Un hombre enamorado de Karl Ove Knausgard, p. 108-109
Desde ahí podemos seguir y
estudiar, por ejemplo, el concepto nihilista que hay en Dostoievski, que jamás
parece real, que siempre da la impresión de ser una idea obsesiva, una parte
del cielo de la historia de las ideas de la época, precisamente porque lo
humano irrumpe en todo, en todas sus formas, desde lo más grotesco y animal,
hasta lo aristocráticamente refinado y el ideal de Cristo ensuciado, pobre y
alejado del resplandor mundial, llenándolo todo, también una discusión sobre el
nihilismo, rebosante de sentido. En un escritor como Tolstói, que también
escribió y actuó en esa época de grandes cambios que fue la segunda mitad del
siglo pasado, y que también fue regado por toda clase de inquietudes religiosas
y morales, todo es muy distinto. En su obra hay largas descripciones de
paisajes y espacios, costumbres y trajes, en su obra sale humo del cañón del
rifle, el estallido suena con un débil eco, el animal herido da un brinco antes
de caer muerto, y la sangre humea al penetrar el suelo. En su obra se discute
la caza en largas explicaciones que no pretenden ser más de lo que son, una
documentación pericial de un fenómeno objetivo dentro de una narración por lo demás
repleta de sucesos. Ese peso propio de los actos y de las cosas no existe en
Dostoievski, siempre hay algo más oculto detrás, un drama del alma, lo que
significa que siempre hay un aspecto de lo humano que él no logra captar: lo
que nos relaciona con lo que está fuera de nosotros. Hay muchas clases de
vientos que soplan en el ser humano, y en él hay más formaciones que la profundidad del alma. Los
que escribieron los libros del Antiguo Testamento lo sabían mejor que nadie. En
ellos se encuentran, sin comparación, las más ricas descripciones de las posibles
manifestaciones de los humanos, en las que están representadas todas las formas
de vida pensables, excepto una cosa, para nosotros lo único válido, es decir,
lo interior. La división de lo humano entre lo subconsciente y lo consciente, irracionalidad
y racionalidad, lo que lo uno siempre explica o profundiza. lo otro, y el
concepto de Dios como algo en lo que uno puede sumergir su propia alma, de tal
modo que cese la lucha y llegue la paz, son ideas nuevas, indisolublemente
vinculadas a nosotros y a nuestra época, la que, no sin razón, también ha
permitido que se nos escaparan las cosas, fundiéndolas con nuestro conocimiento
o nuestra imagen de ellas, a la vez que hemos dado la vuelta a la relación
entre el ser humano y el mundo: donde antes era el ser humano el que caminaba
por el mundo, ahora es el mundo el que camina por el ser humano. Y cuando se
muda el sentido, la falta del mismo va detrás. Ya no es la exclusión de Dios lo
que nos abre hacia la noche, como ocurrió en el siglo XIX, cuando quedaba lo
humano, apoderándose de todo, tal y como se puede ver en Dostoievski, Munch y Freud,
en esa época en la que el ser humano, tal vez por necesidad, tal vez por ganas,
se convirtió en su propio cielo. Sin embargo, desde allí no pudo darse más que
un paso hacia atrás, hasta que todo sentido desapareciera. Entonces se
descubrió que había un cielo por encima del humano, y que no sólo estaba ;acío,
negro y frío, sino que también era infinito. ¿Qué valor tema lo humano en el
universo? ¿Qué era el ser humano en la tierra sino un gusano entre otros
gusanos…
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