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Habían pensado estar en la playa una semana. pero ninguno de los dos tuvo ánimos para ello y decidieron regresar
antes. Macon conducía. Sarah iba sentada a su lado, con la cabeza apoyada
en la ventanilla lateral. A través de sus enmarañados rizos
castaños se veían pedacitos de cielo nuboso.
Macan llevaba puesto un traje de verano, su traje de viaje, mucho más práctico para viajar que los tejanos, decía él
siempre. Los tejanos tenían esas costuras duras, acartonadas, y esos
remaches.
Sarah llevaba un playero de albornoz, sin tirantes. Hubieran podido estar regresando de dos viajes completamente
distintos. Sarah estaba bronceada; Macan no. Era un hombre alto,
pálido,
de ojos grises, de pelo rubio y liso que llevaba muy corto, y tenía ese tipo de piel delicada que se quema con
facilidad. Durante las horas del mediodía se había resguardado del sol. Justo después de entrar en la autopista, el cielo se puso
casi negro y varios goterones salpicaron el parabrisas. Sarah se
irguió en su asiento.
-Esperemos que no llueva -dijo.
-No me importa que llueva un poco -dijo Macan.
Sarah volvió a apoyarse en el respaldo pero mantuvo los ojos
fijos en la carretera.
Era un jueves por la mañana. No había mucho tráftco.
Adelantaron a una camioneta, luego a un camión todo cubierto de pegatinas y fotos de paisajes. En el parabrisas, los
goterones menudearon.
Macan hizo funcionar los limpiaparabrisas. Hacían tic-sush ... Un sonido que adormecía; y en el techo se oía
un tamborileo suave. De vez en cuando soplaba una ráfaga de
viento.
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