Cuando se escriben novelas, se
toma del mundo lo que hay que tomar, se devuelve lo que se puede y se da por
sentado que la imaginación lo ha hecho todo, pero ¿qué ocurre cuando se escribe
una historia que ya se conoce? ¿No está determinada ya por los hechos y, por
tanto, fuera de la imaginación? En este libro sostengo que la diferencia ya no
es en particular en el mundo en que vivimos. Cuando informo, más que un
recopilador de noticias, me siento un buscador de realidades, un cronista para
el que las técnicas ficción nunca son extrañas y raramente están fuera de
lugar. Las personas sobre las que escribo suelen vivir en una realidad que
ellas mismas han construido o que de un modo u otro se asocia con la ficción y,
para conocer su historia, es necesario entrar en su limbo y bailar con sus
sombras. De joven aprendi de los poetas a no confiar en la realidad –“La
realidad es un cliché del que escapamos gracias a la metáfora” decía Wallace Stevens-
y las figuras que protagonizan este libro documental, todas las cuales son
reales o lo fueron, dependen de un alto grado de artificialidad para existir en
el mundo.
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