Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CIENCIA Y DEPORTE

Mientras no cambien los dioses, Ferlosio, p. 10
II. Para tan precarios éxitos de público no compensaba tanto desgaste de altavoces, tanta retórica y tanto tamborearse el pecho con los puños; la sencillez y la modestia propias de la ciencia son mucho más baratas. La modestia es un rasgo propio de la ciencia, no ya porque el científico se la proponga, deontológicamente, como una virtud, sino porque, siendo lo más característico de su condición y su actitud el mantenerse volcado totalmente hacia el interés por el objeto, tiende a sumirse, de manera espontánea, en mayor o menor olvido de sí mismo. Pero la figura del sabio distraído que, aunque con ánimo benigno, quería caricaturizar precisamente tal disposición, se ha quedado anticuada en la misma medida en que la actitud científica se ha deportivizado. Y en lo que se refiere a la relación sujeto-objeto, no hay dos cosas más diametralmente contrapuestas que la ciencia y el deporte. Cuanto más prevalece el interés del sujeto por sí mismo, por su propio logro, por su propio mérito, sobre el interés por el objeto, tanto más nos acercamos a la que es evidentemente la actitud más propia del deporte, que es el culto a la pura hazaña inmanente, sin objeto, o carente de otro objeto que no sea el reflejo de la hazaña sobre el sujeto mismo, como un trofeo -medalla en su pechera o copa en su anaquel-, como un autocumplimiento, en que el grito «l did it!» manifiesta y agota el contenido entero del motivo, sin que el «it», el qué concreto en que pueda consistir el término del logro (la síntesis de la urea, la última marca de los cien metros lisos, el descubrimiento de las ondas hertzianas o la coronación del Everest) tenga otro valor ni relevancia que los de servir de instrumento para ese “I did it!” o kikirikí  autoafirmativo.

UPDIKE

Conejo es rico, John Updike
Harry lleva en los huesos la conciencia introyectada a lo largo de los años de que las noches de los dias en que Janice se ha peleado con su madre y ha bebido demasiado querrá hacer el amor. En los primeros diez años de su matrimonio, era difícil conseguir que ella se pusiera a tono, babia cantidad de cosas que se negaba a hacer y ni siquiera sabía que se hacían y que eran al parecer las cosas que estaban más presentes en la mente de Conejo, pero ella se desató desde que tuvo la aventura con Charlie Stavros, aproximadamente por la época de la llegada de una nave espacial a la luna, y como el estilo de los tiempos proclamaba que no había actos prohibidos, y además la muerte ya le estaba devorando el cuerpo lo bastante para que ella comprendiese que no era una vasija tan preciosa ni llegaría un superhombre para quien mereciese la pena reservarlo, Harry no tiene quejas. En realidad, las quejas en ese sentido podrían proceder más bien de ella con respecto a él. En algún momento de la primera época de la administración Carter, su interés por ella, que había sido bastante estable, comenzó a tambalearse y acabó convirtiéndose en una auténtica crisis de confianza. Él culpa al dinero: el hecho de tener por fin el suficiente le ha satisfecho enteramente; el dinero mismo, durmiendo en el banco, pierde valor constantemente, y eso también le preocupa, qué hacer con él, así como todo lo demás: los Phils, los muertos, el golf. Se ha apasionado por este deporte desde que se hicieron socios del Flying Eagle, sin que su juego haya mejorado mucho y sin que tampoco haya aumentado su impresión personal de que posee, escondidas en los recovecos de sus músculos, mayor potencia y pureza absoluta que en unos cuantos golpes afortunados de aquellas primeras partidas que jugó antiguamente. Se parece a la vida misma en que no se puede forzar su ejecutoria y en que su principio subyacente se niega a ser permanentemente invocado. Brazos como cuerdas) se dice él mismo a veces, con notable éxito, y luego, si la cosa va mal, Cambia de sitio tu peso" 0: No golpees con miedo, o Conserva el ángulo, refiriéndose al ángulo que forman el palo y los brazos cuando las muñecas están levantadas. A veces piensa que todo el secreto reside en las manos, luego que en los hombros y hasta en las rodillas. En este último caso no puede controlarlas. 

INCIPIT 860. EXTRAÑOS EN UN TREN / PATRICIA HIGHSMITH

El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. Pero su avance apenas se notaba. Diríase que la pradera ondulaba solamente, como una inmensa manta, rosada y ocre, que alguien estuviese sacudiendo. Cuanto más rápido iba el tren, más vivaces y burlonas eran las ondulaciones.
Guy desvió la mirada de la ventanilla y se retrepó en el asiento. «Miriam daría largas al divorcio en el mejor de los casos -pensó-. Tal vez ni siquiera deseaba divorciarse, sólo dinero. ¿Llegaría realmente a concederle el divorcio alguna vez?»
Se dio cuenta de que el odio empezaba a paralizar sus pensamientos, a convertir en simples callejones sin salida los caminos que su sentido de la lógica le había hecho ver en Nueva York. Podía sentir la presencia de Miriam más allá, ya no muy lejos ahora, sonrosado y pecoso el rostro, irradiando una especie de calor malsano como el de la pradera al otro lado de la   ventanilla. Hosca y cruel.
Automáticamente  alargó la mano para coger un cigarrillo y, por décima vez, recordó que estaba prohibido fumar en los coches Pullman. Lo cogió, de todos modos, y lo golpeó ligeramente dos veces contra la esfera del reloj, consultando la hora al mismo tiempo: eran las 5.12.

«Cualquiera diría que la hora importaba algo hoy» -pensó.

INCIPIT 859. LA HOMILIA DEL RATON / RS FERLOSIO

HOMILÍA DEL RATÓN (A MANERA DE PRÓLOGO)
3 DE FEBRERO DE 1981
"Él sabe que un Dios más fuerte con la sustancia inmortal está jugando a la muerte, cual niño bárbaro ... "
ANTONIO MACHADO
CADA VEZ MÁS, mirándolos a la luz que discrimina los buenos y los malos, se diría que los hombres viven en un crudo planeta sin atmósfera, tan tajante es la raya, tan intenso el gradiente en que se parten la sombra y el sol. No media entre uno y otra ni el más leve vapor de difusión o temblor de reverbero capaz de dar lugar a raras transiciones, a mínimas, arduas vías de mutación por las que los sombríos pudiesen esperar en algún caso pasarse a los solares o un hijo de la luz se permitiese alguna vez dejarse deslizar y confundir entre los hijos de las sombras. Mas no parece sino que de la mismísima afogonada y tenebrosa bocana del infierno el fatídico aviso de la eternidad: Lasciate ogni speranza subiese a anticiparse sobre los propios valles terrenales, como si el viejo, aunque nunca entero, albedrío de los humanos, habiendo ya alcanzado su pleamar, estuviese empezando a retirarse hacia el pasado, y por el otro frente viniese ya emergiendo de las entrañas de la tierra, montando y avanzando hacia las vastas playas  que las verdes, límpidas aguas del albedrío, entre un último y efímero festón de espumas, van abandonando, viscosa, humeante, lenta, horrenda ola de pez, negra colada hirviente en espaciada sucesión de amortiguadas explosiones,  compás de densas, chatas y enormes ampollas que revientan, la certidumbre de la perdición. Salvado está el que está entre los salvados, o por mejor decir, el que es de los salvados. Ya aquí, ya en este mundo, en este aborrecido guardamuebles, incluso a mítad de camino de su vida -sin los que pilla el rayo ni estrumpe la granada-, tienen los hombres de hoy, por lo que se comenta, ya resuelto su caso, arreglado su problema o sea, ya decidido su signo irrevocable. A cada paso se va sintiendo más desesperanzado cualquier intento en contra, cualquier pronunciamiento sedicioso, cualquier insurrección del alma toda que temerariamente arroje en un único golpe la entera guarnición contra la férrea raya que reparte a uno y otro costado sombra y luz

LA ENVIDIA

La homilía del ratón, Sánchez Ferlosio, p. 123
EL MITO DE LA ENVIDIA
20 DE JUNIO DE 1980

ME PRODUCE SONROJO mencionar ciertas vulgaridades, pero me aguantaré. Este tópico tan difundido y cargante de que la envidia es el vicio o pecado nacional no es sólo barato, sino también completamente falso. Sin embargo, la gran cantidad de veces que, para castigo de mis pobres oídos, he tenido que oírlo, me da idea del elevado número de españoles que rechazará esta refutación tan taxativa. Su experiencia estará tan sincera y convencidamente llena de casos evidentes que tal vez atribuyan mi insólita opinión a ganas de incordiar. Pero yo no voy a indicar más que una cosa: el multitudinario coro de los que se dispondrían a rebatirme,  asegurando que hay envidiosos sin fin, está exclusivamente compuesto de puros envidiados; no hay un solo envidioso ni por casualidad. La alegación de que eso es porque los envidiosos callan por vergüenza no puedo, naturalmente, destruirla, pero sí puedo objetar que si el silencio no es prueba cierta de que no los haya, tampoco la vergüenza puede serlo, a su vez, de que los haya. Juzgue, pues, cada cual por su experiencia; en lamia yo no hallo, en verdad, más que envidiados; a docenas, a cientos, en cada esquina, en cada matorral, lo mismo que conejos, pero juro que ni un solo envidioso. Y si acaso alguna vez he podido llegar  ocasionalmente a sospechar en alguien un sentimiento de envidia hacia un tercero, el dato es, desde luego, infinitamente insuficiente para justificar la inmensa pléyade de envidiados que sin callar un solo instante entona el indecente salmo de sus lamentaciones. Y solamente a partir del indirecto testimonio de los envidiados y enteramente en contra de los datos directos de mi propia experiencia personal ¿sería prudente en mí, o siquiera honrado, convalidar el tópico, por lo demás tan idiota y sonrojan te, de que la envidia es el pecado nacional? Pues no, sino que lo niego, y además sé lo que pasa de verdad: los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados; de modo que la envidia no es en absoluto el pecado nacional. O, mejor dicho, en cierta manera puede decirse que sigue siéndolo, porque si hay envidiados, aun no habiendo envidiosos, es forzoso admitir que de algún modo sigue habiendo envidia: la que ellos padecen como víctimas o reciben como destinatarios; no envidia emitida, sino recibida; no envidia como acción de un envidiante, sino envidia como pasión de un envidiado. Un envidiado carente de envidioso y no necesitado de él, un envidiado autóctono, autosuficiente, stripsista, onanista, masturbatorio, partenogenético. En una palabra, parece ser que el envidiado mismo, el paciente de la envidia, sin necesidad e agente, de envidioso, consigue autárquicamente producirla, como en economía de consumo, y, por tanto, ya en la forma pasiva, receptiva, en que él mismo como destinatario, como paciente de la envidia, precisa recibirla y consumirla. El envidioso no es, así pues, sino una proyección virtual, un contrapunto imaginario, secundariamente inducido, por efecto de resonancia metonímica del propio mecanismo. 

WITTGENSTEIN

El mundo tal como lo encontré, B. Duffy, p. 110
Había otra cosa que atormentaba a Russell: la verdadera manera de ser de Wittgenstein.
Lo que más le desconcertaba era esa cualidad suya insular y fugitiva. Russell advertía que no se trataba de simple reserva ni tampoco de la afectación de un joven que asume un falso aire de tragedia. Aunque no era capaz de explicar cómo o por qué, sentía que las creencias y el modo de ser de Wittgenstein) eran de una pieza. Al fin y al cabo, el hecho de que Wittgenstein se negara a admitir la existencia de nada salvo de las proposiciones habladas, denotaba a juicio de Russell una firmeza que iba más allá de la testarudez del solipsista o nihilista. Otro joven hubiera podido decir esto para resultar peculiar u ocurrente, para contender con la autoridad. Pero la postura de Wittgenstein parecía formar parte de una ruptura más profunda. No se limitaba a discutir; discutía por su vida.
Pero ¿por qué todo este sufrimiento para llegar a ideas nuevas?, se preguntaba Russell. Era una pregunta que hubiera podido hacerse a sí mismo con toda facilidad. En la lógica, existe la ley de la identidad por la cual lo que es, es. También, está la ley de la contradicción por la cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo. Y además la ley del tercero excluido, por la cual todo debe ser o no ser. Aparte de estas leyes, está también la navaja de Ockham-más una estética práctica que una ley- por la cual las entidades lógicas no deben multiplicarse más de lo necesario. Pero Russell veía que para el pensador existe lo que podría llamarse la ley del  Quiero-y-no-quiero, por la cual el acto de buscar o desear, como una especie de propulsión, va acompañado de un rechazo o un temor simultáneo. Russell sabía que buscar nunca era simplemente buscar; no era sólo aquella cosa anhelada en la distancia sino también el impulso que había detrás y que se añadía exponencialmente al impacto consiguiente.

Fuera como fuese, Russell intuía peligro, y sin embargo lo encontraba extrañamente emocionante. Pero olvidaba el corolario de la ley del Quiero-y-no-quiero, es decir, que esta condición era mucho más emocionante para él, el observador, que para Wittgenstein, para quien esta necesidad era otra cosa, una cosa absolutamente distinta.

BORGES

Un andar solitario entre la gente, Muñoz Molina, p. 221
Solo renunciando a todo podía hacerse invulnerable al chantaje de que le quitaran algo. En vez del sometimiento manso o cínico o de una resistencia activa que habría equivalído a una inmediata inmolación, Tichy eligió o encontró la desobediencia radical de quedarse al margen, de no necesitar nada para no tener que pedir nada, el naufragio y la isla desierta en su propia ciudad provinciana y atemorizada, una soledad de ermitaño en una choza que era su propia casa y en un desierto que era el de su país, tiranizado por la policía secreta y la burocracia comunista. Como no tenía nada no podían quitarle nada. Renunciando a la pintura se había ahorrado la necesidad de comprar materiales, de planear exposiciones, de encontrar galerías. No podían prohibirle ni negarle lo que no solicitaba. No lo podían amenazar con la expulsión del trabajo porque no trabajaba. No podían depurarlo de ninguna organización porque no pertenecía a ninguna. No le podían arruinar su carrera de artista porque desde muy joven se había desentendido de intentarla. Sería inútil que se empeñaran en callarlo porque él había decidido mucho antes quedarse en silencio; o que le prohibieran hacer algo, porque se pasaba la vida sin hacer nada, andando por ahí, rascándose al sol en los parques cuando llegaba el buen tiempo. No podían condenarlo al ostracismo porque él se había adelantado a abrazarlo. No tenía miedo a la marginación forzosa porque llevaba muchos años perfeccionando su propia marginalidad. Habría podido decir algo parecido a lo que dijo Borges al estudiante activista que lo amenazaba con apagar la luz del aula si no suspendía la clase y se unía a una huelga: “Adelante, apague. Tomé la precaución de ser ciego”.

MAS BEN

Un andar solitario entre la gente, Muñoz Molina, p. 256
En De Quincey y en Poe reconoce la fraternidad de los caminantes por la ciudad, la de los escritores calamitosos que han de malvender y hasta degradar sus talentos para ganarse la vida; la fraternidad de los adictos al opio. En Berlín, Walter Benjamin traduce a Baudelaire y como no logra encontrar una plaza de profesor y ha perdido, por culpa de la inflación y las convulsiones de los primeros años veinte, la seguridad burguesa en la que nació, se ve obligado también a escribir para los periódicos. El porvenir de las obras que estos hombres escriben es tan errante e incierto como sus propias vidas: artículos dispersos por las publicaciones más improbables, en periódicos que tuvieron una existencia tan fugaz o tan oscura que se perdieron todos sus ejemplares; artículos entregados o enviados que quedaron inéditos por la quiebra del periódico en el que iban a aparecer. Baudelaire murió sin ver reunidos en el libro que soñaba sus poemas en prosa. Walter Benjamin proyectaba estudios formidables para los que nunca tuvo sosiego ni tiempo, porque había que escribir artículos para comer cada día y pagar el alquiler, porque cambiaba de domicilio, de ciudad y país, y no tenía manera de agrupar todos sus papeles, de ordenar y completar lo que ya existía con una integridad deslumbradora en su cabeza.

INCIPIT 858. MIDDLESEX / JEFFREY EUGENIDES

LA CUCHARA DE PLATA
Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla t6xica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 197 4· Los lectores de publicaciones especializadas quizá se hayan topado conmigo en el artículo «Identidad sexual en los pseudohermafroditas con deficiencia de 5-alfa reductasa», del doctor Peter Luce, publicado en la Revista de Endocrinología Pedidtrica en I975· O puede que hayan visto mi fotografía en el capítulo dieciséis del ya tristemente anticuado Genétíca y herencia. Ahí salgo yo, en la página 578, desnudo, de pie junto a un indicador de estatura, con un rectángulo negro velándome los ojos.

En mi partida de nacimiento, mi nombre figura como Calíope Helen Stephanides. En mi último carné de conducir (de la República Federal de Alemania), mi nombre de pila es simplemente Cal. He sido guardameta de hockey sobre hierba, miembro durante mucho tiempo de la Fundación para Salvar al Manatí, esporádico asistente a la misa ortodoxa griega y, durante la mayor parte de mi vida adulta, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos. Como Tiresias, primero fui una cosa y luego otra. Fui ridiculizado por mis compañeros de clase, convertido en conejillo de Indias por los médicos, palpado por especialistas y calibrado por Don Dinero.

INCIPIT 857. LA PURGA / SOFI OKSANEN

Mayo de 1949
¡Por una Estonia libre!
Tengo que intentar escribir cuatro palabras para no volverme loco y caer en la depresión. Esconderé mi libreta aquí debajo del suelo del cuartucho, para que nadie la encuentre, aunque me descubran a mí. Ésta no es vida para un hombre. Una persona necesita a otra, a alguien con quien hablar. Intento hacer abdominales, mover los músculos, pero ya no soy un hombre, sino un cadáver. Un hombre hace las tareas de su casa, pero en mi casa trabaja la mujer, y eso es una vergüenza para el hombre.
Lüde no para de insinuárseme. ¿Por qué no me deja en paz? Apesta a cebolla.
¿Por qué tardan tanto los ingleses? ¿Dónde están los americanos? Todo pende de un hilo y ya no hay nada seguro. ¿Dónde están mis chicas, Linda e Ingel? La nostalgia es más fuerte de lo que puedo soportar.
Hans Pekk,
hijo de Eerik,

campesino de Estonia

BENJAMIN Y ASJA

Un andar solitario entre la gente, Muñoz Molina, p. 290
Tú Eres el Centro de Nuestras Atenciones. Asja Lacis cuenta su primer encuentro con Walter Benjamin, en Capri, en 1925. Son dos personas de países invernales del norte en la luz del verano del Mediterráneo. Ella había entrado con su hija en una tienda para comprar almendras, pero no sabía decir la palabra italiana. Un caballero que estaba junto a ella delante del mostrador tradujo su pedido y se ofreció a ayudarla. “¿Me permite acompañarla y ayudarla con el paquete?” A ella, una mujer moderna, de vida independiente, dedicada al teatro de vanguardia, militante bolchevique, le sorprendería aquel hombre ceremonioso y anticuado. Decía que tenía andares de tortuga. “Gafas que despedían pequeños destellos de luz, grueso cabello oscuro, nariz fina, manos torpes. El paquete se le caía de las manos.” Esto lo escribía Lacis al cabo de los años, sobrevivida al cautiverio en el gulag, cuando Benjamin llevaba muerto mucho tiempo. Él le dijo que llevaba días observándola en la plaza. “La observo desde hace dos semanas. Usted, con su traje blanco, con sus largas piernas, no atraviesa la plaza, flota por ella.» La veía pasar con su hija, y quizás el parecido visible entre las dos confirmaba su amor. 

PENSION FRANCIA

Un andar solitario entre la gente, Muñoz Molina, p. 295
Walter Benjamin llevaba consigo una especie de portafolios negro de piel en su huída hacia España por los Pirineos, y no se separaba nunca de él. Esa cartera o portafolios lo hacía aún más extravagante, por aquellos senderos agrestes de pastores y contrabandistas, con sus gafas, su corbata, su aire imposible de ciudad, con aquel calor exagerado que hacía, aunque era finales de septiembre. Tenía el corazón enfermo y los pulmones débiles de un fumador. Apretaba la cartera y decía que lo que guardaba en ella era más importante para él que su propia vida. Guardaría sin la menor duda los documentos que parecía que iban a salvarle la vida: el visado de entrada en Estados Unidos, el de tránsito por España, el de Portugal. Se paraba para recobrar el aliento y se limpiaba el sudor de la cara con un pañuelo y los otros fugitivos con los que viajaba iban dejándolo atrás y tenían que parar para esperarlo, temiendo siempre que los gendarmes franceses los atraparan. La maleta, la cartera, el portafolios, parece que seguía en el cuarto donde se alojó en Portbou, en la pensión Francia. Consta en el registro de las cosas que dejó, pero nadie la encontró nunca. En alguna parte se habría quedado la mascarilla antigás que llevaba consigo cuando salió huyendo de París, la víspera de la entrada de los alemanes. Tampoco el reloj de bolsillo que llevaba ,i;onsigo, la cadena colgándole anticuadamente de la solapa, heredado de su abuelo, la única reliquia que le quedaba de su vida burguesa en Berlín.

EL LEGADO DE BENJAMIN

Un andar solitario entre la gente, Muñoz Molina, p. 74
Lo único que queda de todas las cosas que coleccionó tan avariciosamente Walter Benjamín y que iba perdiendo casi a la misma velocidad y no mucho después de adquirirlas es un dibujo de Paul Klee que tiene un aire de ilustración de cuento, Angelus Novus. Lo que los artistas hicieron con sus manos, con materiales pobres y desechos recogidos al azar, lo que atesoraron en sus vidas de infortunio y pobreza, ahora son trofeos de inversores multimillonarios, piezas resplandeciendo como lingotes de oro en urnas de cristal antibalas.
Nuestros Expertos Analizan Tus Necesidades.

El catálogo de las cosas que había en la habitación de Portbou donde Benjamín se quitó la vida: una cartera negra, un reloj, una pipa, seis fotos, una placa de rayos X, unas cartas, unos  periódicos, unas pocas monedas, una nota manuscrita: «En un pueblo pequeño de los Pirineos donde nadie me conoce es donde mi vida va a llegar a su fin». Nunca se ha sabido qué había en el interior de la cartera ni qué fue de ella. 

ANTIGUAMENTE

Un andar solitario entre la gente, A Muñoz Molina, p. 71
De niño experimentaba con mucha frecuencia plenitudes secretas. Pasaba mucho tiempo solo y la soledad no me entristecía ni me pesaba nunca. Vivía en un tiempo fuera del tiempo en el que las horas no contaban. Su duración desaparecía en la entrega perfecta a lo que estuviera haciendo. Jugar o leer, escuchar la radio, mirar el fuego en la cocina, ir de una casa a otra de mi familia imaginando que galopaba, ir al cine de verano. Me gustaban las películas que llamaban de romanos, en las que había peleas de gladiadores y cabalgatas y batallas, y también mujeres con escotes y túnicas que se abrían por el costado revelando largos muslos y pies calzados con sandalias. Volvía de la escuela por la tarde y me regocijaba íntimamente pensando en el tebeo recién comprado que leería y miraría en cuanto llegara a casa, un tesoro intacto esperándome· Escuchaba en la radio canciones populares que me estremecían por dentro con algo que yo no sabía lo que era, un tono de voz, el quiebro en una melodía, aunque no entendiera casi nunca el sentido de las letras, coplas de amores y de celos.
A tu vera siempre a la verita tuya hasta el día en que me muera.

Aguardaba desde el principio de la canción a que llegara ese momento justo, la efusión emocional que nunca fallaba. No decía nada de eso a nadie. No por timidez o por reserva sino porque no sabía que esas emociones pudieran expresarse en palabras o necesitaran compartirse. No tenía la menor necesidad. Mi padre y mi madre eran presencias protectoras y benévolas que casi siempre habitaban en otro mundo exclusivamente suyo, como yo habitaba en el mío, o un gato en su mundo de gatos. Coleccionaba cromos a todo color del álbum de la película Los diez mandamientos. Eran cromos rectangulares de superficie satinada y en tecnicolor que venían en sobres y que había que pegar cuidadosamente en el rectángulo que les correspondiera en el álbum. Las manos infantiles se complacían en el tacto del papel igual que el olfato en el olor de las tintas y en el del pegamento, con su efecto narcótico. Como no tenía figuras de Nacimiento las dibujaba sobre cartulina y luego las recortaba y las pegaba sobre una base de cartón. De noche, en la oscuridad, antes de dormirme, recapitulaba argumentos de películas que hubiera visto o inventaba historias muy elaboradas que no conté nunca a nadie. 

ATOMO

El último samurari, Helen DeWitt, p. 348
Dijo: ¿Qué tamaño ha de tener un átomo para que podamos ver su núcleo?, y se sacó del bolsillo una pequeña bola de acero. Dijo que, si aquella bola fuera el núcleo de un átomo de potasio, el átomo habría de tener el tamaño del estadio, y que el 99,97% de su masa estaría en la pequeña bola de acero, que pesaría unos 105.000 kilogramos. Para aquellos que tengan problemas en imaginarse 105.000 kilogramos, dijo Sorabji, ese es el peso aproximado de 110 Vauxhall Astras. En Wembley no nos han dejado aparcar 110 Vauxhall As tras en formación irregular poliédrica -añadió con pesar-, pero aquí tienen la que hemos hecho antes.
La imagen cambió a un aparcamiento. Al fondo se veía el estadio, y en el aparcamiento había 110 VauxhallAstras rojos en formación irregular poliédrica, apilados en andamios que parecían haber multiplicado el presupuesto por cinco. Había un helicóptero a un lado.
Sorabji alzó la vísta hacia la estructura, que era de unas cuatro veces su estatura. Dijo que lo bueno de aquel ejemplo era que nos hacíamos una idea real del peso de un núcleo del tamaño de una pequeña bola de acero. Lo malo es que perdemos de vista los electrones, literalmente. Los electrones de este núcleo de 105.000 kilogramos pesan 1,5 kilogramos cada uno, aproximadamente, y para saber lo que eso significa, tendremos que ir a Luton, porque los dos primeros están en una estructura a 30 kilómetros de distancia.
Las palas del helicóptero empezaron a girar y el aparato se elevó. De él colgaba una escala de cuerda. Sorabji saltó hacia la escala, se aferró a ella y empezó a trepar. Nos encontrábamos en el segmento de los 39 escalones del programa. Bajo el helicóptero se veía la estructura roja empequeñeciéndose, primero hasta el tamaño de una pelota de fútbol, y luego de una pelota de tenis, luego de una pelota de golf, luego de un punto, y luego desapareció.
Una cámara en el helicóptero mostró kilómetro tras kilómetros de casas y a Sorabji en la escala de cuerda. Habíamos visto el programa antes, pero Sib quiso volver a verlo.
El helicóptero aterrizó a 30 kilómetros, en un campo cercano a Luton. Sorabji saltó al suelo. Dijo: Una de las cosas que hace que los electrones sean tan dificiles de imaginar es que no tienen tamaño en el sentido normal de la palabra, y otra es el hecho de que no se sabe nunca exactamente dónde está un electrón en un momento dado. Esto hace que un electrón sea muy diferente de esta pesa de un gímnasio de 1,5 kilogramos. Pero el núcleo de 110 Astras de Wembley pesa unas 72.000 veces más que este electrón de 1,5 kilogramos de Luton, y esta relación es muy semejante a la que hay entre el núcleo de un átomo de potasio y un electrón. 

INCIPIT 856. AL OTRO LADO DEL MAR / ETHAN CANIN

19 de marzo de 1945 (¿Lunes? ¿Domingo?)
Aguni-jima, mar de la China Oriental
Mi divinísima Umi:

No puedes imaginar cuánto te añoro. Cuando pienso en mi vida real (¿o debería decir mi vida pasada, puesto que la situación actuales ahora mi vida real?), gran parte de ella se desvanece -Sounzan, la montaña, incluso mis queridos padres- y lo único que queda del tiempo que pasé en la Tierra son los días que compartí contigo. Pero ¡nada sabes de dos de esos días! ¿Eres consciente de que estuve contigo el sábado antes de irme? No, ¿cómo ibas a saberlo? Kakuzo y tú, con el pequeño Teiji en su canasto, fuisteis esa mañana a la ensenada de las tortugas, y Kakuzo llevaba un melón de regalo, supongo que en ofrenda por el nacimiento de Teiji. Lo compartisteis, después llevasteis a Teiji al agua y le mojasteis los piececitos. Creo que cuando Kakuzo estaba en las piedras de la orilla, percibí en él cierta vacilación al tocar al bebé.

INCIPIT 855. DENUNCIA INMEDIATA / JEFFREY EUGENIDES

QUEJAS
Al subir por el camino de entrada en el coche de alquiler, Cathy ve el cartel y tiene que echarse a reír: “Lyndham Falls - Retiro con encanto”.
No se ajustaba exactamente a lo que Delia había descrito.
El edificio se hace visible a continuación. La entrada principal es bastante bonita. Grande y acristalada, con bancos en el exterior y un aire de orden médico. Pero los apartamentos del jardín, al fondo de la finca, son pequeños y destartalados. Los porches son diminutos, y parecen corrales para animales. Desde fuera, frente a las ventanas con cortinas y las puertas castigadas por la intemperie, se intuye un interior habitado por vidas solitarias.
Cuando se baja del coche, el aire se le antoja diez grados más cálido que el del exterior del aeropuerto aquella mañana, en Detroit. El cielo de enero es de un azul casi sin nubes. Ni el menor indicio de la ventisca contra la que Clark le ha venido advirtiendo, tratando de persuadida para que se quedara en casa a cuidarle.

-¿Por qué no vas la semana que viene? -dijo-. Aguantará.

POLIFEMO

El último samurai, Helen DeWitt, p. 143
1 de marzo de 1993
19 días para mi cumpleaños.
Estoy leyendo La llamada de la selva otra vez. No me gusta tanto como Colmillo Blanco, pero Colmillo Blanco lo he acabado otra vez.

He llegado a la Odisea 19.322. He dejado de hacer tarjetas para cada palabra porque serían demasiadas para llevarlas por ahí, pero hago tarjetas para las palabras que me parecen útiles. Hoy hemos ido al museo y tienen un cuadro de la Odisea, y se supone que sale el Cíclope, pero en realidad no se ve. Se llama Ulises burlándose del Cíclope. Ulises es el nombre en latín de Odisea. En la pared había una tarjeta diciendo que se ve a Polifemo en una montaña, pero no es verdad. Le he dicho al guarda que deberían cambiarla y él ha dicho que no es cosa suya. Le he preguntado que de quién es la cosa y él me ha dicho que quizá del director de la galería. He intentado conseguir que Sibylla me llevara a ver al dírector, pero ella dice que está muy ocupado y que sería más cortés enviarle una carta, que podía escribirle una carta y practicar mi caligrafia. Yo le he preguntado que por qué no le escribe ella. Ella ha dicho que seguramente el director nunca ha recibido una carta de un niño de cinco años, que si le escribía una carta y la firmaba Ludo, cinco años, le prestaría atención. Creo que es una estupidez porque cualquiera podría poner en una carta que tiene cinco años. Sibylla ha dicho que es cierto, pero que al ver mi letra no se creería siquiera que tengo más de dos. Al parecer esto le ha parecido divertido.

INCINERACION

Escapada, Alice Munro, p. 145
Era necesario hacer un certificado de defunción, de modo que telefonearon al médico de Powell River, que iba una vez por semana a Whale Bay. Él dio a Ailo -que todas las semanas le  servía de asistente- y a una enfermera licenciada la autorización para hacerlo.
En la playa había muchos maderos a la deriva, muchas cortezas de árboles cubiertas de sal marina, con las que se hacen soberbias hogueras. En un par de horas todo estuvo listo. Corrió la noticia ... A pesar del poco tiempo disponible empezaron a llegar mujeres con comida. Fue Ailo quien se hizo cargo de todo: su sangre escandinava, su porte erguido y el pelo blanco suelto parecían ajustarse con naturalidad al papel de Viuda del Mar. Los chiquillos corrían alrededor de los leños y eran ahuyentados de la creciente pira, del sudario que envolvía el bulto sorprendentemente reducido, que había sido Eric. Las mujeres de una de las Iglesias proporcionaron un gran recipiente de café en esa ceremonia semipagana y, para cuando  llegara el momento, en los baúles de los coches y en las cabinas de los camiones dispusieron a discreción cajones de cerveza y botellas de bebidas de todo tipo.

Surgió la cuestión de quién hablaría y de quién encendería la pira. Le preguntaron a Juliet, ¿lo haría ella? Y Juliet -tensa y afanada sirviendo jarros de café- dijo que sería un error porque, como viuda, se suponía que debía arrojarse a las llamas. La verdad es que se rió cuando lo dijo y quienes lo preguntaron se echaron atrás, temerosos de que le diera un ataque de histeria. El hombre que más a menudo compartía la barca con Erica aceptó encender la hoguera, pero dijo no ser orador. Varios pensaron que de cualquier modo no habría sido una buena elección, puesto que su mujer pertenecía a la Iglesia Anglicana y él podría haberse sentido obligado a decir cosas que habrían disgustado a Eric si hubiera podido oírlas. Entonces se ofreció el marido de Ailo: un hombrecito desfigurado años atrás por un incendio a bordo. Era un socialista recalcitrante y ateo. En su discurso se perdió bastante en la trayectoria de Eric, salvo cuando lo proclamó Hermano de Lucha. Se explayó de modo sorprendente, cosa que luego se atribuyó a la vida reprimida que llevaba bajo la férula de Ailo. Puede haber habido cierta inquietud entre la muchedumbre antes de que terminara su retahíla de quejas por las injusticias, cierta sensación de que la ceremonia se estaba convirtiendo en algo no tan dramático, solemne ni desgarrador como era de esperar. Pero cuando el fuego empezó a arder se desvaneció esa sensación, se produjo un silencio reverencial, incluso -o especialmente- entre los niños, hasta el momento en que uno de los hombres gritó: “¡Sacad a los críos de aquí!”. Fue cuando el fuego alcanzó el cuerpo, haciendo que la gente tomara conciencia -aunque fuera un poco tarde- de que, en el instante en que las llamas devoraran la grasa, el corazón, los riñones y el hígado podrían producirse estampidos o ruidos chisporroteantes, que pondrían los pelos de punta. Una buena cantidad de chiquillos fueron sacados en volandas del lugar por las madres, algunos de buena gana, otros consternados. De modo que el acto final de la incineración fue casi una ceremonia masculina y ligeramente escandalosa aunque, en este caso, lícita.

UNA MUJER

Escapada, Alice Munro, p. 49
Era una chica alta, de cutis claro y figura esbelta, pelo castaño también claro que ni siquiera con laca conseguía ahuecar. Parecía una estudiante espabilada. La cabeza alta, la barbilla bien redondeada, boca ancha de labios delgados, nariz respingona, ojos luminosos y frente que con frecuencia se ruborizaba ante el esfuerzo o los elogios. Sus profesores estaban encantados con ella –agradecían que en esta época alguien quisiera estudiar lenguas muertas y, con más razón, si era alguien tan bien dotado ... Pero también les preocupaba. El problema es que era una niña. Si se casaba, cosa que muy bien podría suceder porque no tenía mala pinta para una becada -no tenía mala pinta en absoluto-, desperdiciaría todo su trabajo ... y el de ellos. Si no se casaba probablemente se convertiría en una mujer amargada y solitaria, perdería ascensos en beneficio de los hombres (que los necesitaban más porque tenían que sostener a la familia). Y no sería capaz de defender la rareza de haber elegido lenguas clásicas, de aceptar que la gente lo viera como algo fuera de lugar -o árido-, de mantener el tipo como haría un hombre. Las preferencias extrañas eran simplemente más fáciles para los hombres, la mayoría de los cuales encontrarían mujeres dispuestas a casarse con ellos. No así al revés.
Cuando le llegó la oferta de trabajo la apremiaron para que aceptara. Será estupendo para tí. Recorrerás un poco el mundo. Verás algo de la vida real.
Juliet estaba acostumbrada a ese tipo de consejos aunque la desconcertaba que los dieran esos hombres, que no parecían ni daban la impresión de haberse afanado demasiado por recorrer el mundo real. En el pueblo donde se había criado su nivel de inteligencia se consideraba a menudo incluido en la misma categoría que el de un lisiado o en el del que tiene un pulgar de más. La gente se precipitaba a señalar los correspondientes fallos: su torpeza para coser a máquina, atar un paquete bien hecho o notar que le asomaba la enagua. ¿Qué iba a ser de ella?, se preguntaban.

Les pasaba hasta a sus padres, que estaban orgullosos de ella. La madre quería que todos la consideraran encantadora y con ese propósito la obligó a aprender a patinar y a estudiar piano. Ninguna de las dos cosas las hacía con gusto ni bien. El padre sólo pretendía que se amoldara. Tienes que amoldarte -le decía-, de lo contrario te harán la vida imposible. (El consejo ignoraba el hecho de que ni él ni -especialmente-la madre se hubieran amoldado y no por eso eran desdichados. A lo mejor dudaban de que Juliet tuviera tanta suerte.) 

LA LUNA

Una vida en palabras, Paul Auster, p. 183
lBS: ¿Qué me dice de la luna? ¿Le produjo una gran impresión el aterrizaje en la luna?
PA: Eso empezó con el discurso de Kennedy. Anunció que íbamos a mandar a un hombre a la luna. Por entonces yo estaba a punto de cumplir trece años, así que crecí con la expectativa de que los norteamericanos viajarían al espacio exterior.
lBS: ¿La nueva frontera?
P A: Eso es. El siguiente sitio al que Norteamérica tenía que ir.
lBS: La luna simboliza casi absolutamente todo en la novela. En una entrevista, dijo usted:
La luna es muchas cosas a la vez, una piedra de toque. Tenemos la luna como mito, la “radiante Diana, imagen de todo lo que es oscuro en nosotros”; la imaginación, el amor, la locura. Al mismo tiempo, está la luna como objeto, como cuerpo celeste, como piedra sin vida cerniéndose en el cielo. Pero también representa el deseo de lo que no tenemos, lo inalcanzable, el anhelo humano de trascendencia. Y sin embargo también es historia, en especial historia norteamericana ... Pero la luna también es repetición, la naturaleza cíclica de la experiencia humana. ( Collected Prose, 566)
PA: La novela intenta abarcar todo eso.
lBS: Son muchos significados, y muy dispares, para atribuir a un solo objeto.

P A: Sí, pero ya ve, una vez que se empieza a pensar en algo, se van estableciendo asociaciones. He descrito ese mecanismo asociativo como una especie de máquina de flipper, en donde un objeto toca a otro y luego a otro y a otro, de modo que pronto se forma un enorme sistema de referencias interrelacionadas.
En la imagen Hécate de William Blake

FRACASAR

Una vida en palabras, Paul Auster, p. 40
Paul Auster: Porque no creo que pueda aprehenderse plenamente a nadie. Es algo que se intenta, pero como he dicho antes, nunca se penetra en el misterio de un ser humano. En cierto sentido, toda obra es un fracaso. Ya conoce esa sentencia de Beckett -para citar a Beckett una vez más-, “Fracasa otra vez, fracasa mejor”. Fracasa mejor, sí, eso es lo que uno hace. Sigue adelante ... y trata de “fracasar mejor”
lBS: ¿Me lo podría explicar? ¿Por qué el éxito de una obra viene condicionado por el fracaso?
P A: Porque nunca se consigue lo que se espera lograr. Unas veces quizá te acerques más y puede que algunos aprecien tu trabajo, pero tú, el autor, siempre tendrás la impresión de que has fracasado. Lo has hecho lo mejor que podías, pero no ha sido suficiente. Quizá por eso sigues escribiendo. Para fracasar mejor la próxima vez.
lBS: Esas reflexiones sobre los procesos y mecanismos de la escritura que intercala usted en la narración constituyen otra razón de por qué el “Retrato de un hombre invisible” es tan bueno, en mi opinión. El sustrato de metacomentario atrae al lector de una forma que no hacen los textos autobiográficos tradicionales. Por ejemplo, en este caso:
Tengo la sensación de que intento llegar a algún sitio, como si supiera lo que quiero decir; pero cuanto más avanzo, más me doy cuenta de que el camino hacia mi objetivo no existe. Tengo que inventar la ruta a cada paso, y eso hace que nunca esté seguro de dónde me encuentro. Tengo la impresión de que me muevo en círculos, de que vuelvo constantemente atrás o de que voy en varias direcciones a la vez. Incluso cuando consigo avanzar un poco, no estoy muy seguro de hacerlo en el rumbo correcto. El hecho de que uno vague por el desierto no quiere decir que necesariamente haya una tierra prometida.
P A: Con ese libro iba encontrando el camino a medida que avanzaba. Y eso se refleja en la obra misma. Siempre me ha interesado exponer el mecanismo interior de lo que hago -o intento hacer-, porque el proceso del pensamiento me parece tan interesante como sus resultados.
lBS: Ésa es una de las razones por las que la gente dice que su obra es posmoderna.

P A: Eso no lo entiendo.

ARGELES-SUR-MER

Un final para Walter Benjamin, Alex Chico, p. 76
Qué diremos de los campos de concentración construidos para encerrar a los refugiados españoles que huían de la guerra. Dónde conseguiremos situar el punto exacto que nos indíque el lugar de la barbarie. Un ejemplo es Argeles-sur-Mer, una de las poblaciones costeras del sur de Francia. Si no fuera por una pequeña placa informativa a la entrada de la playa, nada nos haría pensar que allí se construyó uno de los campos de concentración al que destinaron a un buen número de refugiados españoles, donde malvivieron entre alambres de espino, custodiados por tropas coloniales, senegaleses y marroquíes, y algunos gendarmes. Sin barracas, ni letrinas, ni enfermería, ni cocina, ni electricidad, los presos tuvieron que hacer frente a la dísentería, el tifus o la sarna. Muchos murieron ante la proliferación de enfermedades y epidemias, víctimas del frío, la humedad y el hambre. Así lo describe Robert Capa, cuando lo visitó en marzo de 1939: Un infierno sobre la arena: los hombres allí sobreviven bajo tiendas de fortuna y chozas de paja que ofrecen una miserable protección contra la arena y el viento. Para coronar todo ello, no hay agua potable, sino el agua salobre extraída de agujeros cavados en la arena. Más allá de la escasez de alimentos, de los piojos y pulgas, muchos de aquellos expatriados recuerdan principalmente tres cosas: la arena fina que se colaba por todas partes, los alambres de espino y, sobre todo, el menosprecio que infligian las tropas encargadas de sitiarles en las playas de Argeles. Al sufrimiento físico habría que añadirle el sufrimiento moral. El comportamiento  que adoptaron los soldados franceses fue humillante, privando a todos los refugiados de cualquier derecho reconocido por la comunidad internacional. Como escribió Agustí Bartra en su poema "La ciudad de la derrota", haber sido vencidos no era suficiente.

EL MONUMENTO A BENJAMIN

Un final para Walter Benjamin, Alex Chico, p. 51
Aunque toda la atención se centre en el túnel y en las escaleras que bajan al remolino de agua, la construcción de Karavan está compuesta por otros dos elementos: un viejo olivo y una plataforma de meditación abierta al horizonte. Los tres se agrupan bajo el nombre de Pasajes, una denominación que guarda una doble referencia: por un lado, el aciago paso de Walter Benjamin por Portbou; por otro, el nombre nos recuerda a su Libro de los Pasajes, una obra que Benjamin no llegó a finalizar y en la que reunía, desde 1927, diversos textos e imágenes que ilustraban los pasajes y los tránsitos de la vida urbana. En algún lugar leí que ese era uno de los manuscritos que llevaba en la famosa maleta perdida. Puede que por ese motivo la guardara con tanto celo, como explican los que estuvieron a su lado durante sus últimas horas. O tal vez no, y en la maleta no conservara ninguna de las páginas de ese libro. Puede incluso que no existiera tal maleta, aunque prefiramos pensar que sí, que aún hay una parte de Benjamin, otra más, que permanece inconclusa, no resuelta del todo, como el libro que supuestamente llevaba consigo.

Los pasajes son una cosa intermedia entre la calle y el interior, escribió Benjamin. Me parece que no existe una forma mejor de definir el trabajo de Karavan, porque cuando me encontraba en el interior del pasillo, con toda la pendiente que se desplegaba ante mí, con la vista puesta en el mar, en ese trozo de mar y de acantilados que podía observar mientras bajaba, lo que percibía era un estado intermedio entre lo que está fuera y lo que sucede dentro, como si se estableciera un intenso diálogo que convocara a partes iguales al territorio y a la mirada. N o existe una comunicación tan viva como esa, una conversación tan llena de matices. No solo observamos lo que tenemos delante, sino nuestra propia memoria. Durante un tiempo muy breve, el lugar es el único que consigue activar esas zonas ocultas que hemos desplazado a un rincón, esos pliegos velados que necesitan de ciertos paisajes para resurgir nuevamente.

K.

Angelus Novus, Walter Benjamin, p. 105
Si en el célebre coloquio de Erfurt con Goethe, Napoleón puso la política en el puesto del destino, Kafka –haciendo una variación- hubiera podido definir la organización como destino. Ésta se le presenta no sólo en las vastas jerarquías de funcionarios de El proceso o de El castillo, sino también -en forma aun más tangible- en las difíciles e inescrutables empresas de construcción cuyo modelo ha tratado en La construcción de la muralla china. «La muralla debe constituir una protección para siglos; condiciones fundamentales para la tarea eran por lo tanto la construcción más cuidadosa, la utilización de las experiencias arquitectónicas de todos los tiempos y de todos los pueblos, el sentido de la responsabilidad personal de los constructores. Para los trabajos de menor importancia  se podía emplear gente ignorante del pueblo: hombres, mujeres, niños, todos los que venían a ofrecerse atraídos por la paga; pero para la dirección de cada grupo de cuatro personas era necesario un hombre inteligente, experto en construcciones ... Nosotros -hablo en nombre de muchos- hemos aprendido a conocernos y a reencontrarnos a nosotros mismos sólo al ejecutar las disposiciones de los ingenieros supremos, y hemos comprobado que sin la guía de los jefes ni nuestra cultura escolástica ni nuestro intelecto humano hubieran bastado para la pequeña tarea que nos correspondía en el inmenso proyecto.» Esta organización se asemeja al destino. Meschnikoff, que ha trazado su esquema en el célebre libro La civilización y los grandes ríos históricos, se sirve de expresiones que podrían ser de Kafka. «Los canales del Yang-tse-Kiang y los diques del Hoangho -escribe- son según todas las probabilidades resultado del trabajo común sagazmente organizado de... varias generaciones. La mínima desatención en el excavarniento de un foso o en el apuntalamiento de un dique, la mínima negligencia, el egoísmo de un hombre o de un grupo de hombres respecto al problema de la conservación de la riqueza hidráulica común, se convierte, en condiciones tan especiales, en fuente de desastres y calamidades sociales vastísirnas. Por ello un alimentador fluvial exige con amenazas de muerte una solidaridad estrecha y constante entre masas de población que son a menudo extrañas e incluso hostiles entre sí; condena a cada uno a trabajos cuya utilidad colectiva se hará patente sólo con el tiempo y cuyo plan es a menudo por completo incomprensible para el hombre común." Kafka quería contarse entre los hombres comunes.

KAFKA NIÑO

Angelus Novus, Walter Benjamin, p. 100
Hay un retrato de Kafka niño, y pocas veces «la pobre, breve infancia» se ha traducido en forma más aguda. Debe haber sido hecho en uno de esos estudios fotográficos del siglo pasado que, con sus decorados y sus palmeras, sus arabescos y sus caballetes, estaban a medio camino entre la cámara de torturas y la sala del trono. Allí, en un trajecito estrecho, casi humillante, sobrecargado de bordados, un niño de unos seis años aparece delante de un paisaje de invernáculo. Sobre el fondo hay rígidas ramas de palmera. Y como si se tratase de tornar más calurosos y sofocantes esos trópicos de relleno, el niño tiene en la izquierda un enorme sombrero con anchas alas, como los de los españoles. Ojos infinitamente tristes se sobreponen al paisaje que les ha estado destinado y la cavidad de una gran oreja aparece escuchando.

El ardiente Deseo de convertirse en un indio se ha nutrido tal vez durante una época de estagran tristeza: «Ser un indio, siempre dispuesto, y sobre el caballo a la carrera, hendir el aire, vibrar siempre de nuevo sobre el terreno que vibra, hasta que se abandonan las espuelas, porque no hay riendas, y no se ve más que el campo frente a sí, igual a una extensión pelada, ya sin el pescuezo y sin la cabeza del caballo.» Este deseo contiene muchas cosas. Su secreto queda revelado al consumarse en América. La novela América posee un carácter particular, que es evidente ya en el nombre del protagonista. Mientras que en las novelas anteriores el autor no se dirigía nunca a sí mismo más que con el murmullo de una inicial, aquí vive un renacimiento con su nombre entero y en el nuevo mundo. Vive tal renacimiento en el teatro natural de Oklahoma.

FALANGE

El monarca de las sombras, Javier Cercas, p. 75
A principios de 1936 Falange era todavía en España un partido muy minoritario; en las elecciones de febrero de aquel año apenas obtuvo un asiento de diputado: el de José Antonio Primo de Rivera, su líder. El partido como tal no existía en Ibahernando, y sus candidatos nacionales jamás cosecharon allí un solo voto. Pero nada de esto significa que Manuel Mena no hubiera podido ser atraído en Cáceres por el idealismo romántico y antiliberal, la radicalidad juvenil, el vítalisrno irracionalísta y el entusiasmo por los liderazgos carismáticos y los poderes fuertes de aquella ideología de moda en toda Europa; al contrario: Falange era un partido que, con su vocación antisisterna, su prestigio jovíal de novedad absoluta, su nimbo irresistible de semiclandestinidad, su rechazo de la distinción tradicional entre derecha e izquierda, su propuesta de una síntesis superadora de ambas, su perfecto caos ideológico, su apuesta simultánea e imposible por el nacionalismo patriótico y la revolución igualitaria y su demagogia cautivadora, parecía fabricado a medida para abducir a un estudiante recién salido de su pueblo que, con apenas dieciséis años, en aquel trance histórico decisivo soñara con acabar de un solo tajo redentor con el miedo y la pobreza que acechaban a su familia y con el   hambre, la humillación y la injusticia que había visto a diario en las calles de su infancia y su adolescencia, todo ello sin poner en peligro el orden social y permitiéndole identificarse además con el elitismo aristocrático de José Antonio, marqués de Estella. No sabernos si don José Cerrillo, el amigo de su familia con el que convivía en Cáceres, pertenecía en aquel momento a Falange; lo más probable es que no. Pero no hay duda de que a principios de aquel año Cáceres era una de las provincias españolas con mayor número de afiliados al partido; tampoco de que Manuel Mena pudo asistir al segundo mitin de José Antonio en Cáceres, el 19 de enero de 1936, en el Norba, un teatro situado en el paseo de Cánovas. Allí pudo ver cómo el joven jefe de Falange se dirigía a una muchedumbre de camaradas venidos de toda Extremadura, enfundado en su camisa azul reglamentaria e interrumpido por el estruendo   reincidente de sus ovaciones, con palabras corno éstas: “La gran tarea de nuestra generación consiste en desmontar el sistema capitalista, cuyas últimas consecuencias fatales son la acumulación de capital en grandes empresas y la proletarización de las masas”. O como éstas: «El proceso de hipertrofia capitalista no acaba más que de dos maneras: o interrumpiéndolo por la decisión, heroica incluso, de algunos que participan en sus ventajas, o aguardando a la catástrofe revolucionaria que, al incendiar el edificio capitalista, pegue fuego de paso a inmensos acervos de cultura y de espiritualidad. Nosotros preferirnos el derribo al incendio”. E incluso corno éstas: «Para cerrar el paso al marxismo no es votos lo que hace falta, sino pechos resueltos, como los de estos veinticuatro camaradas caídos que, por cerrarle el paso, dejaron en la calle sus vidas frescas. Pero hay algo más que hacer que oponerse al marxismo. Hay que hacer a España. Menos "abajo esto", "contra lo otro"y más "Arriba España". "Por España, Una, Grande y Libre." "Por la Patria, el Pan y la Justicia''.

INCIPIT 854. ESCAPADA / ALICE MUNRO

Carla oyó el coche antes de que coronara la ligera pendiente que en estos alrededores llaman colina. Es ella, pensó. Mrs. Jamieson -Sylvia- volvía de sus vacaciones en Grecia. Desde la puerta del establo -pero lo suficientemente oculta para no ser vista de inmediato- contemplaba el camino que debía recorrer Mrs. Jamieson. Su casa estaba ochocientos metros más allá de la de Carla y Clark.
Si hubiera sido alguien dispuesto a doblar para llegar a su puerta ya tendría que haber reducido la velocidad. Aun así Carla tenía la esperanza de que no fuera ella.
Lo era. Mrs. Jamieson volvió la cabeza por un instante –tenía que concentrarse en conducir el coche a través de las zanjas y los charcos dejados por la lluvia en la grava-, pero no levantó la mano del volante para saludar, no había distinguido a Carla. Carla vio de refilón el brazo bronceado desnudo hasta el hombro, el pelo de un color ligeramente más desteñido que antes -ahora más blanco que rubio plateado-, la expresión decidida, impaciente y divertida ante su misma impaciencia: precisamente como era de esperar que pareciera Mrs. Jamieson mientras sorteaba semejante camino. Cuando volvió la cabeza hubo algo parecido a un rutilante fogonazo -inquisidor, esperanzado-, que hizo retroceder a Carla.
Así fue.
Tal vez Clark no se hubiera enterado aún. Si estaba sentado ante el ordenador, daría la espalda a la ventana y al camino.

Pero Mrs. Jamieson quizá tuviera que hacer otro viaje. Al volver del aeropuerto a casa podría no haberse detenido para comprar víveres ... , mas quizá lo haría cuando comprobara qué necesitaba. 

WIKIPEDIA

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