De La recta intención de Andrés Barba, p. 189
“Quieres dejarme, eso es lo que
quieres, lo que pasa es que no sabes cómo hacerlo porque te doy lástima. Pero
¿sabes una cosa? Yo no quiero dar lástima a nadie, así que no tienes por qué
preocuparte. No te pongo ya, ¿no es eso? ¿No lo decís así ahora? No te pongo,
antes te ponía, yo qué sé, por el morbo quizá, pero ahora te aburres conmigo,
no lo reconocerás, claro, pero es así. No te digo que no me tengas un poco de
cariño, supongo que o mientes muy bien o un poco de cariño me tendrás, pero no
me basta, y si te digo que no me
entiendes es porque no me entiendes, qué me vas a entender, para que me
entendieras habrías tenido que pasar veinte años solo, sin nadie, los años,
casi, que llevas tú vivo son los años que yo no he tenido a nadie, ¿lo habías pensado?
Di, ¿lo habías pensado?”
“Sí, claro que lo he pensado
-contestó-. ¿Por qué me hablas así?”
“Pues si lo has pensado -continuó
él, intentando no perder el hilo de su argumentación-, ce habrás dado cuenta de
que no se puede llegar como has llegado tú y pedirme que me convierta en un
chico de veintiún años porque no puede ser eso, Roberto, no se me puede pedir
que me vaya a emborrachar a un bar como si me apeteciera porque no me apetece. Antes
de que llegaras tú yo me había acostumbrado a un estilo de vida, tenía mis
compensaciones, mis alegrías pequeñas, me bastaba, ahora me pasaré cinco años
intentando olvidarte. ¿Y eso? ¿Lo habías
pensado eso? No, ¿verdad? Y no me digas que necesitas otro descanso para venir
dentro de una semana a decirme que me dejas. Coge esa puerta y no aparezcas más”
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