Noche y océano, Raquel Taranilla, p.225
Búsquenlo ustedes mismos en
internet: tecleen quit-lit –por “lit( eratura) de la dimisión o del
enviarlo-todoal-cuerno”- y anímense a conocer las tribulaciones de los
muchísimos académicos que se mostraron a sí mismos la bandera blanca y se
animaron a dejar por escrito su denuncia contra ese gran vertedero que es toda
facultad (en muchos casos como parte de una terapia psicológica de largo
alcance). Grosso modo, la quit-lit se sustenta sobre el drama de que toda
trayectoria universitaria, además de sudor y lágrimas, incluye: frustración y
escasas opciones de dar rienda suelta al deseo y a la creatividad; un sistema
de retribución en el que rara vez se premia el mérito; lesiones en la piel y en
las mucosas, de origen casi siempre psicosomático (aunque no únicamente);
larguísimas jornadas dedicadas al papeleo; temporadas en las que te van
holgados los pantalones de la talla S y otras en las que debes aguantar la
respiración para meterte en la talla L; reuniones monopolizadas por los más
pelotas o los más ineptos del lugar; sentimientos de odio exacerbado cuando en
un artículo de tu exacta área de especialidad no se menciona tu trabajo;
soledad; competitividad ultracapitalista fusionada con formas muy originales de
vasallaje medieval; coitos poco satisfactorios, por culpa de tener la cabeza en
otra parte (aunque no solo por ello); estudiantes escasamente motivados,
déspotas y/o caprichosos como un cliente vip; autocomplacientes discursos
inaugurales en boca del decano de turno; ansiolíticos y antidepresivos. ¿Puede
alguien en sus cabales o sin parafilias sadomasoquistas acomodarse a ese pack
perverso?
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