Noche y océano, Raquel Taranilla
Segundo. En el fragmento de la
Teoría escogido por Quirós, recurre Veblen a la figura de William Morris y, en
concreto, a la tarea editora a la que se lanzó en los últimos años de su vida,
cuando fundó la casa Kelmscott con la idea de confeccionar libros singularmente
bellos, tan delicados que por sí mismos tuviesen la capacidad de hacer de la
vida una experiencia placentera. Cuesta encontrar razones para no admirar el
ensueño de Morris, que critica con pasión y dureza la producción industrial de
los objetos, su sometimiento nocivo a las leyes del mercado. El arte es según
él el medio por el que los trabajadores pueden salir de la esclavitud, dignificando
su existencia mediante la manufactura de productos hermosos, idealmente en el
corazón de una ciudad sin hollín. Díganme ustedes si tal planteamiento no
resulta encantador. Frente al maquinismo castrador, el trabajo manual confiere
dignidad, pues no solo permite darle un acabado artístico, bello, a todo objeto
que engendre, sino que además hace que el proceso resulte grato: “son los
trabajadores, y no los pedantes, quienes pueden crear un arte realmente
vigoroso”, y con tal planteamiento nació la editorial Kelmscott, que como
alternativa a los libros convencionales (que eran para Morris un objeto
chapucero, un sucedáneo del libro ideal) se propone publicar libros que en
realidad sean joyas: ejemplares hechos a mano y a la antigua, con papel de la
mejor calidad y que incluyan tipografías e ilustraciones fabulosas; libros
artísticos, hermanos de aquellos que se hizo imprimir en exclusiva el duque Des
Esseintes en la novela A contrapelo. No había que ahorrar en florituras ni en
adornos. Todo esmero parecía pequeño para dar con el volumen único cuyas
páginas, al pasar, sacudiesen un poco el polvo victoriano y llevasen luz y
alegría a las gentes de bien.
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