CAPÍTULO 1
UNA VISITA INESPERADA
HABÍAMOS SALJDO o a ganar; podíamos hacerlo. La, valga
la inmodestia, táctica por mí concebida, el duro entrenamiento a que había
sometido a los muchachos, la ilusión que con amenazas les había inculcado eran otros
tamos elementos a nuestro favor. Todo iba bien: estábamos a punto de marcar; el
enemigo se derrumbaba. Era una hermosa mañana de abril, hada sol y advertí de
refilón que las moreras que bordeaban el campo aparecían cubiertas de una
pelusa amarillenta y aromática, indicio de primavera. Y a partir de ahí todo
empezó a ir mal : el cielo se nubló sin previo aviso. Carrascosa, el de la sala trece, a quien había
encomendado una defensa firme y. de
proceder, contundente, se arrojó al suelo y se puso a gritar que no quería ver
sus manos tintas de sangre humana, cosa que nadie le había pedido y que su
madre, desde el cielo, le estaba reprobando su agresividad, no por inculcada
menos culposa. Por fortuna doblaba yo mis funciones de delantero con las de árbitro
y conseguí, no sin protestas, anular el gol que acababan de meternos. Pero sabía que
una vez iniciado el deterioro ya nadie
lo pararía y que nuestra suerte deportiva, por así decir, pendía de un hilo.
Cuando vi que Toñito se empeñaba en dar cabezazos al travesaño de la portería
rival ciscándose en los pases largos y. para que negarlo, precisos, que yo le
lanzaba desde medio campo, comprendí que no había nada que hacer, que tampoco
aquel año seríamos
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