Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

WITTGENSTEIN

El mundo tal como lo encontré, B. Duffy, p. 110
Había otra cosa que atormentaba a Russell: la verdadera manera de ser de Wittgenstein.
Lo que más le desconcertaba era esa cualidad suya insular y fugitiva. Russell advertía que no se trataba de simple reserva ni tampoco de la afectación de un joven que asume un falso aire de tragedia. Aunque no era capaz de explicar cómo o por qué, sentía que las creencias y el modo de ser de Wittgenstein) eran de una pieza. Al fin y al cabo, el hecho de que Wittgenstein se negara a admitir la existencia de nada salvo de las proposiciones habladas, denotaba a juicio de Russell una firmeza que iba más allá de la testarudez del solipsista o nihilista. Otro joven hubiera podido decir esto para resultar peculiar u ocurrente, para contender con la autoridad. Pero la postura de Wittgenstein parecía formar parte de una ruptura más profunda. No se limitaba a discutir; discutía por su vida.
Pero ¿por qué todo este sufrimiento para llegar a ideas nuevas?, se preguntaba Russell. Era una pregunta que hubiera podido hacerse a sí mismo con toda facilidad. En la lógica, existe la ley de la identidad por la cual lo que es, es. También, está la ley de la contradicción por la cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo. Y además la ley del tercero excluido, por la cual todo debe ser o no ser. Aparte de estas leyes, está también la navaja de Ockham-más una estética práctica que una ley- por la cual las entidades lógicas no deben multiplicarse más de lo necesario. Pero Russell veía que para el pensador existe lo que podría llamarse la ley del  Quiero-y-no-quiero, por la cual el acto de buscar o desear, como una especie de propulsión, va acompañado de un rechazo o un temor simultáneo. Russell sabía que buscar nunca era simplemente buscar; no era sólo aquella cosa anhelada en la distancia sino también el impulso que había detrás y que se añadía exponencialmente al impacto consiguiente.

Fuera como fuese, Russell intuía peligro, y sin embargo lo encontraba extrañamente emocionante. Pero olvidaba el corolario de la ley del Quiero-y-no-quiero, es decir, que esta condición era mucho más emocionante para él, el observador, que para Wittgenstein, para quien esta necesidad era otra cosa, una cosa absolutamente distinta.

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