«Todas las creaciones intelectuales
y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor
recepción en la mente de las masas cuando éstas saben que en algún lugar detrás
de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas.”
En el año 2003 me topé con esta frase provocativa leyendo una carta al director
publicada en la revista The Open Eye, una publicación interdisciplinar que
venía leyendo diligentemente desde hacía varios años. La frase no la había
escrito quien firmaba la carta, Richard Brickman. Citaba a una artista cuyo
nombre jamás había visto en letra impresa: Harriet Burden. Brickman afirmaba que
Burden le había escrito una larga carta acerca de un proyecto que deseaba hacer
público a través de él. Aunque Burden había expuesto su obra en Nueva York en
las décadas de 1970 y 1980, se sintió desilusionada por la recepción que obtuvo
y abandonó por completo el mundo del arte. A finales de los años noventa, Burden
inició un experimento que tardó cinco años en completar. Según Brickman, Burden se valió de
tres hombres que le sirvieron de fachada para presentar su propia obra. Tres
exposiciones individuales en distintas galerías neoyorquinas, atribuidas
respectivamente a Aman Tish (1998), Phineas Q Eldridge (2002) y al artista conocido
por Rune (2003), se debían en realidad a la mano de Burden. La artista presentó
el proyecto completo bajo el tirulo Enmascaramientos y declaró que su propósito
no consistí sólo en denunciar el prejuicio antifemenino del mundo del arce sino
que, además, pretendía desvelar la complejidad de la percepción humana
Te quiero más que a la salvación de mi alma
BUEN FIN DE SEMANA
De Otoño en Madrid hacia 1950 de J. Benet
En otro momento me veo haciendo el inventario
trimestral del almacén de la cocina de oficiales y, entre otras cosas, obligado
a contar los huevos que contenía un enorme cesto de mimbre. Ante el miramiento
con que, temeroso de romper uno, inicié la operación, el sargento me reprendió:
“Esta visto que nunca has contado huevos” “No, sargento mío” “Te he dicho mil
puñeteras veces que no me llames sargento mío, que parece cosa de maricones, a
la próxima te mando a la preven” “Está bien, pero sepa que está permitido – y a
veces es aconsejable- colocar el pronombre después del sustantivo” “Déjame de
leches y a ver si aprendes a contar huevos. En el ejército se aprenden cosas
que no se enseñan en ninguna parte” “¿Cómo por ejemplo contar huevos” “Exacto,
cosas útiles que sirven para la vida. Los huevos se cuentan por medias docenas,
a ver si te enteras, cogiendo tres en cada mano. Así” “¿Y qué hago con los que
ya he contado?” “Trae aquel otro cesto y los vas poniendo ahí ¿entendido? Ah,
los reclutas no sabeis nada de la vida. Y tú mucho ingeniero pero no sabes
contar huevos” Y se fue, dejándome indefenso ante uno de los problemas más
irresolubles que entonces se me hubiera planteado, pues ¿cómo introducir en el
fondo de aquel cesto, ocupadas ambas manos, los seis huevos. La solución para otro
momento)
11S
De El Mundo deslumbrante de Siri Hustvedt, p 270-271
Piensen en las historias que empezaron
a circular tras el 11 de septiembre. Que si en el ataque a las Torres Gemelas
no había muerto ningún judío y que si el gobierno de Estados Unidos había
organizado aquella atrocidad. Tal disparare contó con firmes defensores al
igual que, por supuesto, la gran mentira de la administración Bush que asoció
la matanza con lrak. Es fácil afirmar que aquellos que se dejan arrastrar por
cales creencias son unos ignorantes, pero las creencias constituyen una rara
mezcla de sugestión, imitación, deseo y proyección. A todos nos gusta pensar
que somos resistentes a las palabras y acciones de los demás. Creemos que no
hacemos nuestras las fantasías de los otros, pero estamos equivocados. En algunas
creencias es tan obvio que lo que defienden es un disparate (las proclamas de
la Sociedad de la Tierra Plana, por ejemplo) que a la mayoría de nosotros nos
resulta muy fácil rechazarlas. Pero hay otras que residen en territorios
ambiguos, donde lo personal y lo interpersonal no pueden distinguirse con tanta
facilidad.
DE LA VIDA MODERNA
De El regreso del soldado de Rebecca West, p. 47-48
En aquella noche llena de frases
interrumpidas porque terminarlas implicaba dolor siempre, de una existencia
normal disuelta en lágrimas, los acordes de Beethoven sonaban serenos.
-Típico de ti, Jenny -dijo Kitty
de pronto-, tocar Beethoven cuando la guerra es la que ha causado todo esto.
Estaba segura de que, precisamente esta noche, elegirías tocar música alemana.
De manera que empecé una
zarabanda de Pureen, una pieza alegre que te hace pensar en una mujer sana y
regordeta bailando en un suelo de tierra en una vieja posada, rodeada de jarras
de buena cerveza y de un mundo de sol y campos de mayo. Conforme tocaba me
preguntaba si estas cosas existirían cuando Pureen compuso esta música,
despojada de todo lo que no sean risas o
apetitos y satisfacciones básicas, como mucho el lamento del amor no
correspondido. ¿Por qué la vida moderna había traído consigo estos horrores que
hacen que las antiguas tragedias parezcan espectáculos de guardería? Tal vez se
debe a que la ambición de algunos hombres ha alterado en exceso el mundo
exterior, que es lo que engendra la vida. Ahora hay ciudades, e incluso los árboles
y las flores ya no son como solían ser; las hojas de azafrán en el césped,
cuyas aristas parecían blancas al iluminarlas el haz de luz que salía de la
ventana que había abierto Chris, deberían brotar del suelo en acantilados
mediterráneos; el alerce dorado un poco más allá debería estar proyectando su
alargada sombra sobre pequeños hombres de piel amarilla que atraviesan una
planicie china. Detrás de la cabeza de Chris, de pie, quieto frente a la
ventana abierta, un reflector cortaba la oscuridad en todas las direcciones
corno una espada blandida entre las estrellas.
En la imagen, Rebecca West
INTOLERANCIA
De El Mundo deslumbrante de S Hustvedt, p 277
Yo pensaba que podían ayudarle.
Harry pensaba que no. Antes de despedirnos, Harry volvió a sacar el tema de
Felix, esta vez su vida amorosa o, mejor dicho, la vida amorosa de Felix en la
que ella no estaba incluida. La bisexualidad de Felix era algo público a esas
alturas. El libro Los días de la Galería Félix Lord, que llevaba apenas unos
meses publicado (en el que, me alegra decir, su autor, James Moore, trata la
obra de Harry con gran seriedad y respeto), aborda el tema abiertamente. Varios
de sus amantes salieron del anonimato para hablar de él, así que, por más
secretas que hubieran sido sus aventuras mientras estuvo vivo, ya habían dejado
de serlo. Es justo decir, sin embargo, que la vida sexual de Felix continúa siendo
un misterio ya que nunca llegará a conocerse realmente la verdad de la
historia. Si hay algo que he llegado a desarrollar tras muchos años de trabajo
es una enorme comprensión ante las variaciones del deseo humano. Sin duda, la
excitación sexual no es algo que podamos controlar, aunque sí podemos actuar en
consecuencia. Y la idea de que vivimos en una época de libertad sexual es una
verdad a medias. Yo he tenido muchos pacientes que han enfermado debido a la
vergüenza y al suplicio que les han provocado sus pensamientos sexuales. Y
puede llevar mucho tiempo descubrir los impulsos que subyacen en una fantasía
concreta, si el deseo va dirigido a los chicos o a las chicas, a los hombres o
a las mujeres mayores, a los delgados o a los obesos, si busca la ternura o la
crueldad, o si va acompañado de rodo tipo de parafernalia, habitual o
idiosincrásica. ¿Acaso en nuestra cultura no es anatema expresar el más mínimo
resquicio de compasión por el hombre que muestra inclinaciones pedófllas o
reconocer la simple evidencia de que existen encuentros sexuales entre adultos
y niños que no dejan en estos últimos ninguna marca de por vida?
DEL ORGANISMO
De En el
Estado de Juan Benet
Pues bien, le
diré que el verdadero orgasmo se abre siempre a las tinieblas. Una caída en el
abismo, una condenación que ansían todas las vísceras y que queda suspendida en
cuanto, aprovechando ese primer instante en que la sangre deja de hervir, la
razón se aferra al primer punto firme que encuentra, pues sabe que es la única -no las vísceras ni
el cuerpo ni el apetito de entrega- que se juega su subsistencia. El principio
de individuación ¿no es así? Sí, lo que nos distingue a los héroes es nuestra
ofuscación. En épocas normales apenas nos diferenciamos de los demás e incluso
llegamos a parecer más toscos y simples que nuestros congéneres pero ¡ah! en
cuanto nos ofuscamos ... la cosa cambia. No, no es sólo una transfiguración ni
una transubstanciación. Mucho más que eso. Somos cráteres, verdaderos puntos de
salida de una energía que el universo guarda con el mayor celo y sólo en muy
contadas ocasiones y a través de muy escogidos individuos emite con inusitada
violencia acaso para apaciguar las tensiones a que su atesoramiento le obliga. Comprenderá
usted, mi querido amigo, que siendo los orificios de tales emisiones de
nuestros cuerpos -sí, nuestros cuerpos-, serán distintos. Cómo no vamos a
ofuscarnos.
INCIPIT 456. LA RESPUESTA ES NO / WILKIE COLLINS
UN FESTIN DE CONTRABANDO
Afuera del dormitorio la noche
era oscura y silenciosa.
En el jardín, la llovizna era tan
fina que: no se la oía; en el aire estancado por la calma no se movía ni una
hoja; el perro guardián dormía; los gatos habían buscado refugio en la casa;
bajo el cielo lóbrego, ningún sonido, fuera próximo o distante, rompía el
silencio.
En el dormitorio la noche: era
oscura y silenciosa.
La señora Ladd conocía demasiado
bien sus deberes de directora de escuela como para permitir luces encendidas
durante las noches; y se suponía que las jóvenes de la señora Ladd estaban
profundamente dormidas, de acuerdo con los reglamentos de la institución. Sólo
a ratos se interrumpía levemente c:l silencio, cuando el suave roce de unas
sábanas delataba que una de las chicas se había dado vuelta, intranquila, en su
cama. En los largos períodos de quietud no se oía ni la suave respiración de
las jóvenes dormidas.
El primer sonido revelador de
vida y movimiento acusó el compás mecánico del reloj. Desde las regiones
inferiores de la casa, la voz dd Padre Tiempo anunció la hora que precedía a la
medianoche.
Cerca de la puerta de la
habitación, una voz suave se alzó desfallecida. Contó lascampanadas del reloj y
le: recordó la hora a una de las chicas.
-¡Emily!, las once.
No hubo respuesta. Al cabo de un
momento, la voz fatigada volvió a intentarlo, esta vez un poco más alto.
-¡Emily!
Una joven, cuya cama se
encontraba en c:l extremo más alejado de la habitación, suspiró en el pesado
bochorno de la noche y dijo c:n tono perentorio:
-¿Es Cecilia la que habla?
-Sí.
-¿Qué quieres?
-Tengo hambre, Emily. ¿La chica
nueva duerme?
La chica nueva respondió rápida y
resentida:
-No, no duerme.
Con un objetivo preciso en mente,
las cinco vírgenes prudentes del primer curso de la señorita Ladd habían
esperado una hora, en insomne: anticipación, a que la desconocida se durmiera,
¡y todo para esto! Un coro de risas resonó en la habitación. La protesta de la
chica nueva, mortificada y ofendida, fue categórica·.
-¡Es vergonzosa la manera en que
me tratáis! Todas desconfiáis de mí porque no me conocéis.
-Di mejor que no te entendemos y
estarás más cerca de la verdad --contestó
INCIPIT 454. EL REGRESO DEL GUERRERO / REBECA WEST
Por favor, ¡no empieces a ponerte
nerviosa! –protestó Kitty-. ¡Si a las mujeres nos diera por preocuparnos en
estos tiempos cada vez que nuestros maridos pasan quince días sin escribir ...
! Y además, si estuviera en algún sitio interesante, en algún lugar realmente
peligroso, habría encontrado la manera de hacérmelo saber, en lugar de limitarse
a un simple «en alguna parte de Francia». Seguro que está bien. Estábamos en la
habitación del bebé. Me había hecho el propósito de no entrar allí nunca más después
de su muerte, pero me había encontrado de repente con Kitty en el preciso
momento en que metía la llave en la cerradura y me había detenido a mirar
aquella habitación de techos altos, toda en blanco y colores claros, tan
insoportablemente alegre y familiar, conservada a todos los efectos como si
siguiera habiendo un niño en la casa. Era el primer día verdaderamente primaveral
del año y el sol entraba a raudales por
LA VIDA HUMANA
De La Parte maldita, de Georges Bataille
La vida humana, distinta de la existencia jurídica y
tal como tiene lugar, de hecho, en un globo aislado en el espacio celeste, en
cualquier momento y lugar, no puede quedar, en ningún caso, limitada a los
sistemas cerrados que se le asignan en las concepciones racionales. El inmenso
trabajo de abandono, de derramamiento y turbulencia que la constituye podría
ser expresado diciendo que la vida humana no comienza más que con la quiebra de
tales sistemas. Al menos, lo que ella admite de orden y de ponderación no tiene
sentido más que a partir del momento en el que las fuerzas ordenadas y ponderadas
se liberan y se pierden en fines que no pueden estar sujetos a nada sobre lo
que sea posible hacer cálculos. Sólo por una insubordinación semejante, incluso
aunque sea miserable, puede la especie humana dejar de estar aislada en el
esplendor incondicional de las cosas materiales.
En la imagen Etant donné de Duchamp
DE LA MUERTE
De El Danubio de Claudio Magris, p. 369
Yo no creo que el final de mi viaje sea el fin del mundo. En
una obra de teatro siempre hay un personaje que termina su papel y otro que
continúa en escena. Si yo hago de Polonia en Hamlet salgo de escena antes que
él. La nada, para mí, no tiene conexión con el final ni con la muerte. Nunca. En
mi opinión, está mucho más conectada con la incomprensión entre dos personas que
se aman, con la dificultad, en algunos casos, del amor, pero no únicamente del
amor entre hombre y mujer sino entre amigos, entre personas y, por lo tanto, la nada es la
sombra que envuelve las ambigüedades de la vida, todo el polvo que se acumula
sobre las cosas. Se trata de tener una relación libre con este polvo, con este
desencanto, con este desafio después de un fracaso entre dos personas. No creo
que algo que termina deba destruir lo que ha sucedido anteriormente. Mi madre
murió, pero su muerte no destruyó su existencia. Cuando se sale del mar, el mar
continúa allí. No es la nada. La nada es la ambigüedad, no es el fin. ¿Por qué
la muerte debería hacernos sentir a Dios más próxímo y más visible?
SUEÑO CON HIJOS
De La granja de John Updike, p.157-158
Tenía miedo de soñar con mis
hijos. Al dejarlos nunca me ocurrió. Cuando me dormía, los olvidaba por
completo. Luego, cuando mi separación de Joan adquirió su propia colección de
hábitos y se convirtió en algo habitual, soñaba con ellos cada noche. No podía
cerrar los ojos sin que Ann o Martha se
me presentasen con caras anchas y pálidas, dándome cuerdas para que las
desenredara, juguetes rotos para componer, frases difíciles para que se las
explicara, rompecabezas imposibles para que les ayudara a construirlos. Después
de casarme con Peggy, aquellos sueños se hicieron menos frecuentes. Los de esta
noche eran los primeros en una semana: yo estaba segando la hierba. El tractor
tropezó con algo; hubo un ruido sordo bajo las
ruedas. Paré y bajé temiendo descubrir que había aplastado un nido de
faisanes. El campo cambió bajo mis pies. Me encontré en un paisaje extraño, un
solar deshabitado, pantanoso y humeante, como un vertedero de basura. Algo
estaba en el suelo, retorcido y cubierto de una capa de ceniza. Violentamente,
con ansiedad, barrí lo que había encima, cogí aquello del suelo, lo examiné y
descubrí que era un ser vivo. Era un diminuto ser humano, un hombrecillo
encogido. Su cabeza estaba sepultada en su pecho, como si temiera un golpe. Una
vocecita dijo:
-Soy yo.
La cara, sucia y cubierta de
polvo me fue, a pesar de su pequeñez, familiar. ¿Quién era?
-¿No me conoces, papá? Soy
Charlie.
Le apreté contra mi pecho y
prometí no apartarme jamás de él.
La voz de mi madre pronunció mi
nombre. Su cara apareció después, agrandándose, inclinándose hacia mí. Llevaba
un vestido verde y el pelo suelto.
Pregunté:
-¿Te vas a la iglesia?
-Sí, debo irme -dijo-. He pasado
muy mala noche .
Era por la mañana. Me di cuenta
de que Charlie no estaba entre mis brazos; que existía en Canadá; que era un
muchacho sano y fuerte. Me di cuenta de que, al ver mis hombros desnudos
sobresaliendo de la manta, mi madre pensaría que Peggy y yo habíamos dormido
sin ninguna ropa encima después de hacer el amor. Peggy no estaba en la cama.
MADRE E HIJA
De La hija de la amante de AM Homes, p.75
En enero de 1994, justo después de Año Nuevo, Ellen llama y
pregunta:
-¿Cuándo vendrás a verme?
-El sábado -digo.
Se queda conmocionada. Yo también. No sé muy bien por qué he
dicho el sábado, pero en cierto modo parece inevitable. ¿Hasta cuándo puede
durar esto de Cuándo vendrás a verme? ¿Por qué no quieres verme? Tenemos que
vernos porque así lo hemos decidido, y no en un ataque kamikaze como en la
librería. No hay un buen momento, un momento adecuado. Siento rechazo pero
también curiosidad.
Digo que el sábado y al instante me arrepiento.
Se pone muy nerviosa.
-¿Dónde nos vemos? ¿Qué vamos a hacer?
Ellen se imagina el encuentro como un paquete de un día
entero de diversión en Nueva York: carruajes tirados por caballos, refrescos
con helado, algún espectáculo (que para ella es un musical). Yo en cambio
pienso en una hora, quizá dos. Pienso que un poquito cundirá mucho.
-Nos vemos en el Plaza -dice-. En el Oyster Bar. El Plaza forma parte de la fantasía: hogar de
Eloise, el té de las cuatro, una atracción turística. La última vez que estuve,
vi a Zsa Zsa Gabor en el vestíbulo tratando de convencer al hombre de la rienda
de golosinas para que le diera bombones gratis.
-¿Dejarás que te salude con un beso? -pregunta una amiga.
-Creo que no -digo, y luego me siento mal-. Si quiere besarme,
que me bese la mano.
(En la imagen la nieta de Silvia Pinal y su hija)
BAILARINA DE STRIPTEASE
De La hermana de Katia de Andrés Barba, p.75-76
“ Es imposible ya saber si sales
y están los de siempre, o si son otros, o si son los de siempre con otras
ropas, o con otros olores a tabaco, pero ce juro que ce da igual, que siempre es
lo mismo salir, la música que empieza, la barra en medio de la pista, las luces
rojas, todo igual, que si una no lo pensara despacio le parecería que todo es
la misma noche, los mismos hombres, los mismos gritos de "bonita"
cuando esrán sobrios que según van pasando las horas se convierten en
"guarra, desnúdate, guarra, que queremos verte el coño" o que no
digan nada, porque parece mentira pero lo peor es que no te digan nada, que se
queden en las mesas mirándote sin hablar, notas sus ojos bajándote por todo el
cuerpo, volviendo a subir, volviendo a bajar, algunos hasta te sacan la lengua,
no, como Mamá no, te sacan la lengua de una
forma asquerosa y tú les tienes que sonreír, les tiene que parecer que encima te
gusta que te hagan eso, llamarte guarra y todo lo demás, y ahora me río un poco
de cuando entré, ¿te acuerdas? Con la preocupación esa de no perder el ritmo,
del unodos, uno-dos dentro de la cabeza cuando te quitabas el sujetador, cuando
te bajabas las bragas, que ya ni lo de bailar desnuda me cuesta, fíjate, ni lo
de bailar desnuda, ni lo de preocuparme por no pisar allí, donde ponen las
copas, para no resbalarme, ni lo de que me quiten la ropa, casi ni dos meses
que llevo y ya son cosas como de las que sabes de toda la vida, que las haces
casi sin pensar, me podrían tapar los ojos y me iría lo mismo hacia la barra,
la cogería igual, haría lo mismo para oír los mismos gritos de Ka-tia, las
mismas copas que se caen, los mismos golpes, y el otro día me dijo el jefe,
Morell, que si quería ir cinco días en vez de cuatro y le dije que sí, qué más
da, quitando lo que le doy a Mamá para la casa en menos de diez meses tenemos
dinero las dos para irnos a Pisa y vivir allí por lo menos tres meses sin
preocuparnos por nada, yo con Giac y tú con otro italiano, no te preocupes por
eso que no te faltará un hombre, quizá te faltará comida pero un hombre no, chasqueas
un dedo y ya cienes cincuenta buitres besando por donde tú pasas, y cuando nos
vayamos se acabarán las copas, y las luces rojas, y los gritos de Ka-tia, pero
te juro que no me va a dar ninguna pena, de pena ni esto, ni esto.” Y cogía
Kacia un pellizco al aire, un pellizco que era lo poco que le importaba no
volver a bailar en un striptease.
INCIPIT 453. EL TESTIMONIO DE YARFOZ / RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO
INTRODUCCION
(El breve texto que sigue ha sido reconocido por la critica
como debido, sin lugar a dudas a la pluma de Oga¡ el V¡e¡o, . lo que no importa
tanto por estas pocas palabras en sí, como por hacer atribuible, sin lugar a dudas,
al mismo Ogaí el Viejo la decisión de incluir, como Apéndice de su Libro JI, el
texto de Yarfoz.)
Acerca de Nébride, o Estardafrando (el que jamás volverá),
como él quiso llamarse después, tuve la inmensa fortuna de hallar, durante la
demolición de una casa, en Escescésina, un documento en tablillas de etra,
excepcionalmente conservado, pese a remontarse a los años 360 / 370 de la era
grágidoatánida, esto es, a hace unos 250 ó 260 años. Es un texto tan conformado
sobre el tipo llamado “testimonios'' (que llegó a su plena configuración en la época
clásica, o sea la que comprende, más o menos la dinastía de los Catránidas,
201-385 de la era grágido-atánida), que bien habría merecido ser presentado
como una de las más puras muestras del género, si es que el interés de la forma
no hubiese sido rebasado con creces por el del contenido. Comenzaba con la
forma ritual del «testimonio»: la autopresentación del autor, que lo
caracteriza expresamente como relato personal, y, como era igualmente ritual,
por la exposición del motivo. Esto último parece deberse a que los primeros
testimonios, a partir de los cuales habría de configurarse
INCIPIT 452. LOS QUE VAN A MORIR TE SALUDAN / FRED VARGAS
Los dos chicos mataban el tiempo
en la estación central de Roma.
-¿A qué hora llega su tren?
-preguntó Nerón.
-Dentro de una hora y veinte
-dijo Tiberio.
-¿Y piensas quedarte todo el rato
así? ¿Vas a esperar a esa mujer sin moverte ni un ápice?
· -Sí.
Nerón suspiró. La estación estaba
vacía, eran las ocho de la mañana, y ahí estaba: esperando ese maldito Palatino
proveniente de París. Miró a Tiberio, que se había acostado sobre un banco con
los ojos cerrados. Podía perfectamente marcharse sin hacer ruido y volverse a
meter en la cama.
-Quieto ahí, Nerón -dijo Tiberio
sin abrir los ojos.
-No me necesitas para nada.
-Quiero que la veas.
-Bueno.
Nerón volvió a sentarse
pesadamente.
-¿Qué edad tiene?
Tiberio hizo un cálculo mental.
No sabía con exactitud qué edad podía tener Laura. Cuando se conocieron, en el colegio,
él tenía trece años y Claudio doce y, por entonces, el padre de Claudio llevaba
ya bastante tiempo casado en segundas nupcias con Laura. Eso quería decir que
debía de tener casi veinte años más que ellos. Durante mucho tiempo él había
creído que Laura era la madre de Claudio.
LA NATURALEZA DE LA NATURALEZA ES EL EXCESO
De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p. 124-125
Del corazón del hayedo en que
habían encontrado refugio, como si su suelo liberara antiquísimos miasmas,
emanaba un poderoso olor a vida dilapidada, a floración sin control, a festín
de fieras. Las trochas abiertas durante el otoño por los excursionistas yacían
sepultadas bajo légamo y helechos escarchados. Cada árbol, cada esqueje y cada
espora escondía en su centro el callado homenaje a esa manifiesta tendencia al
exceso que tanto asombraba al hombre devuelto a su patria natal: la Naturaleza.
Varios voluntarios luchaban
contra el viento que acuchillaba sus costados, acondicionando hospitales de
campaña que saludaban, con su única ventana mirando al mediodía, el sordo goteo
de vecinos de Promenadia con fracturas de cúbito y anginas de pecho, vomitados
sin pausa hacia los refugios levantados sobre un amasijo de lonas desgastadas,
listones de conglomerado y travesaños que más recordaban inseguros trapecios
que otra cosa.
Una inútil alambrada, incapaz de
resistir el húmedo acoso del morro de un ternero o la patada de un transeúnte
borracho, peinaba el perímetro del hayedo en apretados nudos de espino.
Valdivia estaba frente a una hoguera alimentada con periódicos y maleza,
sentado en un insólito taburete de cocina, sobre una loma alfombrada de musgo.
A su derecha, fumando en silencio, descansaba el apuesto cabo de infantería que
le había prestado sus prismáticos, unos Valentinov rusos de tanquista con
escala telemétrica y revestimiento de caucho.
¡QUE SENCILLO¡
De Stoner de John Williams, p.332-333
No tenía intención de asistir ni
a una sola sesión del congreso. Se lo imaginaba perfectamente todo: los nuevos
opúsculos de Bleuler y Forel padre que podría asimilar mucho mejor en casa, la
disertación del americano que curaba la demencia precoz sacándole las muelas al
paciente o cauterizándole las amígdalas, y el respeto apenas teñido de ironía
con que esta idea sería acogida, simplemente porque los Estados Unidos era un
país muy rico y poderoso. Y los demás delegados de los Estados Unidos: el
pelirrojo Schwartz con su cara de santo y su infinita paciencia tratando de
conciliar dos mundos y docenas de alienistas de aire solapado e intereses
puramente comerciales, que asistirían al congreso en parte para hinchar su
reputación, y de ese modo tener más posibilidades de conseguir los puestos más
cotizados de expertos en criminología, y en parte para ponerse al corriente de
los sofismas más recientes, que luego podrían incorporar a su repertorio y así
contribuir más a la infinita confusión de todos los valores. Habría algún
italiano cínico y algún discípulo de Freud de Viena. Entre todos destacaría claramente
el gran Jung, suave, superenérgico, haciendo su recorrido entre los bosques de
la antropología y las neurosis de los colegiales. Al principio el congreso tendría
un cierto aire norteamericano, casi «rotario” en su ceremonial y
procedimientos, luego lograría imponerse la vitalidad más homogénea de los
europeos, y, finalmente, los americanos sacarían el as que tenían oculto: el
anuncio de donaciones y fundaciones fabulosas, de excelentes instalaciones y
centros de formación nuevos, y ante la enormidad de esas cifras, los europeos
empalidecerían y se achantarían. Pero él no estaría ahí para verlo.
El avión bordeaba las montañas
del Vorarlberg y Dick se deleitó contemplando aquellos pueblecitos con su
bucólico encanto. Siempre había cuatro o cinco a la vista, cada uno de ellos
agrupado en torno a una iglesia. Qué sencillo resultaba todo observando la
tierra a esa distancia. Tan sencillo como manejar muñecos y soldados de plomo
en un juego siniestro. Así es como veían las cosas los hombres de estado, los
generales y todos los jubilados. De todos modos, ¡qué alivio se sentía!
PENSAR, ALMACENAR
De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p. 183-184
Al girar la llave y entrar en la
buhardilla de Menezes, Vera aceptó que inventariar lo que se posee se parecía
mucho a declarar lo que uno es. Había aplazado aquella visita durante demasiado
tiempo, pensando en los fisgones de la policía allí dentro, encerrados como
zorros en una madriguera de conejos. Por ello no la sorprendió encontrarse con
aquel armónico desorden, un caos oscuramente reglado, treinta metros cuadrados
resueltos en rimeros de libros, maletas en forma de tambor y féretro, cartones de
tabaco, revistas de filatelia, una pajarera, un tablero de ajedrez, barajas
francesas, carpetas con el rótulo cccP, almanaques de décadas pasadas, un
contador Geiger, un pisapapeles de cuarzo, una reproducción de un cuadro de
Masaccio, prospectos homeopáticos sobre las virtudes de la flor de lis,
manuales sobre los peligros de las benzodiacepinas, maquetas de dirigibles, una
litografía de los lechos neumáticos de Vegetius, un balón de reglamento, una
clepsidra de granito rosa, frascos con arena del Sahel, un gramófono fabricado en
Bangladesh, fósforos para puros, una navaja suiza de supervivencia, botes con
perdigones de sal, un busto de Sócrates ...
Almacenar, se dijo.
Almacenar semblanzas, costumbres,
olores, gestos, fisonomías, asombros; perpetuarse en mil fragmentos, levantar
el santuario de la memoria sobre las ruinas que los demás iban abandonando.
Almacenar: ahí radicaba el germen
de la mónada, el furor del individuo.
Vera se preguntó si aquella
colección de objetos, aquella pluralidad que engalanaba el frágil reino de sus amigos
muertos, aquella polinómica exigencia de medidas, siluetas y pesos que
identificaba sus existencias, hasta el punto de discriminarlas de cualesquiera
otras, significaba objetivamente lo mismo ahora que ellos habían desaparecido.
¿Perviviría el microscopio de Hugo como microscopio entre los folios con
membrete del perito policial? ¿Sobreviviría la máquina Underwood de Humberto
como máquina Underwood en la oscuridad de un almacén de pruebas? ¿Qué sentido oculto
desvelaría el mapa de la Luna de Menezes en el despacho de un padre de familia
que investigaba homicidios?
ACABAREMOS SIENDO QUIENES SOMOS
De Todo esto acabará de Milena Busquets, p.73-74
En ese momento, llama Guillem
para decirme que llegará al día siguiente. Sofía no ha coincidido nunca con él
y tiene mucha curiosidad por conocerle. Me cuesta imaginar a dos personas más
diferentes. Sofía, mundana, generosa, tolerante, honesta y transparente, tan
entusiasta e infantil, apasionada y narcisista. Y Guillem, que es el hombre más
socarrón, irónico y campechano que
conozco. Con unos principios inamovibles y nula paciencia para las tonterías.
Sofía es capaz de llamarme a primera hora de la mañana para decirme que no ha
podido pegar ojo en toda la noche, porque está en una fase de máxima
creatividad, en la que no deja de tener ideas para transformar y combinar la
ropa de la temporada pasada, mientras que Guillem se viste casi únicamente con
camisetas viejas de las que diseñan y venden sus alumnos del instituto para
irse de viaje de fin de curso. Ella es diminuta y delicada como una muñeca
china articulada y él, que cuando le conocí era tan delgado como lo es ahora
nuestro hijo, se ha convertido en un hombre sólido y vigoroso, que es lo que
siempre ha sido/Nuestro interior acaba atrapándonos siempre. Acabaremos siendo
quienes somos, la belleza y la juventud sólo sirven para camuflarnos durante un
tiempo. En ciertos momentos, creo que empiezo a entrever la cara que tendrán
mis amigos, lo ignoro todo de la de mis hijos, es demasiado pronto, están
inundados de la luz de la vida, reverberan, y apenas oso mirar la mía de reojo,
de lejos. La tuya, mamá, desapareció detrás de la máscara que te puso la enfermedad.
Me esfuerzo cada día en volver a verla, en atravesar los últimos años y encontrarme con
tu mirada verdadera, antes de que se volviese de piedra. Es como ir con un
martillo derribando muros. Ocurre lo mismo con la tristeza que, como finísimas
capas de cristal crujiente, se va depositando sobre nosotros, nos va cubriendo
poco a poco. Somos como el guisante del cuento, enterrado debajo de mil
colchones, como una luz brillante que parpadea débilmente. Y, como en los
cuentos, sólo el amor verdadero, y a veces ni siquiera eso, puede acabar con la
pena. El tiempo la mitiga, como hace con nosotros, como un domador de circo.
DELA VEJEZ FEMENINA
De La hermana de Katia de Andrés Barba, p. 79
Fue ella quien, dos días después, acompañó a la abuela al médico. La sala era blanca, fría y tenía un olor que nunca había probado antes; una mezcla entre limpiasuelos y vejez, olor de carne anciana, de pechos caídos, de manos que tiemblan. Mientras esperaban ella pensó que los hombres no eran iguales que las mujeres cuando llegaban a viejos porque mientras ellos gruñían o miraban a las enfermeras con sus uniformes blancos y sus ruidosos zuecos, ellas parecían fantasmas, sombras.
Mientras a ellos no había nada que les emparentase, entre ellas había algo en común; rodas, si se levantaban, caminaban en silencio, como si no quisieran molestar a nadie, todas, hasta la abuela, parecían sombras de las que fueron, porque fueron mujeres, y tenían aún los gestos que adoptaron cuando eran jóvenes, coqueterías anacrónicas de horquillas de niña, vestidos que aún eran cuidadosamente planchados, ese terror al sucio con que una mujer que había sido limpia toda su vida -como la abuela- temía casi más que a la misma muerte, o al abandono, o a la soledad, como si dijeran muertas antes que sucias, muertas antes que apestando a viejas, por eso había también un olor intenso a colonia en la sala de espera entre el olor, las toses y los tembleques de los hombres cuando cruzaba alguna enfermera. Una voz pronunció el nombre de la abuela, ella gritó: «¡Aquí!» Y cuando le puso la mano para ayudarla a levantarse la abuela se la quitó de en medio
INCIPIT 451. PAN, EDUCACION, LIBERTAD / PETROS MARKARIS
Lo sostiene en la mano izquierda
mientras la palma de la mano derecha se desliza suavemente sobre él, como si
quisiera alisar un papel arrugado. La mano le tiembla al tocarlo.
-¿Podéis creéroslo? Llegué a
echarlo de menos -murmura. Lo que tiene en la mano es un billete de mil
dracmas, idéntico a los que teníamos antes, con el Discóbolo de Mirón impreso en
una cara.
-Mamá ... Con este billete de
mil, mañana no podrás pagar ni un café -le dice Katerina.
«Mañana» es el 1 de enero de
2014. Hoy es el último día de 2013 y estamos a punto de cortar el pastel de
Nochevieja en compañía de Fanis, Katerina y nuestros consuegros, Sevastí y Pródromos.
-Piensa que es mucho más
apetecible cobrar mil dracmas que tres euros por un café -le contesta Adrianí.
-Sí, pero ahora un euro equivale
a quinientos dracmas.
-No le amargues la noche -le
susurra Fanis.
-Es que mañana le amargarán el
día -replica Katerina a Fanis.
-Déjalo para mañana, entonces -le
contesta Fanis en tono cortante.
-Katerina, nosotros ya hemos
vivido todo esto y estamos inmunizados -interviene mi consuegra, Sevastí-.
(Sabes cuántos miles de dracmas tenía que pagar mi madre por una olui* de arroz
• Medida de peso de origen
otomano, que dejó de utilizane en Grecia en 1959 y que equivalía a 1.282
gramos. (N. T)
INCIPIT 450. LA HERMANA DE KATIA / ANDRES BARBA
La primera vez que besó los
labios de Katia tenía trece años, dolor de garganta y un pijama azul con los
aros olímpicos que decía “Sports”'· Le gustaba mucho aquel pijama. Mamá llevaba
una semana sin aparecer por casa. Katia acababa de cumplir dieciocho años y
ella le había regalado unos pendientes
con forma de mariquita que no le gustaron. Cualquiera lo habría notado en su
gesto de concentrada resignación de la sonrisa cuando le pidió que se los
pusiera, pero ella se acostó aquella noche con la felicidad de quien todavía
piensa que ha hecho el regalo perfecto. Tres días más tarde comprobó que Katia
no se los había puesto ni una sola vez. Tampoco le dolió. Recordó que cuando tenía
ocho años Mamá le regaló a ella un reloj rosa y le gustó tanto que no se
atrevió a ponérselo de puro miedo a que se le rompiera. Lo sacaba por las
noches, lo miraba despacio acariciar los segundos, los cuartos de hora y lo
volvía a guardar en el mismo estuche imperturbable que habría de verlo
detenerse un año después y, en los sucesivos, cubrirse de polvo, purgar su
pecado de haber sido demasiado hermoso. Quizá por eso mismo Katia no se había
puesto los pendientes, porque eran demasiado bonitos. Mamá no estaba en casa y
cuando eso ocurría Katia se disgustaba, decía cosas que ella no terminaba de
entender
DE LA MUJER -GRIEGA-
De Pan, educación, libertad de Petros Márkaris, p. 31
-Mamá, (hablas en serio?
(Montarás un comedor social aquí cada noche?
-(Acaso te molesta? Al mediodía,
Fanis come en el hospital Tu padre pica cualquier cosa en comisaría. Tú pasas
con un bocadillo, y yo, con pan con queso y un té. Por las noches cenaremos juntos mientras dura este castigo
divino.
-Tu madre tiene razón -dice Fanis
a Katerina-. Yo estoy de acuerdo, pero con una condición .
-¿Qué condición? -quiero saber.
-Que compartamos los gastos
-contesta Fanis-. Una semana pagáis vosotros y la siguiente pagamos nosotros.
-Durante un tiempo, no hará falta
que pague nadie –anuncia Adrianí-. Después ya veremos.
-¿Te has liado con el encargado
del súper y te da la comidagratis? -bromeo.
-No. Tengo unos doscientos euros
apartados.
-(De dónde los has sacado?
-pregunto sorprendido.
-De ningún sitio. Los he
ahorrado. Hace meses que pienso que en cualquier momento dejarán de pagarte.
Así que, cada vez que iba a la compra, apartaba algunas monedas. Tres euros unas
veces, otras, cinco. Poco a poco he conseguido ahorrar unos doscientos.
-¿Cómo se te ocurren estas ideas?
-me admiro-. Yo también me temía una suspensión de pagos, pero nunca pensé en ahorrar.
-Así es la mente femenina: pare
ideas. -Adrianí ya ha soltado su máxima-. Por lo demás, volveremos a los
pueblos donde nacimos. Comeremos carne de uvas a peras y sobreviviremos con
verduras y legumbres. Hace años que los expertos aconsejan alimentarse de
manera sana. Mira por dónde, ahora lo haremos por obligación. En cuanto al
ahorro, mi madre, que en paz descanse, me decía: «Gota a gota se llena la
bota». Y cada noche cenaréis hasta relameros.
Pienso que Adrianí acaba de
ponerse aJ mando de las dos familias. Durante los últimos cuatro años han
mandado la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Mejor que se haga cargo
Adrianí.
ALTA NUTRICION INFANTIL
De Todo esto acabará de Milena Busquets, p. 58-59
Según me contaste una vez, cuando
se acabó la etapa de los biberones y las papillas, fuiste a ver a nuestro
pediatra, que era una gran eminencia, un sabio atractivo e imponente que a mí
me aterraba -recuerdo que una vez me echó de la consulta por llorar-, para
hablar de nutrición infantil y contarle que no habías puesto un pie en la cocina
en tu vida y que no tenías la menor intención de hacerlo. El doctor Sauleda te
dijo que no te preocuparas, que en principio, si había leche o productos lácteos
en la nevera, algo de fruta, galletas y tal vez un poco de jamón en dulce, todo
iría bien. Así que antes de llegar a la pubertad ya éramos unos expertos en
quesos franceses, ya sabíamos lo importante que es tener siempre, por si acaso,
una botella de champán francés en la nevera y nos parecía lo más normal del mundo
que, algunas noches, la cena consistiese únicamente en una tarta de Sacha,
nuestra pastelería favorita. En casa, la cocina se utilizaba sólo para calentar
comida cuando teníamos invitados y para que la chica preparase el repugnante
arroz hervido con hígado que tanto les gustaba a tus perros antes de que fuesen
obligados, junto al resto de la humanidad perruna, a alimentarse únicamente de
pienso. En cualquier caso, el doctor Sauleda debía de tener razón ya que
crecimos altos, fuertes y sanos, y nos convertimos en dos jóvenes bastante atractivos
y refinados que consideraban -en mí caso sigue siendo así- que no había nada
tan exótico y suculento como la comida casera y que, cuando eran invitados a
casa de sus amigos, ante la mirada atónita y halagada de la anfitriona, se
lanzaban sobre las lentejas, el arroz a la cubana o los macarrones como si
fuesen los manjares más deliciosos del mundo.
SEÑORA BUDISTA
De S. de John Updike, p.73-74
Mi querido Charles:
Tu carta me causó gran pesar.
Cómo lamento que Midge te diera mi dirección, a pesar de todas mis súplicas; aunque,
por supuesto, estaba segura de que te la daría. No en vano ella todavía está
inmersa en tu mundo, todavía está muy impura. Incluso el propio lrving, y lo
siento de veras, se limita a jugar a dvandvanbhighata, esto es, cerrar los ojos
a la discordia generada por parejas de elementos antagónicos. Tú y yo, mi vida,
ahora lo veo, éramos una de estas parejas antagónicas y conflictivas.
Hablas de nuestras cuentas
bancarias y acciones. Incluso llegas a emplear el calumnioso término de “robo”.
¿No eran bienes conjuntos? ¿Acaso no trabajé yo para ti durante veintidós años
sin percibir salario, en calidad de concubina, anfitriona, ama de llaves,
cocinera, calientacamas, masajista, amistosa consejera y anuncio ambulante -con
mis trajes y accesorios, mi estilo, mi acento, hasta con mi complexión corporal
y tono muscular-, anuncio, decía, de tu nivel social y de tu prosperidad? ¿Cómo
es posible que estés tan encenagado en la prakriti como para que te importen
los números que se imprimen en los extractos de cuentas que, de todos modos,
nunca te molestabas en leer? Esos números fluían de forma inevitable y sin
esfuerzo de tu trabajo; tú no trabajabas para producirlos. Las cuentas las
llevaba yo. Para ti, lo mismo que para nosotros, aquí, en el ashram, el trabajo
es un culto; solo que tú rindes culto a un dios estúpido, un dios abúlico y
mofletudo de respetabilidad y signos externos, un dios pijo, de apariencias, de
coche caro, zapatos de firma y barrio residencial, de adquisiciones que se
degradan y se convierten en desperdicios, mientras que los que toman la senda
del yoga y la negación del ego se subliman en la samadhi y el vacío gozoso del
Mahabindu. Te compadezco, tesoro. Tu cólera es como la del niño de pocos meses
que golpea el pecho de la madre con sus débiles bracitos de goma, sin producir
más efecto que una carcajada de amor y comprensión.
No tienes inconveniente en
mezclar en esto a nuestra hija. Dices que Pearl está horrorizada. Me amenazas
con la pérdida, no ya de su afecto, sino de toda comunicación con ella. Dices
que me repudiará. Absurdo. No se puede repudiar a la madre ni al padre. Los
padres pueden repudiar a un hijo, para
desheredarlo, pero los padres son irrenunciables.
DE LAS LEONAS Y SUS CRIAS
De La hermana de Katia de Andrés Barba, p. 142-143
Pasaron dos días y llamó Mamá por
la tarde, para ver qué hacían. Ella estaba viendo un reportaje de la televisión
sobre cómo las leonas, después de siete meses de buscarles comida y cuidar de
que no se perdieran, dejaban a los cachorros abandonados para que hicieran su
vida, y aunque daba un poco de pena ver cómo los leones pequeños se quedaban al
principio con caras de angustiados, intentando ir tras ella, era verdad que
daban ganas de gritarles que no fueran tontos, que ya era hora de que empezaran
ellos a buscarse el pan. A Mamá le dijo la verdad; que estaba sola en casa, que
no había comido y que la echaba de menos. Ella le contó que aquel día había
comenzado a trabajar con Jorge en la carnicería, y que aunque aún le daba un
poco de miedo manejarse con aquellos cuchillos tan afilados, que parecía que te
ibas a cortar con sólo mirarlos, ya había empezado a practicar y no se le daba
tan mal. Luego le preguntó si Katia había comentado algo sobre ella y volvió a
contestarle con la verdad: que no lo había hecho. Resultaba un poco extraño hablar
con Mamá pero no porque la conversación fuese distinta, o porque preguntara con
otro tono que no fuese el habitual, sino porque, corno la leona de la
televisión, se había marchado sin marcharse, mirando hacia atrás y diciendo que
no la acompañaran pero como si al mismo tiempo quisiera que la acompañaran, que
los cachorros fuesen lo suficientemente mayores como para que no pudiera
despistarles con una simple carrera. Cuando Katia llegó a casa le contó que había
llamado Mamá.
“Para qué”, dijo.
DE LA ESPERANZA
De Te vendo un perro de Juan Pablo Villalobos, p. 210
-¿Me dejas dibujarte?
-Mañana.
-¿Puedo agarrarte la mano?
-Mañana. ¿Tú no ibas a buscarte
otro trabajo?
-Mañana. ¿Puedo darte un beso?
-Mañana. ¿No habías dicho que lo
del puesto de tacos era temporal?, ¿cuándo vas a dejar de ser un taquero?
-Mañana. ¿Quieres casarte
conmigo?
-Mañana. ¿Por qué no ce inscribes
en la universidad para estudiar algo útil?
-Mañana. ¿Me dejas entrar a verte
mientras posas?
-¿Te pones caliente, Teo?
Puñetas yendo y puñetas viniendo,
así se pasaba la vida.
INCIPIT 449. LA COMEMADRE / ROQUE LARRAQUY
Temperley, provincia de Buenos
Aires, 1907
Hay quienes no existen, o casi,
como la señorita Menéndez. La “jefa de enfermeras”. En el espacio de estas palabras entra completa. Las
mujeres a su cargo huelen y visten igual, y nos llaman "doctor”. Si un
paciente empeora por un olvido o una inyección de más, se llenan de presencia: existen
en el error. En cambio Menéndez nunca falla, por eso es la jefa.
La miro cuanto puedo para
encontrarle un gesto doméstico, un secreto, una imperfección.
Lo encontré. Son los cinco
minutos de Menéndez. Se apoya en la baranda y enciende un cigarrillo. Como no
suele alzar la mirada, no advierte que la observo. Pone una cara de no pensar,
de botella vacía. Fuma durante cinco minutos. En ese lapso no logra terminar el
cigarrillo y lo deja por la mitad. Su derroche, su lujo personal, es apagarlo con
el dedo mojado en saliva y tirarlo a la basura. Solo fuma cigarrillos nuevos.
Así entra al mundo todos los días, a la misma hora, y existe el tiempo
suficiente como para enamorarme de ella.
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