Angelus Novus, Walter Benjamin, p. 100
Hay un retrato de Kafka niño, y
pocas veces «la pobre, breve infancia» se ha traducido en forma más aguda. Debe
haber sido hecho en uno de esos estudios fotográficos del siglo pasado que, con
sus decorados y sus palmeras, sus arabescos y sus caballetes, estaban a medio
camino entre la cámara de torturas y la sala del trono. Allí, en un trajecito estrecho,
casi humillante, sobrecargado de bordados, un niño de unos seis años aparece
delante de un paisaje de invernáculo. Sobre el fondo hay rígidas ramas de
palmera. Y como si se tratase de tornar más calurosos y sofocantes esos
trópicos de relleno, el niño tiene en la izquierda un enorme sombrero con
anchas alas, como los de los españoles. Ojos infinitamente tristes se
sobreponen al paisaje que les ha estado destinado y la cavidad de una gran
oreja aparece escuchando.
El ardiente Deseo de convertirse
en un indio se ha nutrido tal vez durante una época de estagran tristeza: «Ser
un indio, siempre dispuesto, y sobre el caballo a la carrera, hendir el aire,
vibrar siempre de nuevo sobre el terreno que vibra, hasta que se abandonan las
espuelas, porque no hay riendas, y no se ve más que el campo frente a sí, igual
a una extensión pelada, ya sin el pescuezo y sin la cabeza del caballo.» Este
deseo contiene muchas cosas. Su secreto queda revelado al consumarse en América.
La novela América posee un carácter particular, que es evidente ya en el nombre
del protagonista. Mientras que en las novelas anteriores el autor no se dirigía
nunca a sí mismo más que con el murmullo de una inicial, aquí vive un
renacimiento con su nombre entero y en el nuevo mundo. Vive tal renacimiento en
el teatro natural de Oklahoma.
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