Escapada, Alice Munro, p. 49
Era una chica alta, de cutis
claro y figura esbelta, pelo castaño también claro que ni siquiera con laca
conseguía ahuecar. Parecía una estudiante espabilada. La cabeza alta, la
barbilla bien redondeada, boca ancha de labios delgados, nariz respingona, ojos
luminosos y frente que con frecuencia se ruborizaba ante el esfuerzo o los elogios.
Sus profesores estaban encantados con ella –agradecían que en esta época
alguien quisiera estudiar lenguas muertas y, con más razón, si era alguien tan
bien dotado ... Pero también les preocupaba. El problema es que era una niña.
Si se casaba, cosa que muy bien podría suceder porque no tenía mala pinta para
una becada -no tenía mala pinta en absoluto-, desperdiciaría todo su trabajo
... y el de ellos. Si no se casaba probablemente se convertiría en una mujer
amargada y solitaria, perdería ascensos en beneficio de los hombres (que los
necesitaban más porque tenían que sostener a la familia). Y no sería capaz de
defender la rareza de haber elegido lenguas clásicas, de aceptar que la gente
lo viera como algo fuera de lugar -o árido-, de mantener el tipo como haría un
hombre. Las preferencias extrañas eran simplemente más fáciles para los hombres,
la mayoría de los cuales encontrarían mujeres dispuestas a casarse con ellos.
No así al revés.
Cuando le llegó la oferta de
trabajo la apremiaron para que aceptara. Será estupendo para tí. Recorrerás un
poco el mundo. Verás algo de la vida real.
Juliet estaba acostumbrada a ese
tipo de consejos aunque la desconcertaba que los dieran esos hombres, que no
parecían ni daban la impresión de haberse afanado demasiado por recorrer el
mundo real. En el pueblo donde se había criado su nivel de inteligencia se consideraba
a menudo incluido en la misma categoría que el de un lisiado o en el del que
tiene un pulgar de más. La gente se precipitaba a señalar los correspondientes
fallos: su torpeza para coser a máquina, atar un paquete bien hecho o notar que
le asomaba la enagua. ¿Qué iba a ser de ella?, se preguntaban.
Les pasaba hasta a sus padres,
que estaban orgullosos de ella. La madre quería que todos la consideraran
encantadora y con ese propósito la obligó a aprender a patinar y a estudiar
piano. Ninguna de las dos cosas las hacía con gusto ni bien. El padre sólo
pretendía que se amoldara. Tienes que amoldarte -le decía-, de lo contrario te harán
la vida imposible. (El consejo ignoraba el hecho de que ni él ni -especialmente-la
madre se hubieran amoldado y no por eso eran desdichados. A lo mejor dudaban de
que Juliet tuviera tanta suerte.)
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