Noche y océano, Raquel Taranilla, p. 357
El casco de seguridad lo llevan
los obreros y, aunque con no poca frecuencia he mantenido lo contrario, lejos
estoy yo de poderme contar entre ellos, por mucho divertimento que haya hallado
en el pasado al citar estas palabras de Mao: «La línea divisoria entre intelectuales
revolucionarios e intelectuales no revolucionarios o contrarrevolucionarios es
si están o no dispuestos a integrarse con los trabajadores y campesinos y, de
hecho, lo hacen”. Aquello que yo estoy dispuesta a hacer no se lo puedo decir
porque escapa a mi entendimiento. Pero, a cambio, permítanme contarles que el
casco de seguridad es un objeto que realmente me fascina desde que supe que es
un invento de Franz Kafka,por el que el escritor recibió una medalla de oro en
el Congreso Americano de Seguridad Laboral de 1912 (celebrado en Milwaukee por
la Asociación de Ingenieros Eléctricos del Hierro y del Acero). Por lo visto,
al enterarse de la distinción, un Kafka muy agradecido dijo ante sus compañeros
en la compañía de seguros en la que trabajaba:
“Ni se imaginan el trabajo que me
dan mis cuatro distritos. Los trabajadores se caen de los andamios y de las
máquinas si van bebidos, los tablones se vuelcan, los muros se derrumban, los escalones
resbalan, todo lo que se levanta acaba cayendo. Y todas esas chicas de las
fábricas de vajilla que constantemente lanzan cacharros de loza por el hueco de
las escaleras me dan dolor de cabeza.”
He aquí un problema perturbador
(el accidente laboral) y su solución (el casco), de donde surge, como a pedir
de boca, la pregunta a todas luces improcedente de si hay algo aparente y
prejuiciosamente menos kafkiano que un casco de seguridad. Quizá solo en la
mano de Kafka esté la posibilidad de hacer cosas radicalmente inkafkianas.
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