De El buen relato de JMCoetzee, p.21
J. M. C.: Detrás de lo que dices
hay obviamente un volumen de experiencia clínica y de reflexión prolongada
sobre esa experiencia al que me da vergüenza ofrecer réplica. A mí no me ampara
ninguna experiencia, ni a un lado ni al otro del diálogo clínico; el argumento
que presento (y me pregunto si es tan siquiera un argumento) me resulta tan
abstracto como algo salido de un cuento de hadas. Pero déjame que insista, aun
así, lo mejor que pueda. Quiero empezar planteando una pregunta filosófica.
¿Qué es un acontecimiento en sí mismo, para distinguirlo del acontecimiento tal
como lo interpretamos ante o para nosotros mismos, o bien tal como lo
interpretan ante o para nosotros los demás, sobre todo los demás que poseen
autoridad? “Cuando yo tenía ocho años, mi padre me pegó con una raqueta de tenis”,
dice un sujeto. «No es verdad - dice su padre-.Yo estaba intentando dar un
raquetazo a la pelota y le di a él por accidente. ¿Qué pasó en realidad? Y,
para ser específicos, ¿qué recuerdo del acontecimiento es verdadero: el que
tiene el hijo o el del padre? Lo llamo recuerdo, pero llamarlo así es una simplificación excesiva:
se trata de un vestigio de recuerdo que ha sido sometido a cierta
interpretación. Podría incluso decir que se trata de un vestigio de recuerdo
que ha sido sometido a una interpretación detrás de la cual hay una determinada
voluntad interpretativa (en el caso del hijo, tal vez la voluntad de llevar a
cabo la interpretación más oscura del episodio, y en el caso del padre la
voluntad de hacer una interpretación inocua). ¿Cómo podemos desenredar el
componente de recuerdo del componente de interpretación, dejando momentáneamente
de lado la voluntad que guía la interpretación? ¿Acaso es posible,
filosóficamente pero también neurológicamente, hablar de un recuerdo prístino
que no esté teñido por la interpretación?
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