Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

UNA MUJER

Escapada, Alice Munro, p. 49
Era una chica alta, de cutis claro y figura esbelta, pelo castaño también claro que ni siquiera con laca conseguía ahuecar. Parecía una estudiante espabilada. La cabeza alta, la barbilla bien redondeada, boca ancha de labios delgados, nariz respingona, ojos luminosos y frente que con frecuencia se ruborizaba ante el esfuerzo o los elogios. Sus profesores estaban encantados con ella –agradecían que en esta época alguien quisiera estudiar lenguas muertas y, con más razón, si era alguien tan bien dotado ... Pero también les preocupaba. El problema es que era una niña. Si se casaba, cosa que muy bien podría suceder porque no tenía mala pinta para una becada -no tenía mala pinta en absoluto-, desperdiciaría todo su trabajo ... y el de ellos. Si no se casaba probablemente se convertiría en una mujer amargada y solitaria, perdería ascensos en beneficio de los hombres (que los necesitaban más porque tenían que sostener a la familia). Y no sería capaz de defender la rareza de haber elegido lenguas clásicas, de aceptar que la gente lo viera como algo fuera de lugar -o árido-, de mantener el tipo como haría un hombre. Las preferencias extrañas eran simplemente más fáciles para los hombres, la mayoría de los cuales encontrarían mujeres dispuestas a casarse con ellos. No así al revés.
Cuando le llegó la oferta de trabajo la apremiaron para que aceptara. Será estupendo para tí. Recorrerás un poco el mundo. Verás algo de la vida real.
Juliet estaba acostumbrada a ese tipo de consejos aunque la desconcertaba que los dieran esos hombres, que no parecían ni daban la impresión de haberse afanado demasiado por recorrer el mundo real. En el pueblo donde se había criado su nivel de inteligencia se consideraba a menudo incluido en la misma categoría que el de un lisiado o en el del que tiene un pulgar de más. La gente se precipitaba a señalar los correspondientes fallos: su torpeza para coser a máquina, atar un paquete bien hecho o notar que le asomaba la enagua. ¿Qué iba a ser de ella?, se preguntaban.

Les pasaba hasta a sus padres, que estaban orgullosos de ella. La madre quería que todos la consideraran encantadora y con ese propósito la obligó a aprender a patinar y a estudiar piano. Ninguna de las dos cosas las hacía con gusto ni bien. El padre sólo pretendía que se amoldara. Tienes que amoldarte -le decía-, de lo contrario te harán la vida imposible. (El consejo ignoraba el hecho de que ni él ni -especialmente-la madre se hubieran amoldado y no por eso eran desdichados. A lo mejor dudaban de que Juliet tuviera tanta suerte.) 

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