En julio de 1975, en los huesos y
paralizado por una gravísima adicción a la cocaína, David Bowie llegaba a Nuevo
México para rodar The Man Who Fell to Earth. Tenía veintiocho años y se había hecho
con el papel protagonista del emisario alienígena Thomas Jerome Newton después
de que Nicolas Roeg, director de la película, lo viera en el documental de la
BBC CrackedActor y se quedara impresionado por su aire de etérea alteridad.
En plató, Bowie sorprendió a
todos por su actitud diligente y su implicación; bromeaba encantado con todo el
equipo y repasaba el guion con su compañera de reparto Candy Clark. Se había
comprometido a mantener la ambiciosa promesa de no tomar drogas durante la
filmación, de modo que cuando su presencia no era necesaria en el rodaje, se
retiraba a su caravana y se entregaba a otro pasatiempo mucho menos dañino:
leer libros. Por suerte, tenía mucho donde elegir.
Según cuenta un reportaje sobre
el terreno del Sunday Times: “Como Bowie odia volar, suele viajar por los
Estados Unidos en tren, acompañado de una biblioteca móvil transportada en unos
baúles especiales que, al abrirse, revelan sus libros, perfectamente colocados en
baldas. Los tomos que se ha traído a Nuevo México tratan sobre todo de
ocultismo, que es su pasión actual”. Esta biblioteca portátil almacenaba mil
quinientos títulos; tantos que la observación que más tarde le haría Clark a un
periodista de que Bowie «leía un montón» durante la grabación de The Man Who Fell
to Earth se quedara bastante corta.
Avancemos a marzo de 2013 ... Se
inaugura en Londres la exposición David Bowie Is del Victoria & Albert
Museum con críticas entusiastas y un éxito de taquilla que bate todos los
récords. Esta retrospectiva de su carrera, que cuenta con unos cinco mil
objetos del archivo personal del cantante entre los que figuran trajes,
cuadros, letras manuscritas de canciones y story-boards de videoclips,
recorrería todo el mundo antes de despedirse en el Brookyn Museum de Nueva
York.
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