El primer día en que confié mi
mano a una manicura fue porque iría en la noche al Moulin Rouge. La antigua enfermera
me recortó los padrastros y esmeriló las uñas. Luego les dio una forma
lanceolada, y al concluir su tarea las envolvió en barniz. Mis manos no
parecían pertenecerme. Las coloqué sobre la mesa, frente al espejo, cambiando
de postura y de luz. Tomé una lapicera con esa falta de soltura con que se
toman las cosas ante un fotógrafo y escribí.
Así comencé este libro.
A la noche fui al Moulin Rouge y
oí decir en español a una dama que tenía cerca, refiriéndose a mis
extremidades: -Se ha cuidado las manos como si fuera a cometer un asesinato.
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