Los bebés que eran criados
seguían en peligro. La estimación más fiable -basada en gran medida en cifras
de poblaciones posteriores equiparables- es que la mitad de los niños nacidos
no llegaba a los diez años porque moría víctima de toda clase de enfermedades e
infecciones, entre ellas las enfermedades habituales de la infancia que hoy en
día ya no son letales. Esto significa que, a pesar de que la esperanza de vida
en el nacimiento era probablemente tan baja como a mediados de la veintena, un
niño que superaba los diez años podía esperar un período de vida no muy
distinto del nuestro. Según estas mismas cifras, a un niño de diez años le
quedaban de media otros cuarenta años de vida, y una persona de cincuenta podía
esperar unos quince más. Los ancianos no eran tan infrecuentes en Roma como
cabría pensar. El elevado índice de mortalidad entre los muy jóvenes tenía
consecuencias en los embarazos de las mujeres y en el tamaño de las familias.
Para mantener simplemente la población existente, cada mujer tenía que parir un
promedio de cinco o seis hijos. En la
práctica, esta proporción se eleva a casi nueve cuando se tienen en cuenta
otros factores, como la esterilidad y la viudedad. No era precisamente una
receta para la liberación generalizada de la mujer.
¿Cómo afectaban estas pautas de
nacimiento y muerte a la vida emocional en el seno de la familia? A veces se ha
argumentado que, debido a que había tantos niños que no sobrevivían, los padres
evitaban implicarse emocionalmente. Las narraciones y la literatura romanas
ofrecen una imagen sobrecogedora del padre, haciendo hincapié en el control que
ejerce sobre sus hijos, no en el afecto, y se explayan en el terrible castigo
que podría imponer por desobediencia, llegando incluso a la ejecución. No
obstante, no hay apenas evidencias de ello en la práctica. Es cierto que un bebé
recién nacido no se consideraba una persona hasta después de tomar la decisión
de criarlo o no y de haberlo aceptado formalmente en la familia. De ahí, hasta cierto
punto, la actitud aparentemente despreocupada respecto a lo que nosotros
llamaríamos infanticidio. Sin embargo, los miles de emotivos epitafios erigidos
por los padres a sus jóvenes retoños indican cualquier cosa menos falta de
afecto. «Mi muñequita, mi querida Mania, yace aquí. Solo por pocos años pude
darle mi amor. Ahora su padre llora por ella constantemente», rezan los versos
escritos sobre una lápida en el norte de África.
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