De El turista accidental de Anne Tykler, p.15-16
Ahora tenía la oportunidad de
reorganizarse, se dijo a sí mismo. Se sorprendió al sentir una pequeña sacudida
de interés. El hecho era que para llevar una casa se requería algún tipo de
sistema. y eso Sarah nunca lo había entendido. Era el tipo de mujer que apilaba
juntos platos y bandejas de distintos tamaños. Ponía en marcha el lavavajillas
con sólo un manojo de tenedores en su interior sin pensárselo dos veces. Eso
Macan lo encontraba penoso. Estaba en contra de los lavavajillas en general;
los creía un despilfarro de energía. Ahorrar energía era para él como una
afición, por así decirlo.
Empezó a tener el fregadero lleno
continuamente, añadiéndole al agua un poco de cloro para desinfectar. A medida
que acababa de usar cada utensilio, lo dejaba caer dentro. En días alternos
destapaba el fregadero y rociaba todo lo que contenía con agua muy caliente.
Después iba metiendo los utensilios aclarados en el vacío lavavajillas que, en
su nuevo sistema. Quedaba convertido en una gigantesca área de almacenaje.
Cuando se encorvaba sobre el
fregadero para abrir el grifo del atomizador, tenía muchas veces la sensación
de que Sarah lo estaba mirando. Tenía la impresión de que. si deslizase la vista
sólo un poco hacia la izquierda. la encontraría allí con los brazos cruzados,
la cabeza ladeada, y sus gruesos y bien dibujados labios fruncidos en gesto de
reflexión. A primera vista estaba simplemente observando su procedimiento; pero
en el fondo (lo sabía) se estaba riendo de él. Había un secreto destello en sus
ojos que conocía demasiado bien. «Ya entiendo», diría ella, asintiendo con la
cabeza al escuchar alguna larga explicación suya: entonces él levantaba la vista y captaba
la chispa en los ojos y el pliegue revelador en una comisura de la boca.
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