Diálogos con Ferlosio, p. 199
»Así que seguí trabajando por mi
cuenta y me hundí en las anfetaminas y la gramática durante quince años. No
quería ver a nadie. Por aquellos años venía a visitarnos casi cada día un
escritor, que se aburría soberanamente, pero yo apagaba la luz de mi cuarto y
Carmen Martín Gaite le decía que estaba durmiendo y que no podía despertarme.
Allí esperaba, a oscuras, a veces horas, hasta que se iba, para poder seguir
con lo mío. Llegue a estar seis días y seis noches sin parar. Me tragaba un
tubo entero de Centramina o de simpatina, que eran muy malas.
»Con las anfetaminas, lo normal
era trabajar intensamente sobre los cuatro días, luego dormía un día entero con
una maravillosa bajada de tensión. Y después cogía a mi niña y me pasaba tres
días con ella. Íbamos a ver cuadros; le gustaba mucho El Bosco porque, como
ella decía, "tiene mucho"; y La laguna estigia de Patinir. Éste que
cuelga de la pared [El triunfo de la muerte de Brueghel el Viejo] era su
favorito. Yo no quería enseñárselo, por esa tontería de los padres de evitar a
nuestros hijos pequeños la visión de la muerte, y me la llevaba hacia El carro
del heno, que está al lado, pero me cazó. Era muy difícil de engañar. Se
convirtió en su cuadro favorito.
>>Al cabo de tres días me
encerraba otra vez. Primero tomaba dos Centraminas para ponerme en marcha,
luego cuatro; el segundo, tercer y cuarto día eran los mejores y en los dos
últimos venía el descenso. Me quedaba despierto sin necesidad de tomar
pastillas; la excitación cerebral era de tal categoría ... Luego caía tumbado.
Fueron quince años, del 57 al 72, de máxima intensidad gramatical; nunca lo he
pasado mejor. Siempre he escrito o leído a la luz de la bombilla, así que
fueron cinco mil noches, más o menos, las que dediqué a la gramática y a las
anfetaminas.
>>En 1970 me fui a vivir a
la calle Prieto Ureña, en donde sucumbí al desorden y la animalización, casi a
la destrucción. Volví al mono. La anfetamina (ahora usaba la extraordinaria
Dexedrina spansuls) es (al menos imaginariamente) muy industriosa. Me aficioné
a las herramientas y a los pegamentos
(fue la gran temporada de los "epoxi"); dibujaba muebles, como
"El vargueño rampante" del que desarrollé muchos modelos, que luego
era incapaz de construir. Todo el piso estaba cubierto de basura menos un
caminito que llevaba al armario de herramientas. Yo hacía manualidades, jugaba
con tornillos, con pegamentos, hacía manufacturas con tubos de plástico y
diversas carpinterías inútiles ... Cuando me sacaron de allí había sacos
enteros llenos de tubitos de plástico. A veces perdía la conciencia, gateaba a
cuatro patas y gruñendo, y no entendía ni siquiera los tornillos, no sabía lo
que eran. Me dio por usar un soldador y me quemé el brazo izquierdo; eran
quinientos o seiscientos grados. Llegué al extremo de la degradación. Tenía lo
que denominé "alucinaciones olfativas".
»De modo que la química me
encerró entre dos frentes [el de la anfetamina y el de los epoxi] y me tuvo
sitiado casi un par de años hasta que me salvó el dueño de la casa que me dio
400 mil pesetas para recobrar el piso.
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