El mundo tal como lo encontré, B. Duffy, p. 110
Había otra cosa que atormentaba a
Russell: la verdadera manera de ser de Wittgenstein.
Lo que más le desconcertaba era
esa cualidad suya insular y fugitiva. Russell advertía que no se trataba de
simple reserva ni tampoco de la afectación de un joven que asume un falso aire
de tragedia. Aunque no era capaz de explicar cómo o por qué, sentía que las
creencias y el modo de ser de Wittgenstein) eran de una pieza. Al fin y al
cabo, el hecho de que Wittgenstein se negara a admitir la existencia de nada
salvo de las proposiciones habladas, denotaba a juicio de Russell una firmeza
que iba más allá de la testarudez del solipsista o nihilista. Otro joven
hubiera podido decir esto para resultar peculiar u ocurrente, para contender
con la autoridad. Pero la postura de Wittgenstein parecía formar parte de una ruptura
más profunda. No se limitaba a discutir; discutía por su vida.
Pero ¿por qué todo este
sufrimiento para llegar a ideas nuevas?, se preguntaba Russell. Era una pregunta
que hubiera podido hacerse a sí mismo con toda facilidad. En la lógica, existe
la ley de la identidad por la cual lo que es, es. También, está la ley de la
contradicción por la cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo. Y además la
ley del tercero excluido, por la cual todo debe ser o no ser. Aparte de estas
leyes, está también la navaja de Ockham-más una estética práctica que una ley-
por la cual las entidades lógicas no deben multiplicarse más de lo necesario.
Pero Russell veía que para el pensador existe lo que podría llamarse la ley del
Quiero-y-no-quiero, por la cual el acto
de buscar o desear, como una especie de propulsión, va acompañado de un rechazo
o un temor simultáneo. Russell sabía que buscar nunca era simplemente buscar;
no era sólo aquella cosa anhelada en la distancia sino también el impulso que
había detrás y que se añadía exponencialmente al impacto consiguiente.
Fuera como fuese, Russell intuía
peligro, y sin embargo lo encontraba extrañamente emocionante. Pero olvidaba el
corolario de la ley del Quiero-y-no-quiero, es decir, que esta condición era mucho
más emocionante para él, el observador, que para Wittgenstein, para quien esta
necesidad era otra cosa, una cosa absolutamente distinta.
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