Imagino que, igual que yo, muchos
de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace
algunos meses en la prensa: “Robado el
cráneo de Murnau, director de Nosferatu”. Según informaba el periódico, alguien
había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf,
próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar
allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el
administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes,
sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre
los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del
ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló
sobre el ataúd.
Ahora bien, a diferencia del de
ustedes, mi estupor no tiene que ver tanto con la extravagancia de quitarle la
cabeza a un muerto como con la certeza de conocer al culpable.
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