Los deseos, la noche
-¿Vas a salir ahora? Ya es de noche, te puede ocurrir una
desgracia -había oído la voz del padre, reducida su fuerza por llegar del fondo
de la casa donde coincidía el ronroneo de la radio encendida y el tictac del
reloj de pared.
Ella no le contestó, distraída en otros pensamientos, atenta
a escuchar algo extraño, imprecisamente percibido, y dio un paso y se acercó a
la ventana y oyó una voz distante, era una voz de mujer que cantaba en el
patio, voz casi imposible en el atardecer frío y amenazado, una canción cuyas
palabras se perdían, pero el tono apasionado atravesaba los cristales y, aunque
en algunos momentos se esfumaba, volvía como una llamada pertinaz.
Atendió a aquella voz y salió de su casa cuando ya terminaba
la hora de la luz y el horizonte en el alto cielo, sobre las casas, perdía su color
grana y aparecían el violeta y el azul cobalto y así cada rincón de la calle
por la que iba se velaba en sombras que pronto sedan negrura.
Pensó que la canción era para ella, para una enamorada, que
una persona desconocida
se la hada llegar, segura de que la escucharía y le infundiría
un decidido ánimo.
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