Tanta luz esa mañana y el cielo
limpio, con apenas alguna mancha blanca en el azul cálido, más parecida a un
rastro de humo que a una nube. Ya era tarde y tenía que salir y ese día de
calor iba a ser idéntico al siguiente: si llovía y llegaba la humedad del río y
el agobio de Buenos Aires, jamás iba a ser capaz de dejar la ciudad.
Juan se tragó sin agua una
pastilla para evitar el dolor de cabeza que aún no sentía y entró en la casa
para despertar a su hijo, que dormía tapado por una sábana. Nos vamos, le dijo mientras
lo sacudía apenas. El chico se despertó de inmediato. ¿Otros chicos también
tendrían ese sueño tan superficial, tan alerta? Lavare la cara; dijo, y le sacó
con cuidado las lagañas de los ojos. No había tiempo de desayunar, lo podían
hacer durante el viaje. Cargó los bolsos que ya tenía ¡preparados y dudó un
rato entre varios libros hasta que decidió agregar dos más. Vio. los pasajes de
avión sobre la mesa: todavía tenía esa posibilidad. Podía acostarse y esperar
la fecha del vuelo, en unos días. Para evitar la pereza, rompió los pasajes y
los tiró a la basura. El pelo largo le hacía transpirar la nuca: iba a resultar
insoportable bajo el sol. No tenía tiempo de cortárselo, pero buscó las tijeras
en los cajones de la cocina.
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