De Ve y pon un centinela de H Lee, p.53
-Señor Clinton, si me permite una
observación propia de una mujer de mundo, se le ve el plumero.
-¿Y eso?
Ella sonrió .
-¿No sabes cómo pescar a una
mujer, cariño? -Se pasó la mano por la cabeza como si la tuviera rapada,
frunció el ceño y añadió: -A una mujer le gusta que su hombre sea dominante y a
la vez distante, si es que eso es posible. Que la haga sentirse indefensa,
sobre todo si sabe que puede levantar un montón de peso sin ningún problema.
Nunca dudes delante de una mujer y jamás le digas que no la entiendes.
-Touché, cariño -afirmó Henry-.
Pero pondría una pequeña pega a eso último que has dicho. Yo creía que a las
mujeres les gustaba que las consideraran extrañas y misteriosas.
-No, solo nos gusta parecer
extrañas y misteriosas. Por debajo de la boa de plumas, todas las mujeres
quieren un hombre fuerte que las conozca como a la palma de su mano, y que no
solo sea su amante, sino Dios Todopoderoso. Qué tontería, ¿verdad?
-Entonces quieren un padre en
lugar de un marido.
-En resumidas cuentas, sí -repuso
ella-. En ese aspecto, los libros tienen razón.
-Te veo muy sabia esta noche
-observó Henry-. ¿Dónde has aprendido todo eso?
-En Nueva York, viviendo en
pecado -contestó ella. Encendió un cigarrillo e inhaló profundamente-.
Observando a matrimonios jóvenes y elegantes en Madison Avenue. ¿Conoces ese
dialecto, cielo? Es muy divertido, pero hay que tener el oído acostumbrado:
ejecutan una especie de fandango tribal, pero de aplicación universal. Comienza
cuando las mujeres se aburren como ostras porque sus maridos están tan cansados de salir a ganar dinero que no les prestan
atención. Y cuando ellas se ponen a gritar, en vez de intentar entender el
motivo. ellos se limitan a buscar un hombro compasivo en el que llorar. Luego,
cuando se cansan de hablar de sí mismos, regresan con sus esposas. Todo es de
color de rosa durante un tiempo, pero al final los hombres se cansan y las
mujeres se ponen a gritar otra vez, y vuelta a empezar. Los hombres de hoy en día
han convertido a «la otra» en un diván de psiquiatra. y a precio mucho menor.
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