del avión de Saint-Exupéry, de una ola de suicidios colectivos en Japón (que se llevaban a cabo dentro de vehículos alquilados y mediante la técnica de la intoxicación con monóxido de carbono gracias a un tubo de goma hábilmente colocado uniendo el tubo de escape y el interior del vehículo), de 2666, de un montón de embriones de dinosaurio que habían sido misteriosamente hallados en la Patagonia, del estreno de Sin City, de las armas nucleares con que nos amenaza Corea del Norte y de un eclipse de sol inminente, todo lo cual nos llevó a preguntarnos si el mundo, pese a seguir siendo un lugar repleto de tesoros por descubrir, no se estaría aproximando aceleradamente a su destrucción-. Aunque en algún momento de nuestra larga charla (medio por pena y medio en honor a nuestra amistad recién estrenada) yo habría llegado a aceptar hacerme el carnet del Círculo de Lectores, Ana María no volvió a ofrecerme una suscripción.

WIKIPEDIA

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