A partir de ahora, tengan cuidado
Aunque antes fue sumiso, al verse
en una senda peligrosa el hombre justo entró al valle de la muerte.
He llegado a una edad y a un
estado en que cada noche antes de acostarme debería lavarme los pies y
arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a buscarme la ambulancia.
Si aquella noche hubiera
consultado el libro de las efemérides para saber qué sucedía en el cielo, jamás
me hubiera ido a acostar. Pero en lugar de eso caí en un sueño profundo,
gracias a una infusión de lúpulo que acompañé con dos grageas de valeriana. Por
eso, cuando a mitad de la noche me despertaron los golpes en la puerta
-violentos y desmesurados, y por lo tanto de mal augurio-, me costó recuperar
la conciencia. Salté de la cama y me puse de pie con el cuerpo tembloroso,
tambaleante y a medio dormir, incapaz de pasar del sueño a la vigilia. Sentí
que me mareaba y di un traspié, como si fuera a desmayarme de un momento a otro
-algo que, por desgracia, solía sucederme últimamente tenía relación con mis
dolencias-. Tuve que sentarme y repetir veces: “Estoy en casa, es de noche,
alguien golpea la puerta” y solo así logré controlarme. Mientras buscaba las
zapatillas oscuridad oí que la persona que llamaba a la puerta daba la a la
casa y murmuraba algo. Abajo, en el hueco que hay entre los contadores de la
luz, guardo una botella de gas paralizante que me dio dio Dionizy por si me
agredían los cazadores furtivos, y justo en aquel momento me acordé de ella. Aunque
me hallaba a oscuras conseguí dar con la forma fría y familiar del aerosol, y de
aquel modo encendí la luz del exterior.
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