De Para que no te pierdas en el barrio de Patrick Modiano, p. 43
Recordó de pronto las memorias de
una filósofa francesa. Se escandalizaba ésta de algo que había dicho una mujer
durante la guerra: “Qué quieren que les diga, la guerra no modifica mis
relaciones con una brizna de hierba.” Seguramente a la filósofa esa mujer le
parecía o frívola o indiferente. Pero para él, Daragane, la frase tenía un
sentido diferente: en los períodos de cataclismo o de desvalimiento espiritual,
no queda más recurso que buscar un punto fijo para guardar el equilibrio y no
caerse por la borda. Los ojos se detienen en una brizna de hierba, en un árbol,
en los pétalos de una flor como si se aferrasen a un salvavidas. Ese carpe -o
ese tiemblo- tras el cristal de la ventana lo tranquilizaba. Y, aunque eran
casi las once de la noche, lo reconfortaba su presencia silenciosa. Así que más
valía acabar de una vez y leerse las páginas mecanografiadas. No le quedaba más
remedio que rendirse a la evidencia: la voz y el aspecto de Gilles Ottolini le habían
parecido de entrada los de un chantajista. Había querido superar ese prejuicio.
Pero ¿lo había conseguido de verdad?
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