La mujer corre por la avenida.
Avanza a grandes zancadas. Los hombres que la persiguen se rezagan. Ella lleva
un revólver en la mano. Se aproxima a una familia. Sin perder el paso trata de
disimular el arma. La pega a su cadera. Una anciana no se percata y se mueve
hacia su derecha. Ella gira el cuerpo para evadirla, pero termina por
arrollarla. La anciana cae de espaldas. La mujer farfulla un «perdón» y
acelera. Uno de los del grupo la increpa. “Estúpida”, le grita. La mujer
voltea. Ve a sus perseguidores como puntos diminutos. No van a alcanzarla.
Carecen de la potencia de sus piernas. Ella mantiene la velocidad. No puede
detenerse. No puede. “Si nos llegan a descubrir, huye por los callejones”, le advirtió
él. Ahí debería estar a salvo. Perderse en el estrecho laberinto de andadores.
La mujer prosigue. Su tranco es largo, el de una atleta musculosa y alta. A lo
lejos vislumbra los pasadizos. Debe entrar ahí para salvarse. Jadea. Suda. Sus
atacantes corren tras ella para matarla. Unos minutos antes sintió los disparos
pegar cerca. Dos tronaron en un auto junto a ella. Varios más zumbaron por
encima. Le apuntaron a la cabeza. Deseaban que cayera reventada. Tal y como
cayó el hombre que ella mató. Fue un relámpago. El tipo se le plantó y alzó el
arma. Ella apretó el gatillo más rápido. Ni siquiera apuntó. Solo levantó el
revólver y tiró. La bala le dio al otro en el cuello. Salpicó sangre en el muro
blanco. Lo vio caer muerto. No tuvo tiempo de asustarse ni de arrepentirse.
Sigue corriendo. La Modelito, el barrio donde él creció, está solo a sesenta
metros. Una vez dentro perderá a sus perseguidores. Acelera. La entrada al
callejón se vislumbra. Hacia allá se dirige cuando suena una detonación. Rueda
sobre la calle y queda despatarrada junto a un árbol. Una bala ha entrado por su
pecho y le ha estallado el esternón. Mira la herida. Un círculo de sangre se
expande en su camiseta. Se trata de incorporar. No puede. Se aferra de la rama
de un árbol y jala, pero se desploma.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 993. LA PRIMA RACHEL / DAPHNE DU MAURIER
Antiguamente ahorcaban a la gente
en Four Turnings. Ahora ya no. Ahora los asesinos cumplen el castigo por su
crimen en Bodmin, después de un juicio en Assizes. Es decir, si la ley los
condena antes de que los mate su propia conciencia. Es mejor así, como una
operación quirúrgica. Y entierran el cadáver como Dios manda, aunque en una tumba
sin nombre. Cuando yo era pequeño no era así. Recuerdo que, siendo niño, vi a
un hombre ahorcado en el cruce de los
cuatro caminos. Le habían untado la cara y el cuerpo con pez para que se
conservara. No lo bajaron de allí hasta cinco semanas después, y yo lo vi la
cuarta.Pendía de la horca entre el firmamento y la tierra o, como me dijo mi
primo Ambrose, entre el Cielo y el Infierno. Al Cielo no llegaría nunca y el
Infierno que conocía lo había perdido para siempre. Ambrose lo tocó con el
bastón. Lo veo, ahora como aquel día, moviéndose con el viento como una veleta
en un pivote oxidado, triste pelele de lo que había sido un hombre. La lluvia
le había podrido los pantalones, si no el cuerpo, que colgaban de sus hinchadas
piernas hechos jirones, como papel mojado. Era invierno y, para celebrarlo,
algún gracioso le había puesto una ramita de acebo en la chaqueta. No sé por
qué, pero, con siete años de edad, me pareció el colmo del ultraje, aunque no
dije nada.
K.
Noche y oceáno, Raquel Taranilla, p. 358
Kafka. (enterrado en: el nuevo cementerio
judío de Praga, bajo una lápida en forma de obelisco; al parecer, no mucho
después del entierro, su amigo Max Brod tomó una fotografía del sepulcro, que
no sería escalofriante si no fuera porque, a su muerte, Brod sería enterrado
precisamente en frente de Kafka, de suerte que su cámara de fotos había adivinado el futuro -el lugar que ocuparía y
su panorama eterno)
K.
Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 357
El casco de seguridad lo llevan
los obreros y, aunque con no poca frecuencia he mantenido lo contrario, lejos
estoy yo de poderme contar entre ellos, por mucho divertimento que haya hallado
en el pasado al citar estas palabras de Mao: «La línea divisoria entre intelectuales
revolucionarios e intelectuales no revolucionarios o contrarrevolucionarios es
si están o no dispuestos a integrarse con los trabajadores y campesinos y, de
hecho, lo hacen”. Aquello que yo estoy dispuesta a hacer no se lo puedo decir
porque escapa a mi entendimiento. Pero, a cambio, permítanme contarles que el
casco de seguridad es un objeto que realmente me fascina desde que supe que es
un invento de Franz Kafka,por el que el escritor recibió una medalla de oro en
el Congreso Americano de Seguridad Laboral de 1912 (celebrado en Milwaukee por
la Asociación de Ingenieros Eléctricos del Hierro y del Acero). Por lo visto,
al enterarse de la distinción, un Kafka muy agradecido dijo ante sus compañeros
en la compañía de seguros en la que trabajaba:
“Ni se imaginan el trabajo que me
dan mis cuatro distritos. Los trabajadores se caen de los andamios y de las
máquinas si van bebidos, los tablones se vuelcan, los muros se derrumban, los escalones
resbalan, todo lo que se levanta acaba cayendo. Y todas esas chicas de las
fábricas de vajilla que constantemente lanzan cacharros de loza por el hueco de
las escaleras me dan dolor de cabeza.”
He aquí un problema perturbador
(el accidente laboral) y su solución (el casco), de donde surge, como a pedir
de boca, la pregunta a todas luces improcedente de si hay algo aparente y
prejuiciosamente menos kafkiano que un casco de seguridad. Quizá solo en la
mano de Kafka esté la posibilidad de hacer cosas radicalmente inkafkianas.
IDENTIDAD DIGITAL
Al poco tiempo, vi la cara de
Ronnie en un permiso de conducir. U nas semanas después, consiguió un
pasaporte. El expendedor estaba en la oscura página de la red llamada
Evolution; tras reunir toda la información sobre “Ronnie”, hizo copias sin las
fotos. Luego desapareció. Esto es bastante común: los expendedores suelen ser
tan granujas como quienes quieren comprar sus mercancías. Otro expendedor
conseguía los documentos a velocidad alucinante y, con todo en su sitio, daban
el pego a cualquiera. Puede que no en el control automático de pasaportes electrónicos
de Heathrow, pero un pasaporte británico es un medio de acceder a otras formas
de identidad, así como a un mundo de legitimidad. Lenta y digitalmente, “Ronnie”
empezaba a ser un hombre con todo lo que
había que tener: cara, dirección postal, pasaporte y tarjetas de descuento.
Empezó a charlar con personas reales en Reddit, o con personas que tal vez
fueran reales, y su vida en Twitter y en Facebook revelaba que era una criatura
con entusiasmos y prejuicios. En la actualidad, todo el mundo puede ser
Frankenstein y su monstruo, el soñador enloquecido y su criatura gótica, y la tecnología
instrumental parece alimentar la idea. Ronnie, en el mundo, era un producto de
la imaginación, pero en los foros de discusión no era menos convincente que el
resto. «Amigo” se ha convertido en verbo en el idioma inglés (“amistar”),
dejando la expresión “ser amigo” para referirse al viejo universo de los
cordiales apretones de manos y las miradas sinceras a los ojos. Las personas “se
amistan” con otras personas en Facebook y “se hacen amigas”, pero muchas nunca
llegan a conocerse en persona. Las conexiones en la red pueden conducir hasta
una presencia fría, hasta una persona legítima como tal pero inexistente. La
interacción social de Ronnie en la red podía ser complicada y enérgica y tener
carácter, pero daba la impresión de que todos aquellos con quienes contactaba
tenían un yo que ocultar y nada que enseñar por sí mismos más allá de sus
ocurrencias y sus salidas. En cierto momento, su cuenta de Twitter fue hackeada
y bombardeada por cientos de seguidores derechistas robóticos. Su “información”
lo había vuelto vulnerable a programas que mandan propaganda (spambots), a
otras máquinas y a la basura informática que se pega a entidades como Ronnie
con toda naturalidad. Ninguno de estos fantasmas cotidianos llegaba por primera
vez y Ronnie se adentró, como por ósmosis, en las zonas más criminales de
internet, donde la clandestinidad se gana su sustento.
SNOWDEN
La vida secreta, Andrew O'Hagan, p. 123
Mi Ronnie era, en muchos
aspectos, un ciudadano típico del siglo XXI. N o en pequeña medida por su
falsedad. En todas las áreas de la vida se construyen y movilizan valiosas
identidades falsas y a menudo son simulacros de la verdadera identidad de sus
responsables. En un libro de 2013 titulado Murdoch's World (“El mundo de
Murdoch”), de David Folkenflik, se afirmaba que empleados de relaciones
públicas de Fox News Channel creaban cuentas ficticias en serie para sembrar
reacciones «favorables a Fox» a los comentarios críticos de los blogs. Un antiguo
empleado dijo que se habían creado más de cien cuentas falsas con esta
finalidad y afirmó que habían tapado su rastro utilizando diferentes
ordenadores y conexiones de banda ancha ilocalizables. Lejos de ser creaciones de
adictos a los ordenadores, las falsas identidades online son, desde hace mucho,
una práctica habitual del espionaje de las grandes empresas, de las
investigaciones policiacas, de la vigilancia de los gobiernos, de la
mercadotecnia y de las relaciones públicas. La misma democracia -con su idea
básica de un individuo, un voto- dista mucho de ser una idea inocente en la era
del astroturfing, en que pueden manufacturarse movimientos enteros de opinión
en un instante, gracias a los magos del teclado, que recogen “nombres” de las
redes sociales para apoyar su causa o denunciar la de otros. Edward Snowden
abrió una puerta al fisgoneo de vidas ajenas patrocinado por el Estado, pero también,
de un modo más sutil, reveló las muchas formas en que la vida privada se da a
las oscuras artes de la impostura.
INCIPIT 992. LA VIDA SECRETA / ANREW O'HAGAN
Cuando se escriben novelas, se
toma del mundo lo que hay que tomar, se devuelve lo que se puede y se da por
sentado que la imaginación lo ha hecho todo, pero ¿qué ocurre cuando se escribe
una historia que ya se conoce? ¿No está determinada ya por los hechos y, por
tanto, fuera de la imaginación? En este libro sostengo que la diferencia ya no
es en particular en el mundo en que vivimos. Cuando informo, más que un
recopilador de noticias, me siento un buscador de realidades, un cronista para
el que las técnicas ficción nunca son extrañas y raramente están fuera de
lugar. Las personas sobre las que escribo suelen vivir en una realidad que
ellas mismas han construido o que de un modo u otro se asocia con la ficción y,
para conocer su historia, es necesario entrar en su limbo y bailar con sus
sombras. De joven aprendi de los poetas a no confiar en la realidad –“La
realidad es un cliché del que escapamos gracias a la metáfora” decía Wallace Stevens-
y las figuras que protagonizan este libro documental, todas las cuales son
reales o lo fueron, dependen de un alto grado de artificialidad para existir en
el mundo.
INCIPIT 991. SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS / OLGA TOKARCZUK
A partir de ahora, tengan cuidado
Aunque antes fue sumiso, al verse
en una senda peligrosa el hombre justo entró al valle de la muerte.
He llegado a una edad y a un
estado en que cada noche antes de acostarme debería lavarme los pies y
arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a buscarme la ambulancia.
Si aquella noche hubiera
consultado el libro de las efemérides para saber qué sucedía en el cielo, jamás
me hubiera ido a acostar. Pero en lugar de eso caí en un sueño profundo,
gracias a una infusión de lúpulo que acompañé con dos grageas de valeriana. Por
eso, cuando a mitad de la noche me despertaron los golpes en la puerta
-violentos y desmesurados, y por lo tanto de mal augurio-, me costó recuperar
la conciencia. Salté de la cama y me puse de pie con el cuerpo tembloroso,
tambaleante y a medio dormir, incapaz de pasar del sueño a la vigilia. Sentí
que me mareaba y di un traspié, como si fuera a desmayarme de un momento a otro
-algo que, por desgracia, solía sucederme últimamente tenía relación con mis
dolencias-. Tuve que sentarme y repetir veces: “Estoy en casa, es de noche,
alguien golpea la puerta” y solo así logré controlarme. Mientras buscaba las
zapatillas oscuridad oí que la persona que llamaba a la puerta daba la a la
casa y murmuraba algo. Abajo, en el hueco que hay entre los contadores de la
luz, guardo una botella de gas paralizante que me dio dio Dionizy por si me
agredían los cazadores furtivos, y justo en aquel momento me acordé de ella. Aunque
me hallaba a oscuras conseguí dar con la forma fría y familiar del aerosol, y de
aquel modo encendí la luz del exterior.
INCIPIT 990. CINCO ESTUDIOS MORALES / UMBERTO ECO
Los escritos que se recogen aquí
tienen dos características en común. Ante todo, son ocasionales, nacidos como
conferencias o intervenciones de actualidad. Y, a pesar de la variedad de los
temas, son de carácter ético, es decir, atañen a lo que estaría bien hacer, a
lo que no se debería hacer, o a lo que no se puede hacer a ningún precio.
Dado su carácter ocasional, me
parece indispensable aclarar en qué circunstancias los he escrito, si no,
podrían resultar poco comprensibles.
WIKILEAKS
La vida secreta, Andrew O'Hagan, p. 110
Cuando WikiLeaks empezó esta
actividad en 201 O, dio la impresión, a mí me la dio por lo menos, como también
a muchos otros, de que allí teníamos la mayor contribución a la democracia desde
el final de la Guerra Fría. De pronto parecía posible una nueva clase de
transparencia: la tecnología nos permitía por fin observar a los observadores,
inspeccionar los secretos que se guardaban teóricamente en nuestro nombre y denunciar
las imposturas y la explotación allí donde se producía en la nueva era
mediática. No era un plan sutil, pero desprendía un idealismo que no sentíamos
desde hacía mucho en la vida británica, donde los grandes programas morales del
arco de la izquierda se esfumaban al tocar tierra. Assange nos parecía un
antihéroe, un hombre ajeno a los mortales acuerdos de los partidos políticos. Y
parecía saber mucho de la capacidad de vigilancia y contravigilancia de la red.
Lo que ocurrió es que la tremenda oposición del gobierno a la labor de
WikiLeaks -que prosigue- acabó confundiéndose, y no solo en la cabeza de Assange,
con las acusaciones de violación que pesaban sobre él. La fusión de motivos ha
resultado fatal. En el enfoque de Julian, hay una palmaria carencia de
claridad, una carencia, me temo, potenciada por las personas que han trabajado
con él. Cuando se enteró de que estaba escribiendo el presente trabajo, me
mandó un email diciendo que era ilegal que yo hablara sin haberle «consultado
debidamente”. Me contó que su situación
era delicada y que el FBI estaba investigando sus actividades. “He estado
detenido sin cargos durante mil días”, dijo. Y aquí tenemos la fusión de que
hablaba yo cuando me daba a entender que su detención tenía algo que ver con su
labor contra el secretismo estadounidense. No, no es así. Fue confinado en Ellingham
Hall mientras apelaba contra la petición de extradición sueca para que
respondiera a cuestiones relacionadas con las dos acusaciones de violación. Un
hombre que confunde estas verdades pierde su autoridad moral en ese mismo
momento: me esforcé por explicárselo mientras escribía el libro, pero no me
escuchaba y a veces sugería que yo era un ingenuo por no entender que las
acusaciones de violación eran una “trampa erótica” preparada por oscuras
fuerzas extranjeras y que los suecos solo querían extraditarlo a Estados U
nidos. Como es incapaz de ver las cosas por los ojos de otras personas, no se
entera de que esta fusión parece muy inmoral incluso a partidarios suyos como
yo. Él mismo cayó en su propia trampa cuando se negó a ir a Suecia y prefirió
ir a la embajada de un país que no es precisamente conocido por respetar la
libertad de expresión. (Se trasladó allí en agosto de 2012, cuando yo aún
seguía viéndolo y el libro se había terminado.) Siempre tendrá una respuesta
para esos movimientos, pero ninguna será verdadera. Cometió un tremendo error
táctico por no ir a Suecia para limpiar su nombre.
DE LA INVESTIGACION
Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 354
-Querido, solo manteniéndome como
profesora puedo conservar el acceso a millones y millones de publicaciones
online, contenidas en algún lugar del ciberespacio y custodiadas tan restrictivamente
que solamente están al alcance de eso que se ha dado en llamar, de un modo
presuntuosamente fraternal, «comunidad universitaria”.
Dicho en plata: la facultad me
tiene en sus manos, bien atrapada como en un noviazgo tóxico, pues necesito un
carnet de profesora en el que haya escrita esa cifra que sirve de clave para
acceder de forma online a la producción científica mundial, que es exclusiva
para los suscritos. La libertad también es elegir la droga que se prefiera, e incluso
las prepúberes adictas a colocarse con pegamento en el recreo deberían contarle
al mundo la enormidad de su desparrame, pues mundo es. Dicho más técnicamente:
mi continuidad como ser vivo depende de que pueda conectarme a internet a
través del proxy de la universidad, que costea numerosas y apetecibles suscripciones
y que hace de intermediario entre yo y el saber, no muy distintamente al
camello que en su día me vendía hachís, que a mi modo de ver sigue siendo la
droga menos inelegante. Si no:
you are not currently authenticated. Y ya entonces: password required o
purchase content. 19,95$, 36$, 115$ por cada publicación, como el insert coin
de una máquina de pinball. Sin licencia no hay suelo bajo los pies y conviene
aceptarlo. He aquí un dato histórico, monumental como pocos: Aaron Swartz (1986-2013)
se dejó el pellejo tratando de subvertir el orden de los suscritos y fue
perseguido y acabó -hagamos un minuto de silencio-: muerto. Y hoy está
enterrado en Arlington Heights (Illinois), en el cementerio Shalom Memorial Park,
concretamente.
Como pensado por el diablo, el
Principio de Mínimo Privilegio rige todas nuestras vidas y dice, en una lengua
de apariencia justa y razonable y, supuestamente, en pro de la seguridad común:
un usuario solo ha de tener acceso a aquella información y a aquellos recursos
que son necesarios para su legítimo propósito.
LIBROS KELMSCOTT
Noche y océano, Raquel Taranilla
Segundo. En el fragmento de la
Teoría escogido por Quirós, recurre Veblen a la figura de William Morris y, en
concreto, a la tarea editora a la que se lanzó en los últimos años de su vida,
cuando fundó la casa Kelmscott con la idea de confeccionar libros singularmente
bellos, tan delicados que por sí mismos tuviesen la capacidad de hacer de la
vida una experiencia placentera. Cuesta encontrar razones para no admirar el
ensueño de Morris, que critica con pasión y dureza la producción industrial de
los objetos, su sometimiento nocivo a las leyes del mercado. El arte es según
él el medio por el que los trabajadores pueden salir de la esclavitud, dignificando
su existencia mediante la manufactura de productos hermosos, idealmente en el
corazón de una ciudad sin hollín. Díganme ustedes si tal planteamiento no
resulta encantador. Frente al maquinismo castrador, el trabajo manual confiere
dignidad, pues no solo permite darle un acabado artístico, bello, a todo objeto
que engendre, sino que además hace que el proceso resulte grato: “son los
trabajadores, y no los pedantes, quienes pueden crear un arte realmente
vigoroso”, y con tal planteamiento nació la editorial Kelmscott, que como
alternativa a los libros convencionales (que eran para Morris un objeto
chapucero, un sucedáneo del libro ideal) se propone publicar libros que en
realidad sean joyas: ejemplares hechos a mano y a la antigua, con papel de la
mejor calidad y que incluyan tipografías e ilustraciones fabulosas; libros
artísticos, hermanos de aquellos que se hizo imprimir en exclusiva el duque Des
Esseintes en la novela A contrapelo. No había que ahorrar en florituras ni en
adornos. Todo esmero parecía pequeño para dar con el volumen único cuyas
páginas, al pasar, sacudiesen un poco el polvo victoriano y llevasen luz y
alegría a las gentes de bien.
NABOKOVIANA
Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 279
El DSM-5 no arroja luz sobre este
comportamiento. Tampoco para otros muy parecidos, que también consisten en
colgar de las paredes cosas muy significativas, pues en ellas reside tal vez la
verdad, de vez en cuando. En Pálido fuego, el largo poema escrito por el
supuesto John Francis Shade, en la obra homónima de Vladimir Nabokov, se
dedican varios versos a describir el cuarto de la extravagante tía Maud, la
mujer que crió al poeta. Entre el montón de chorradas que la tía Maud conserva,
hay un recorte del diario Star: “Los Red Sox baten a los Yanks 5 a 4, sobre el
Homero de Chapman, clavado en la puerta”, a lo que el muy pirado profesor
Charles Kinbote, el editor y comentador de la obra de Shade que se inventa Nabokov,
aclara: “por una distracción del impresor del diario, un famoso poema de Keats [
“On first looking into Chapman's Homer”] fue traspuesto, de una manera cómica,
de algún otro artículo a la reseña de un acontecimiento deportivo”.O sea: la
poesía se cuela por error en las páginas sobre béisbol y todo son risas, que la
tía Maud quiere conservar y compartir con sus visitas. Sepan que,
supuestamente, Kinbote escribe esas palabras en 1959, en un libro que Nabokov
publica en 1962. ¿Ven ya cuál es el drama? El error del periódico (el error en
la continuidad, a la sazón tan sagrada como una madre) tiene un efecto cómico sobre
la tía Maud, sobre Shade, sobre Kinbote y sobre Nabokov que nos ha quedado
vetado en tan solo medio siglo. Si la combinación de una noticia deportiva y un
poema de Keats fuera hoy graciosa, las muchas tías Mauds de cada barrio tendrían
su cuarto forrado de páginas del periódico. Tendrían la memoria de sus
teléfonos móviles y sus ordenadores hasta arriba de fotos de combinaciones de
noticias imposibles. ¿Y acaso hay tías Mauds que empapelan con recortes de
prensa la habitación propia e incluso la casa entera, desde el zócalo hasta el
techo? ¿Dirían ustedes que sí las hay? No sé, amigos, yo creo que es hora de
empezar a hablar de situación-tendente-al-colapso (S. T. C.). Escribe Nick Land
en Colapso: la táctica- k no se ocupa de construir el futuro, sino de desmantelar
el pasado. A menudo pienso que no falta mucho para lograrlo.
INCIPIT 985. PIO BAROJA / EDUARDO MENDOZA
INTRODUCCIÓN
Cuando empecé a trabajar en el presente texto, lo hice partiendo de dos errores de concepción. El
primer error consistía en pensar que Baroja ocupaba un lugar ilustre en la
historia de la literatura española. No tardé, sin embargo, en percatarme de que
no era así, o, al menos, de que no lo era en el sentido que yo daba a la
expresión, esto es, al de haber entrado Baroja en el mausoleo de los escritores
sancionados por el tiempo. Con grata sorpresa vi que Baroja seguía siendo un
escritor actual, cuya obra se resistía a abandonar en las librerías el sector
de "Narrativa" o incluso el de "Novedades" para ocupar otro
más digno pero menos vivo en el de "Clásicos".
Con esto quiero decir que el lector no especializado sigue leyendo
novelas de Baroja "de ida", o "por saber qué pasa", como
las de cualquier otro autor contemporáneo, sin ninguna intención historicista o
literaria, es decir, académica. Entre los novelistas españoles antiguos y
algunos no tan antiguos, éste es un privilegio que, si no me equivoco, la obra
narrativa de Baroja comparte únicamente con La Regenta de Clarín.
INCIPIT 989. MI AÑO DE DESCANSO Y RELAJACION / OTTESA MOSHFEGH
Cada vez que me despertaba, de
día o de noche, me arrastraba por el luminoso vestíbulo de mármol de mi edificio
y subía por la calle y doblaba la esquina donde había un colmado que no cerraba
nunca. Me pedía dos cafés grandes con leche y seis de azúcar cada uno, me tomaba
de un trago el primero en el ascensor de regreso a casa y luego a sorbos el
segundo, despacio, mientras veía películas y comía galletitas saladas con formas
de animales y tomaba trazodona y zolpidem y Nembutal hasta que volvía a
dormirme. Así perdía la noción del tiempo. Pasaban los días. Las semanas. Unos
cuantos meses. Cuando me acordaba, pedía comida al tailandés de enfrente o una
ensalada de atún a la cafetería de la Primera Avenida. Me despertaba y me
encontraba en el móvil mensajes de voz de peluquerías o spas confirmando citas
que había reservado mientras estaba dormida. Llamaba siempre para cancelarlas,
y odiaba hacerlo porque odiaba hablar con la gente.
INCIPT 987. EL CINEFILO / WALKER PERCY
Esta mañana he recibido una nota
de mi tía en la que me pide que vaya a comer. Sé lo que significa. Como voy a
cenar a su casa cada domingo, y hoy es miércoles, solo puede significar una
cosa: quiere tener una de sus charlas serias. Será algo extremadamente grave,
puede que una mala noticia sobre su hijastra Kate, o bien una charla acerca de
mi, sobre el futuro y lo que yo debería hacer. Eso bastaría para espantar a
cualquiera, pero confieso que no me parece una perspectiva del todo
desagradable. Recuerdo cuando mi hermano mayor, Scott, murió de neumonía. Yo
tenía ocho años. Mi tía se hizo cargo de mi me llevó a dar una vuelta por
detrás del hospital. Era una calle interesante.
INCIPIT 984. Encuentros heroicos. Seis escenas griegas / Carlos García Gual
LA LECTURA DE LOS CLÁSICOS Y SUS ECOS
Tal vez no sea superfluo anteponer unas líneas de
introducción a este pequeño libro, que es, sencillamente, una invitación a releer seis escenas de la literatura griega.
Son seis escenas que tienen, en mi opinión, un especial atractivo por sus contenidos
y su forma: tres de ellas pertenecen a la literatura más clásica: dos son de
Hornero y la tercera de una tragedia de Sófocles. Las tres últimas proceden de
textos menos clásicos y de época más tardía, pero no son menos emotivas, ni
menos sugerentes. Son escenas muy distintas entre sí, de evidente originalidad
y de efectos literarios muy logrados. Sé bien que las lecturas comentadas no
son un género de libros ahora en boga. Y mucho menos cuando se trata de escenas
tornadas de la antigua literatura griega, relegada al olvido por el hecho de
ser antigua, es decir, distante y extraña,
en nuestros días. Creo, sin embargo, que también lo inactual y poco
frecuente tiene su atractivo, e incluso que esa distancia unida a su
originalidad ofrece un fuerte y singular atractivo. Somos lectores, en general,
triviales y apresurados. Quizás de manera inevitable. Manejarnos demasiados
libros y papeles, una infinidad de mensajes y noticias en el ordenador, y no
nos permitirnos a menudo en la lectura el dedicar mucho tiempo a uno u otro
texto. Pero, a pesar de todo, quiero , invitar a una lectura lenta, atenta y
detallista, una lectura demorada en palabras y voces de estos pocos fragmentos
lejanos.
INCIPT 986. NOCHE Y OCEANO / RAQUEL TARANILLA
Imagino que, igual que yo, muchos
de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace
algunos meses en la prensa: “Robado el
cráneo de Murnau, director de Nosferatu”. Según informaba el periódico, alguien
había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf,
próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar
allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el
administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes,
sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre
los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del
ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló
sobre el ataúd.
Ahora bien, a diferencia del de
ustedes, mi estupor no tiene que ver tanto con la extravagancia de quitarle la
cabeza a un muerto como con la certeza de conocer al culpable.
ESCRIBE WALTER BENJAMIN
Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 252
Escribe Walter Benjamin (en
alguna parte): “No tengo nada que decir. Solo que mostrar. No hurtaré nada
valioso, no me apropiaré de ninguna formulación profunda. Pero los hallazgos,
los deshechos, esos no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su
derecho de la única manera posible: empleándolos”. Y ahora: noten de qué modo
van ganando vigor Eastman y los Johnson, cómo se han hecho grandes como un
flemón en mi bocota colorista, que aumentará exponencialmente de velocidad e
igual que un coche demasiado acelerado acabará volcada en la cuneta. ¡Patapam!
Ha quedado antiguo y fuera de juego el diagnóstico de Stevenson acerca de la
dificultad de narrar: “Cualquiera puede escribir una historia corta -una mala,
se entiende-, si se aplica y tiene papel y tiempo de sobras; pero no todo el
mundo puede esperar escribir ni siquiera una mala novela. Es la longitud lo que
mata”. La dificultad mayor ya no será
nunca la extensión, puesto que si de algo va sobrado el mundo es de datos que sumar, que aparecen
hasta de debajo de las piedras, igual que caracoles tras una mañana de lluvia
que un novelista o un guionista necesitado de subtramas puede atrapar
fácilmente, incluso con el ordenador a cuestas. El reto pertenece, en efecto, a
una magnitud distinta a la largura, que es la del grado de atención de todos ustedes.
Las informaciones no se pierden en la oscuridad sino en el exceso de luz, en la
visibilidad rotunda como una sandía a punto de troncharse de pura madurez.
Torrencialmente cito libros y películas, sintiendo en la frente la falsa libertad
de la ligereza: no hay ubicación, no hay fuera ni dentro, no hay arriba ni
abajo, no hay cultura, no existe la mañana y tampoco la noche, solo hay ansiosa
alegría por devorar, por consumir, por vomitar, por triturar, por enmarranar
ideas, conceptos, problemas y referencias como en el cuento del cerdito feliz.
¿Lo conocen? Lo confieso: soy una escritora ruidosa.
QUIT-LIT
Noche y océano, Raquel Taranilla, p.225
Búsquenlo ustedes mismos en
internet: tecleen quit-lit –por “lit( eratura) de la dimisión o del
enviarlo-todoal-cuerno”- y anímense a conocer las tribulaciones de los
muchísimos académicos que se mostraron a sí mismos la bandera blanca y se
animaron a dejar por escrito su denuncia contra ese gran vertedero que es toda
facultad (en muchos casos como parte de una terapia psicológica de largo
alcance). Grosso modo, la quit-lit se sustenta sobre el drama de que toda
trayectoria universitaria, además de sudor y lágrimas, incluye: frustración y
escasas opciones de dar rienda suelta al deseo y a la creatividad; un sistema
de retribución en el que rara vez se premia el mérito; lesiones en la piel y en
las mucosas, de origen casi siempre psicosomático (aunque no únicamente);
larguísimas jornadas dedicadas al papeleo; temporadas en las que te van
holgados los pantalones de la talla S y otras en las que debes aguantar la
respiración para meterte en la talla L; reuniones monopolizadas por los más
pelotas o los más ineptos del lugar; sentimientos de odio exacerbado cuando en
un artículo de tu exacta área de especialidad no se menciona tu trabajo;
soledad; competitividad ultracapitalista fusionada con formas muy originales de
vasallaje medieval; coitos poco satisfactorios, por culpa de tener la cabeza en
otra parte (aunque no solo por ello); estudiantes escasamente motivados,
déspotas y/o caprichosos como un cliente vip; autocomplacientes discursos
inaugurales en boca del decano de turno; ansiolíticos y antidepresivos. ¿Puede
alguien en sus cabales o sin parafilias sadomasoquistas acomodarse a ese pack
perverso?
CIRCULO DE LECTORES
Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 59
Y, a pesar de la antipatía que me
despertó que me intentara colocar una suscripción, Ana María me gustó bastante
y por eso me quedé allí, de pie primero y ya después sentada junto a ella en uno
de los bancos del andén, donde había una máquina expendedora muy oportuna, en
la que compramos un par de refrescos y también, cuando nos entró el hambre,
varias bolsitas de cacahuetes, y estuvimos hablando hasta que a medianoche
cerraron la estación y pasó el último tren y lo tomamos para irnos cada una a
su casa. Primero hablamos de libros, rajando de buena parte del catálogo del
Círculo de Lectores (lo que incluía parte de la colección Clásicos Universales,
que yo hubiera salvado de entrada, pero que Ana María condenó alegando con muy
buenos argumentos que las traducciones eran nefastas, por no hablar de que
reproducían el dominio patriarcal, etcétera, etcétera), pero pronto la
conversación nos llevó a otros derroteros -qué sé yo: recuerdo que hablamos del
descubrimiento reciente de otro planeta más del Sistema Solar, del huracán Katrina,
de los restos del avión de Saint-Exupéry, de una ola de suicidios colectivos en
Japón (que se llevaban a cabo dentro de vehículos alquilados y mediante la
técnica de la intoxicación con monóxido de carbono gracias a un tubo de goma
hábilmente colocado uniendo el tubo de escape y el interior del vehículo), de
2666, de un montón de embriones de dinosaurio que habían sido misteriosamente hallados
en la Patagonia, del estreno de Sin City, de las armas nucleares con que nos amenaza
Corea del Norte y de un eclipse de sol inminente, todo lo cual nos llevó a
preguntarnos si el mundo, pese a seguir siendo un lugar repleto de tesoros por
descubrir, no se estaría aproximando aceleradamente a su destrucción-. Aunque en
algún momento de nuestra larga charla (medio por pena y medio en honor a
nuestra amistad recién estrenada) yo habría llegado a aceptar hacerme el carnet
del Círculo de Lectores, Ana María no volvió a ofrecerme una suscripción.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
WIKIPEDIA
Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia