El asombroso rostro del enemigo
del mundo ascendió raudo hacia el avión: pinares sobre pequeñas colinas, lagos
de un brillante verde grisáceo, tan pequeños que nunca podrían ser más que
lisos, jardines crecidos con judías lengua de fuego, campos con hileras de
trigo cobrizo, pueblos de tejados bermejos con gabletes precipitosos e iglesias
con campanarios con forma de calabaza que no hubiese podido diseñar ningún
arquitecto de más de siete años. Otro minuto más y el avión descendió hasta el
corazón mismo del enemigo del mundo: Núremberg.
No hicieron falta muchos minutos más para llegar al tribunal donde el enemigo
del mundo estaba siendo juzgado por sus pecados. Ahora bien, esos pecados quedaron
olvidados de inmediato ante el asombro suscitado por el conflicto que sacudía a
ese tribunal, aun no teniendo nada que ver con los cargos sometidos a su
consideración. El juicio se hallaba entonces en su undécimo mes y el tribunal
era una ciudadela de tedio. Todos los que estaban en su ámbito eran presa de un
extremo aburrimiento. Con esto no pretendo decir que el trabajo que se traían entre manos fuera
desempeñado con languidez: una disciplina férrea se oponía frontalmente al
tedio y no cedía ni un centímetro. Pero, con todo y con eso, el proceso más
espectacular que se estaba desarrollando ante el tribunal por entonces era un cierto tira y afloja respecto al tiempo.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 401. ORLANDO / VIRGINIA WOOLF
El- porque no cabía duda sobre su
sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo--o- estaba
acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del
color de una vieja pelota de football, y
más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o
dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o
quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de
golpe surgió bajo la luna en los campos
bárbaros de África y ahora se hamacaba suave y perpetuamente ,en la brisa que
soplaba incesante por las buhardillas de la gigantesca morada del caballero que la tronchó.
Los padres de Ociando habían
cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra. y campos regados por
extraños ríos, y habian cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos
colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.
Orlando haría lo mismo, se lo ju raba.
Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por
tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de
los pavos reales en el jardln, y subir hasta su buhardilla para hender, y
arremeter y cortar el aire con su acero. A veces cortaba. la cuerda y la cabeza
rebotaba en el suelo y tenía que colgarla de nuevo, atándola con cierta hidalguía
casi fuera de su alcance, de suerte que su enemigo le hada muecas triunfales a
través ·de labios
NAZIS
De Un reguero de pólvora de Rebeca West, p.22-23
Algunos de los demás seguían
siendo individuos. Streicher era patético, porque obviamente era la comunidad
la culpable de sus pecados, no él. Era un viejo rijoso de los que causan
problemas en los parques públicos, y una Alemania sana lo habría encerrado en
un manicomio mucho antes. Baldurvon Schirach, el líder de las juventudes, sorprendía
porque parecía una mujer de una forma que no es común entre los hombres que
parecen mujeres. Era como ver sentada ahí a una institutriz pulcra y apocada;
bonita no, pero siempre perfectamente aseada y en quien se podía tener total
confianza de que nunca interrumpiría cuando hubiese visitas: podría ser Jane Eyre.
Y aunque todo el mundo llevaba años leyendo noticias sorprendentes acerca de
Góring, aún conseguía sorprender. Era tan blando. Ocasionalmente vestía
uniforme de las Fuerzas Aéreas alemanas y a veces un liviano traje veraniego
del peor gusto, y ambos le estaban muy anchos, dando la impresión de que estaba
preñado. Tenía el cabello castaño espeso y juvenil, la tosca piel brillante de
un actor que lleva décadas usando maquillaje y las arrugas preternaturalmente profundas
del drogadicto. El conjunto venía a ser algo así como la cabeza del muñeco de
un ventrílocuo. Parecía infinitamente corrupto y actuaba de forma ingenua. Cuando los abogados de los demás
acusados se acercaban a la puerta para recibir instrucciones, intervenía a
menudo e insistía en instruirlos él en persona, a despecho de la evidente
cólera de los imputados, que, en verdad, debía de ser muy intensa, puesto que
la mayor parte de ellos bien podían pensar que, de no haber sido por Góring,
nunca habrían tenido que contratarlos en absoluto. Uno de los abogados era un hombrecillo
diminuto de aspecto muy judío y cuando se ponía en pie ante el banquillo,
llegándole la cabeza a duras penas a la parte superior del mismo, y sacudía la
toga con irritación, porque la sonriente máscara inexpresiva de Góring se
cernía entre su cliente y él, parecía como si un ventrílocuo hubiese organizado
una pelea entre dos marionetas .
La apariencia de Goring remitía
con fuerza, aunque de forma oscura, al sexo. La historia ha demostrado que sus
líos amorosos con mujeres desempeñaron en varias ocasiones un papel decisivo en
el desarrollo del Partido Nacional Socialista, pero él tenía el aspecto de una
persona que jamás alzaría la mano contra una mujer, salvo para algo mucho más
peculiar que la gentileza. No se parecía a ningún tipo reconocido de
homosexual, pero resultaba femenino. A veces, particularmente cuando estaba de
buen humor, recordaba a la madama de un burdel. A última hora de la mañana, se
puede ver a sus semejantes asomadas a las puertas de las empinadas calles de Marsella,
con la máscara de la afabilidad profesional aún fija en el rostro, aunque estén
relajadas y ociosas, con sus gordos gatos restregándose contra sus faldones.
Ciertamente, en él se había producido una concentración de todo lo que era
apetito y elaborados proyectos para saciarlo, y aun así daba la sensación de
sed en el desierto. No importa qué acueductos hubiese mandado levantar para
acarrear agua hasta su campamento, alguna aberración de la arquitectura había
permitido que ésta se saliese y derramase por las arenas mucho antes de llegar
a él. En ocasiones, incluso ahora, chascaba los gruesos labios como si fuese un
hombre bien alimentado al que ailn no le hubiese llegado la noticia de que se
iban a suspender sus comidas. De todos esos acusados, era el único que, de
haber tenido la oportunidad, habría salido del Palacio de Justicia y vuelto a
apoderarse de Alemania, para convertirla en la representación de la fantasía
privada que lo había llevado al banquillo.
FAULKNERIANA
De Luz de agosto de WFaulkner, p.84 (Galaxia)
Pero la ciudad no creía que las
damas hubiesen olvidado los misteriosos viajes a Memphis, con una finalidad en
la que todas estaban de acuerdo. Sin embargo,
nadie dijo nada, nadie expresó su opinión en alta, porque la ciudad estaba
segura de que las mujeres honestas nunca perdonaban tan fácilmente las cosas,
ni las buenas ni las malas, y porque no quería que el gusto y el sabor del perdón
desapareciesen del paladar de su conciencia. Porque la ciudad creía que las
damas sabían la verdad, porque también creía que, si las mujeres culpables
pueden engañarse en materia de pecado, ya que ocupan buena parte de su tiempo
esforzándose en no ser sospechosas, las mujeres honestas, por el contrario, no
pueden engañarse, porque, al ser honestas por sí, no tienen que preocuparse de
la propia honestidad de la de las demás y, por consiguiente, disponen de mucho tiempo
para olfatear el pecado. Ésa es la razón -según creía la ciudad- de que el bien
pueda engañarlas casi siempre haciéndolas creer que es el mal, mientras que el
mal verdadero nunca puede engañarlas. Así que cuando, al cabo de cuatro o cinco
meses, la mujer del pastor se ausentó de nuevo, cuando marido dijo de nuevo que
había ido a ver a su familia, la ciudad pensó que, por una vez, ni siquiera el marido
había sido engañado. Fuese como fuese, la mujer volvió y él siguió predicando
todos los domingos como si nada hubiera
ocurrido y visitando a la gente y a los enfermos, y hablando de su iglesia.
Pero la mujer no asistió más al templo y las señoras dejaron enseguida de
visitarla, de ir a la casa rectoral. E incluso los vecinos de enfrente dejaron
de verla alrededor de la casa Y poco tiempo después era como si ella ya no
estuviese allí como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en que ella
no estaba allí y en que el pastor nunca había estado casa do. Y él seguía
predicando Jos domingos y ya no les decía que ella había ido a visitar a la familia.
La ciudad pensó que acaso era feliz. Que acaso era feliz por no tener ya que
mentir.
EL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
De Matadero 5 de Kurt Vonnegut jr., p. 222
Había centenares de refugios
llenos de cadáveres esparcidos por todas partes. Al principio no olían mal, eran
como personajes de un museo de cera.
Pero después los cuerpos empezaron a corromperse y a descomponerse, y su hedor
era parecido al del gas de mostaza y rosas.
Asi era.
El maorí que había estado
trabajando con Billy, murió después de que le ordenaron bajar a uno de aquellos
pozos para que trabajaran alli. Se quedó hecho añicos, de tanto vomitar.
Así fue.
Tuvieron que inventar una nueva
técnica. No izaron más cadáveres. Los soldados, provistos de antorchas, los
quemaban en el mismo sitio en que los encontraban. Era mucho más sencilo: sólo había que provocar un incendio, sin siquiera
necesidad de bajar.
Trabajando en aquellos lugares,
el pobre profesor de escuela superior, Edgar Derby, fue atrapado con un tetera
que babia tomado de las catacumbas. Fue arrestado por pillaje, juzgado y
muerto.
Así fue.
En algún lugar, cerca de alli,
empezaba la primavera. Los refugios llenos de cadáveres fueron cerrados. Los
soldados dejaron de luchar contra los rusos.
En el campo, las mujeres y los niños hacían hoyos para enterrar las
armas. Billy y el resto de su grupo fueron encerrados en unos establos de una
casa de campo. Y una buena mañana, se levantaron descubriendo que la puerta no
estaba cerrada. En Europa, la Segunda Guerra Mundial había terminado.
Billy y el resto de los
americanos salieron a vagabundear. Iban por una carretera sombreada. En los árboles
empezaban a brotar las hojas. No había nadie ni pasaba nada. Sólo un vehiculo,
una carreta abandonada, tirada por dos caballos. La carreta era de color verde
y tenía forma de ataúd,
Los pájaros trinaban.
Un pájaro le dijo a Billy
Pilgrim: a¿Pio-pío-pi?»
INCIPIT 400. LA BIEN AMADA / THOMAS HARDY
Una presentación imaginaria de la
Bien Amada
Una persona muy distinta de los
habituales transeúntes de la localidad escalaba el escarpado camino que conduce
a través del pueblecillo costero llamado Street of Wells, y forma un pasillo en
aquel Gibraltar de Wessex, la singular península, un tiempo isla y todavía así
denominada, que se adelanta como una cabeza de pájaro en el canal inglés. Está
enlazada con tierra firme por un largo y angosto istmo de guijarros «arrojados
por la furia del mar» y sin igual en su clase en Europa.
El caminante era lo que su
aspecto indicaba: un joven de Londres, de cualquier ciudad del continente
europeo. Nadie podía pensar al verle que su urbanidad consistiera solamente en
el vestir. Iba recordando con algo de execración que tres años enteros y ocho
meses habían transcurrido desde la última vez que visitó a su padre en aquella
solitaria roca donde nació, y todo aquel tiempo lo había invertido en diversas
y opuestas camaraderías entre gentes y costumbres mundanas. Lo que le parecía
usual y corriente en la isla cuando en ella vivía, le resultaba extraño e
insólito después de sus últimas impresiones. Más que nunca semejaba el paraje
lo que, según se decía, fue en otro tiempo la antigua isla de Vindilia y la
Morada de los Honderos. Ya no eran para él familiares y habituales ideas la
altísima roca, las casas sobre casas, los umbrales de la que en cada una se
alzaban al nivel de la chimenea antevecina, los jardines que por una de sus
tapias colgaban mirando al cielo, las hortalizas que crecían en parcelas
ANARQUISTAS SUIZOS
De Informe sobre ciegos de E. Sábato
Vaciló, pero finalmente aceptó, cuando
le dije que ese dinero sería empleado para ayudar a un grupo anarquista de
Suiza. No era difícil convencerlo de: nada que se refiriese a la causa, por
utópico que pareciese: a primera vista y, sobre todo, si era utópico. Su
ingenuidad era a toda prueba: ¿no había trabajado para un sinvergüenza como
Podestá? Vacilé un momento con respecto a la nacionalidad de los anarquistas,
pero me decidí al fin por Suiza a causa de la enorme magnitud del dislate, ya
que para una persona normalmente constituida creer en anarquistas suizos es
como aceptar la existencia de ratas en una caja fuerte. La primera vez que pasé
por ese país tuve la sensación de que era barrido totalmente cada mañana por
las amas de casa (echando, por supuesto, la tierra a Italia). Y fue tan poderosa
la impresión que repensé la mitología nacional. Las anécdotas son esencialmente
verdaderas porque son inventadas, porque
se las inventa pieza por pieza para ajustarla exacta mente a un individuo. Algo
semejante: sucede con los mitos nacionales, que son fabricados a propósito para
describir de alma de un país, y así se me ocurrió en aquella circunstancia que
la leyenda de Guillermo Tell describía con fidelidad el alma suiza, cuando el
arquero le dio con la flecha en la manzana, seguramente en el medio exacto de
la manzana, se perdieron la única oportunidad histórica de tener una gran
tragedia nacional. ¿Qué puede esperarse: de un país semejante? Una raza de relojeros,
en el mejor de los casos
INCIPIT 399 LUZ DE AGOSTO / WILLIAM FAULKNER
Sentada en la orilla de la
carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena
piensa: «He venido desde Alabama: un buen trecho de camino. A pie desde Alabama
hasta aquí. Un buen trecho de camino». Mientras piensa todavía no hace un mes
que me puse en camino y heme aquí ya, en Mississippi. Nunca me había encontrado
tan lejos de casa. Nunca, desde que tenía doce años, me había encontrado tan lejos
del aserradero de Doane
Hasta la muerte de su padre y de
su madre, ni siquiera había estado en el aserradero de Doane. Sin embargo, los
sábados, siete u ocho veces al año, iba a la ciudad en la carreta. Vestida con
un trajecito de confección, colocaba de plano sus pies descalzos en el fondo de la carreta y sus botas en el
pescante, junto a ella, envueltas en un pedazo de papel. Se ponía sus botas justo
en el momento de llegar a la ciudad. Cuando ya era algo mayor, le pedía a su
padre que detuviera la carreta en las cercanías de la ciudad para que ella
pudiese descender y continuar a pie. No
le decía a su padre por qué quería caminar en lugar de ir en la carreta. El
padre creía que era por el empedrado bien unido de las calles, por las aceras
lisas. Pero Lena lo hacía con la idea de que, al verla ir a pie, las personas
que se cruzaban con ella pudiesen creer que vivía también en la ciudad.
Tenía doce años cuando su padre y
su madre murieron, el mismo verano, en una casa de troncos compuesta de tres
habitaciones y de un zaguán. No había rejas en las ventanas. El cuarto en que
murieron estaba alumbrado por una lámpara de petróleo cercada por una nube de
insectos revoloteantes; suelo desnudo, pulido como vieja plata por el roce de
los pies descalzos. Lena era la menor de los hijos vivos. Su madre murió primero:
«Cuida de tu padre», dijo.
INCIPIT 399. PADRES E HIJOS / IVAN TURGUENIEV
-¿Qué, Piotr, no se ve nada
todavía? -preguntaba, el 20 de mayo de 1859, un señor de unos cuarenta años,
saliendo sin sombrero a la puerta de la posada en el camino de ... ; LLevaba un
abrigo corto, cubierto de polvo, y pantalones a cuadros. La pregunta iba
dirigida a su criado, un joven carrilludo, con vello blanquecino en la barbilla
y ojillos mates.
El criado llevaba un pendiente de
turquesa en la oreja, cabellos de color indefinido, untados de pomada; sus ademanes
eran corteses. En una palabra, todo revelaba en él a un hombre de la nueva
generación. Miró con indiferencia al camino y contestó:
-A lo que parece, no, señor, no
se ve nada.
-¿No se ve nada? -repitió el
señor.
-N a da -contestó por segunda vez
el criado.
El señor suspiró y se sentó en un
banquillo. Vamos a presentárselo al lector, mientras está así sentado, con las piernas
encogidas, y mira pensativamente alrededor.
Se llama Nikolái Pietróvich
Kirsánov. A quince verstas de la posada posee una finca de doscientas “almas”,
o bien, de dos mil diesiátinas, como él
mismo dice desde que repartió sus tierras con los campesinos y ha creado una granja
BANDERITA TU ERES ROJA
De Catalanes todos de Javier
Pérez Andújar, p.216
En otra mesa de aquella terraza,
el joven militante de la extrema izquierda comunista Josep Piqué ( futuro
ministro en tres ocasiones con el Partido Popular de Aznar, el más
joseantoniano de los presidentes de ese partido), metió el dedo en el vaso de
tubo e intentó sin éxito sacar el palillo de dientes con las dos olivas
ensartadas en los extremos. Eso de levantar el palito con el par de aceitunas
era una halterofilia dominical y muy barcelonesa, que nada tenía que ver con la
ortodoxia de los búlgaros. Reconfortado por el sol del mediodía, canturreó el
pasodoble de la Bandera, del maestro Francisco Alonso. Cuando se compuso, esta
marcha había sido muy popular entre los soldados españoles de la guerra de Africa,
y dicen que hasta el rey Alfonso XIII la silbaba al afeitarse.
-Banderita, tú eres roja ...
El principio era la única parte de la canción
que el joven Piqué pronunciaba, las únicas cuatro palabras de aquella letra que
le emocionaban, pues de una manera bella y azarosa evocaban su actual
militancia en el grupo maoísta Bandera
Roja, aunque ya tenía previsto su paso al PSUC, un partido con más proyección política.
Lo bueno de los partidos de masas es que eran también partidos de votos. Nadie
se explicaba de dónde estaba saliendo tanto comunista desde la muerte de
Franco; pero el revolucionario Piqué a esa cuestión no le concedía importancia.
Consideraba que todos los españoles estaban compartiendo la misma hoja de ruta,
él el primero que aquel comunismo no era sino una pintoresca curva del camino.
Que toda esta gente que en los últimos años se decía de izquierdas lo único que
quería era un televisor en color y un terreno en Mas Altaba (donde acababan de poner
de reclamo publicitario una figura gigante de Heidi, como si aquel desmonte
fueran los Alpes) o en cualquier otra urbanización de la comarca de la Selva.
El PSUC era un partido de masas, sí, pero eso no iba a ninguna parte. Las masas
habían pasado de moda desde tiempos de Ortega y Gasset. Estaban
sociológicamente muertas. Ahora lo que se imponía en la calle era la gente. Lo
que tenía futuro no era un partido de masas sino un partido de la gente, de las
personas, un partido popular. Sin embargo, Piqué aún era joven y no tenía
prisa. Confiaba en el destino como un bucle universal, como un coche de línea
regular para el que ya tenía billete.
GRAFFITI
Del Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato
Como en otras ocasiones, la
nerviosidad me produjo un urgente deseo de ir al baño. Entré en la Antigua
Perla del Once y me dirigí al excusado. Es curioso que en este país el único
lugar donde se habla de Damas y Caballeros sea el lugar donde invariablemente
dejan de serlo. A veces pienso que es una de las tantas formas del irónico descreimiento
argentmo. Mientras me acomodaba en el infecto cuartucho, confirmando mi vieja
teoría de que el cuarto de baño es el único sitio filosófico que va quedando
c:n estado puro, empecé a descifrar las enmarañadas inscripciones. Sobre d
inevitable y básico VJVA PERÓN alguien había tachado violentamente la palabra VIVA
y la había reemplazado por MUERA, palabra que a su turno había sido tachada y
reemplazada por un nuevo VIVA, nieto del
primigenio, y así alternativamente, en forma de: pagoda, o más bien de un temblequeante edificio en construcción. A
izquierda y derecha, arriba y abajo, con flechas indicadoras y signos de
admiración o dibujos alusivos, aquella expresión original aparecía exornada,
enriquecida y comentada (como por una raza de violentos y pornográficos exégetas) con comentarios diversos sobre la
madre de Perón, .sobre las características sociales y anatómicas de Eva Duarte;
sobre lo que haría el comentarista desconocido y defecante si tuviera la dicha de encontrarse con ella en
una cama, en el sillón o hasta en el propio baño de la Antigua Perla del Once.
Frases y expresiones de deseos que a su vez eran tachados parcial o totalmente,
obliterados, tergiversados o
enriquecidos por la inclusión de un adverbio perverso o celebratorio,
incrementados o atenuados por la intervención de un adjetivo; con lápices y
tizas de diversos colores; con dibujos ilustrativos que parecían haber sido
ejecutados por un profesor Testut borracho y baboso. Y en diferentes lugares
libres, abajo o al costado, a veces (como en el caso de los avisos importantes de
los diarios) con marcos orlados, con diversos tipos de letra (ansioso o
lánguido, esperanzado o cínico, empecinado o frívolo, caligráfico o grotesco),
pedidos y ofrecimientos de teléfonos para hombres que tuvieran tales y cuales
atributos, que estuvieran dispuestos a realizar tales o cuales combinaciones o
hazañas, artificios o fantasías, atrocidades masoquistas o sádicas.
Ofrecimientos y pedidos que a su vez eran modificados por comentarios irónicos
o insultantes, agresivos o humorísticos de terceras personas que por algún
motivo no estaban dispuestas a intervenir en la combinación precisa, pero que,
en algún sentido {y sus comentarios así lo probaban) también deseaban
participar, y participaban, de aquella magia lasciva y alucinante. Y m medio de
aquel caos, con flechas indicadoras, la respuesta anhelante y esperanzada de
alguien que indicaba cómo y cuándo esperaría al Príncipe Cacográfico y Anal, a
veces con una acotación tierna y al parecer inadecuada para aquel noticioso de
acusado: ESTARE CON UNA FLOR EN LA MANO,
"El reverso del mundo",
pensé.
Como en las página~ policiales,
ahí parecía revelarse la verdad última de la raza. ·
"El amor y los
excrementos", pensé.
Y mientras me abrochaba, también
pensé: Damas y Caballeros
SOBRE EL NIHILISMO
De Padres e hijos de Turgeniev,
p. 40 (El Cobre)
-Es nihilista -repitió Arkadi.
-Nihilista -balbució Nikolái-.
Eso viene del latín nihil, "nada", por cuanto puedo juzgar; entonces, esta
palabra define a un hombre que ... ¿que no reconoce nada?
-Di mejor: que no respeta nada
-se apresuró a decir Pável, y de nuevo se ocupó de la mantequilla.
-Que lo considera todo desde el
punto de vista crítico -puntualizó Arkadi.
-¿Y no es lo mismo? -preguntó
Pável Pietróvich.
-No, no es lo mismo. El nihilista
es un hombre que no se doblega ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio
como artículo de fe, por grande que sea el respeto que se dé a ese principio.
-Y qué, ¿eso está bien?
-interrumpió Pável.
-Según para quién, tiíto. Para
unos es muy bueno y para otros resulta muy malo.
-Vaya. Bueno, según veo, esto no
va con nosotros. Nosotros somos gente chapada a la antigua; nosotros
considerarnos que sin principios -Pável Pietróvich pronunciaba esta palabra de
un modo suave, al estilo francés; Arkadi, por el contrario, decía «principios»
acentuando la primera sílaba, sin principios, tomados, como tú dices, como
artículos de fe, no podemos dar un paso ni respirar. Vous avez changé tout cela,
• que Dios os dé salud y el grado de general, y nosotros nos regocijaremos,
señores ... ¿Cómo has dicho?
-Nihilistas -exclamó vocalizando
Arkadi.
-Sí. Antes eran los hegelianos y ahora los nihilistas. Ya
veremos de qué forma vais a existir en el vacío, en el espacio sin aire. Y
ahora, por favor, hermano Nikolái, llama, porque ya es hora de que torne mi
cacao.
ESCUELA FILOSOFICA DE TLON
De Kassel no invita a la lógica
de Enrique Vila-Matas, p. 75-76
Fue entonces cuando, para
sentirme más en Alemania, comencé a simular -sólo ante mí, por supuesto que sentía
cierta nostalgia de las estrelladas noches del país al que había ido a parar,
de los profundos azules del muy tenso cielo germano, de la suavemente curvada hoz
de la luna aria y del oscuro susurro de los pinos de todos los bosques del gran
terruño.
La luna no es aria, me corregí
inmediatamente. Y luego me dije que se habían embrollado demasiadas cosas en mi
cabeza y estaba haciendo su aparición, de la forma más alarmante, todo el
cansancio del día.
Empezaba a estar realmente
agotado y a ese paso podían acabar apareciendo embrollos aún mayores en mi mente.
En Barcelona me había levantado tempranísimo para subir al avión de Frankfurt,
y a lo largo del día había ido acumulando la fatiga del viaje aéreo y del largo
incidente croata y otras penalidades.
Además, no quería molestar más a Boston, a la que parecían haber obligado a llevar
a cabo aquellos elementales actos de bienvenida y de cortesía conmigo, pero a
la que, tal como ella misma me había ido
medio insinuando, esperaban cuanto antes en la oficina central, donde había
dejado pendientes multitud de asuntos de trabajo.
Era la hora, pues, de comenzar a
despedirme de ella y dedicarme a montar la «cabaña para pensar» en mi cuarto del
Hessenland. Ya pronto atardecería y, además, creía sentir cómo la fatiga
avanzaba en mi propio cuerpo. De ahí que sólo pudiera ser falso aquel brillo de
luz veraniega en la cristalera de los
almacenes, aquel brillo que había entrevisto hacía un momento y que, poseído ya
por la inminente aparición de la angustia, me había recordado a los filósofos
de la escuela de Tlon que declararon que, por si los mortales aún todavía no lo
sabíamos, era conveniente que supiéramos que ya había transcurrido todo el tiempo
del mundo y nuestra vida apenas era el recuerdo o reflejo crepuscular, sin duda
falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.
FAULKNERIANA
De Luz de agosto de W Faulkner (Círculo), p.131
La memoria cree antes de que el
conocimiento recuerde. Cree mucho más tiempo que recuerda, mucho más tiempo del
que tarda el conocimiento en preguntarse. Conoce, recuerda, cree un pasillo en
un largo edificio frío, arruinado, lleno de ecos, un largo edificio de
ladrillos de un rojo sombrío manchados por la lluvia de más chimeneas que las
suyas, construido sobre una especie de aglomerado de carbonillas sin una brizna
de hierba, rodeado de fábricas humeantes y ceñido por una cerca de alambre de
tres metros de altura, como una penitenciaría
o un jardín zoológico. Y, allí dentro, con un piar infantil de gorriones, unos
huérfanos uniformemente vestidos con tela azul surgen en visiones locas y
furtivas, desaparecen, después, de la memoria, pero quedan constantemente en el
conocimiento, tan constantemente como las paredes frías, las ventanas frías
donde la lluvia de carbón de las chimeneas vecinas corre en regueros de
lágrimas negras.
INCIPIT 398. INFORME SOBREE CIEGOS / ERNESTO SABATO
¿Cuándo empezó esto que ahora va
a terminar con mi asesinato? Esta falsa lucidez que ahora tengo es como un faro
y puedo aprovechar un intensísimo haz hacia vastas regiones de mi memoria: veo caras, ratas en un granero,
calles de Buenos Aires o Argel, prostitutas y marineros; muevo el haz y veo
cosas más lejanas: una fuente: en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y
ojos que pincho con un clavo. Tal vez ahí, pero quién sabe: puede ser mucho más
atrás, en épocas que ahora no recuerdo, en períodos remotísimos de mi primera
infancia. No sé.¿ Qué importa, además?
Recuerdo perfectamente:, en
cambio, los comienzos de mi
investigación sistemática (la otra, la inconsciente, acaso la más profunda, ¿cómo
puedo saberlo?). Fue un día de verano del año 1947, al pasar frente a la Plaza
Mayo, por la calle San Martín, en la vereda de la Municipalidad. Yo venía
abstraído, cuando de pronto oí una campanilla, una campanilla como de alguien
que quisiera despertarme de un sueño milenario. Y o caminaba, mientras oía la
campanilla que intentaba penetrar en los estratos más profundos de mi
conciencia: la oía pero no la escuchaba. Hasta que de pronto aquel sonido tenue
pero penetrante y obsesivo pareció tocar alguna vena sensible de mi yo, algunos
de esos lugares en que la piel del yo es
finísima y de: sensibilidad anormal: y desperté sobresaltado, como ante un
peligro repentino, como si en la oscuridad hubiese: tocado con mis manos la piel
helada de un reptil, Delante de mí, enigmática y dura, observándome con toda su
cara, vi a la ciega que allí vende: baratijas. Había cesado de tocar su
campanilla; como si sólo la hubiese movido para mí para despertarme de mi
insensato sueño, para advertir que mi existencia anterior había terminado como una
estúpida etapa preparatoria, y que: ahora debía enfrentarme con la realidad
INCIPIT 397. EL ABRIGO DE PROUST / LORENZA FOSCHINI
La belleza siempre es rara. Charles Baudelaire
Extraen la caja de cartón. La
bajan con cuidado, pero con cierto desapego, como si no les correspondiera a ellos
exhumar objetos tan humildes. Estoy allí de pie, en medio de ese enorme cuarto
iluminado con lámparas de neón, como un pariente a quien convocan para
reconocer el cadáver de un ser querido.
Apoyan la caja encima de la mesa,
en el centro de la habitación, levantan la tapa y, de pronto, el olor a
alcanfor y a naftalina invade el ambiente. En un abrir y cerrar de ojos, monsieur
Bruson y su ayudante se cubren con delantales blancos: dos fantasmas que
gesticulan, los brazos levantados, agitando inmaculadas hojas de papel de seda.
Me acerco lentamente a la mesa, a pequeños pasos, sonriendo incómoda. Y allí,
delante de mí, está el abrigo. Acomodado al fondo de la caja, apoyado
delicadamente encima de una gran hoja de papel como sobre un sudario,
TODOS LOS GALLEGOS SON MENTIROSOS (AN Feijoo)
De Una temporada con Lacan, de
Pierre Rey, p.139
Un mentiroso dice: «Miento.»
Al decir «miento» dice la verdad.
Y si la dice ya no miente. En
estas condiciones sigue mintiendo, pero si miente es porque dice la verdad
contestando ser un mentiroso.
Por consiguiente, diciendo la
verdad cuando reconoce mentir, vuelve a ser mentiroso al asegurar que miente. Conclusión: se puede mentir porque se dice la
verdad, y a la inversa, decir la verdad
cuando se miente.
Ejemplo arquetípico de callejón
sin salida de la lógica en el que el “logos”
se da la vuelta como un guante para jugar con el sujeto el juego mortal del
«mÍ» en el que se aliena el “ yo”.
¿Cuándo interfiere en el discurso
la falsa moneda del lenguaje, en el que, por ser reversibles, se insinúan los sentidos
contrarios del sentido, el sujeto de qué?
¿De la verdad? ¿De la mentira?
Al decirme cuando nos conocimos
que tenía una amiga en el periódico en el que yo trabajaba -lo cual era faJso,
Lacan sólo me había mentido para provocar así un efecto de verdad: saber si yo
era un mentiroso. En cambio, por la misma naturaleza de su contenido y que su
continente, como toda mentira no es más que el punto focal del lugar donde la
verdad se manifiesta, mentirle por mi parte hubiese equivalido cuando yo resistía
a que se desvelara demasiado aprisa lo
que yo no estaba dispuesto a oír. Dicho de otra forma, sólo podía mentirme a mí
mismo diciendo la verdad, pues “ la verdad” no era más que una defensa
suplementaria para reprimir las revelaciones prematuras que yo hubiese podido
arrancar a mi inconsciente.
¿AMIGOS PARA SIEMPRE?
De Lo que mueve el mundo de K Uribe, p.84
Las rupturas no llegan de
repente, acostumbran a ser consecuencia de una herida que lleva tiempo abierta.
Como en los terremotos, las capas interiores de la tierra presionan en
silencio, una contra otra, hasta que, en un momento dado, desgarran la corteza
terrestre. La razón de la ruptura, la causa más profunda, tampoco solemos verla
con claridad hasta que ha pasado un tiempo. Y pocas veces suele ser única -un
solo desencuentro, una sola riña- la razón que provoca todo ese terremoto.
Además, con el paso del tiempo, aquella razón que tanto nos ofendió se va
difuminando, va perdiendo sus aristas, igual que las figuras de las portadas
góticas, y ya no nos hace sufrir tanto.
Los amigos no se enfadan de
repente; por el contrario, la vida de cada cual tira hacia uno y otro lado, y
son esas fuerzas las que desgarran la amistad, como una tela vieja cuando tiramos
de ella. Y uno piensa cómo es posible que personas que en un tiempo estuvieron
tan cerca estén luego tan lejos; que las mismas personas que una vez se
llevaron tan bien luego reaccionen con amargura, con rabia despiadada, como el
peor de los amantes.
EL VINCULO FAMILIAR COMO ESTADÍO DE LA CONSTRUCCION DEL YO NUBIL
De El abrigo de Proust de Lorenza
Fochini, p. 67
Quizá mi hermano ... Para Marcel,
el principal sospechoso de la delación a la madre era Roben, su hermano menor,
de quince años, tan distinto de él, un chico deportista, apasionado de las
matemáticas, reacio a la lectura, digno hijo de su padre. Podía haberlo hecho
incluso sin malicia, de buena fe.
Por cierto que la familia
comenzaba a intuir a estas alturas cuáles eran las verdaderas inclinaciones de
Marcel, pero, como en todo ambiente burgués de la época, de eso no se hablaba.
Y por lo que sabemos, no se hablaría nunca. Pero se sabía.
En La prisionera, Proust escribe:
En ciertas familias de
mentirosos, un hermano que va a visitar a un hermano sin razón aparente y ya en
la puerta, cuando está por irse, le pide incidentalmente una información que
después parece ni siquiera escuchar, le hace entender así que esa información
era la verdadera finalidad de la visita, ya que el otro conoce muy bien
esos modales distantes que él se
gasta, esas palabras dichas como ente paréntesis, en el último momento, porque,
a menudo, los empleó él mismo, a su vez. Y hay también familias patológicas, sensibilidades emparentadas,
temperamentos fraternos, iniciados m esta tácita lengua por medio de la cual,
en familia, uno se entiende sin hablarse.
PERROS
De Aguila de blasón de Valle-Inclán, p. 83
LA CURANDERA.-De todos los
animales, solamente los canes tienen saludable la saliva. Cuando Nuestro Señor Jesucristo
andaba por el mundo, sucedió que cierto día, después de una jornada muy larga
por caminos de monte, se le abrieron en los pies las heridas del clavo de la
cruz. A un lado del camino estaba el palacio de un rico, que se llamaba
Centurión. Nuestro Señor pidió allí una sed de agua, y el rico, como era
gentil, que viene a ser talmente como moro, mandó a unos criados negros que le echasen
los perros, y él lo miraba desde su balcón holgándose con las mozas que tenía. Pero los canes,
lejos de morder, lamieron los divinos pies, poniendo un gran frescor en las
heridas. Nuestro Señor entonces los bendijo, y por eso denantes vos decía que
entre cuantos animales hay en el mundo los solos que tienen en la lengua virtud
de curar son los canes. Los demás: Lobos, jabalises, lagartos, todos
emponzoñan.
UN Mozo.-¿Los lobos también?
LA CURANDERA.-Los lobos, al que
muerden le infundensu ser bravío. Solamente los canes tienen la bendición de
Dios Nuestro Señor.
LIBERATA.-¡Pues maldecidos sean
sus dientes! Tengo atarazadas las piernas, que no puedo moverme.
LA CURANDERA.-Si conforme eran
sabuesos fuesen lobicanes, inda su dentallada sería peor. Como son los
lobicanes hijos de cadela y lobo no tienen en su saliva ni saña ni virtud.
SOBRE EL AMOR EN PROUST
De Por el camino de Swann de
Marcel Proust, p.323
No era de esas personas que, por
pereza o por resignado sentimiento de la obligación que crea la grandeza social
de estarse siempre amarrado a cierta orilla, se abstienen de los placeres que
les ofrece la vida fuera de la posición social en que viven confinados hasta su
muerte y acaban por contentarse cuando se acostumbran, y a falta de cosa mejor,
con llamar placeres a las mediocres diversiones y los aburrimientos soportables
que esa vida encierra. Swann no hacía porque le parecieran bonitas las mujeres
con que pasaba el tiempo, sino que hada por pasar el tiempo con las mujeres que
le habían parecido bonitas. Y muchas veces eran mujeres de belleza bastante
vulgar: porque las cualidades físicas que buscaba estaban, sin darse cuenta él,
en oposición completa con las que admiraba en los tipos de mujer de sus
pintores o escultores favoritos. La profundidad y la melancolía de expresión
eran un jarro de agua para su sensualidad,
que despertaba, en cambio, ante una carne sana, abundante y rosada.
Si en un viaje se encontraba con
una familia con la que habría sido más elegante no trabar relación, pero en la
que alguna mujer se le aparecía revestida de un encanto nuevo, guardar el
decoro, engañar el deseo que ella inspiró, sustituir con un placer distinto el
que habría podido sacar de esa mujer escribiendo a una antigua querida suya
para que fuera a reunirsele, le hubiera parecido una abdicación tan cobarde ante
la vida, una renuncia tan estúpida a un placer nuevo. como si en vez de viajar
se estuviera encerrado en su cuarto viendo vistas de París.
FAULKNERIANA
De Cartas escogidas de WFaulkner, p.12
Mi ambición, como persona reservada
que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más
restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido
suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos
isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los
esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis
exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió.
SOBRE LA QUEJA Y EL RENCOR
De Masa y poder de Ellas Canettl
Lo más estúpido son las quejas.
Siempre hay alguien por quien sentimos rencor. Siempre hay uno u otro que se
nos acerca demasiado. Siempre éste o aquél ha sido injusto con nosotros. ¿Por qué todo
esto? ¿Qué significado tiene y por qué no estamos dispuestos a aceptarlo? Esta
mezquina absurdidad nos ronda en la cabeza, mezquina porque nos concierne sólo
a nosotros mismos, de hecho a la parte más ínfima de nuestra propia persona, la
frontera siempre artificial. Con estas quejas se va llenando la vida como si
fueran palabras cargadas de sabiduría. Proliferan como sabandijas, se
multiplican más rápidamente que los piojos. Con ellas nos quedamos dormidos y
con ellas nos despertamos; la "vida práctica" de los hombres no está
hecha de otra cosa.
EL ULTIMO WITTGENSTEIN
De En cuerpo y en lo otro de
DFWallace, p. 113-114
El último Wittgenstein está lleno
de grandes ejemplos de cómo las personas están sucumbiendo continuamente al
«embrujo » metafisico del lenguaje ordinario. Perdiéndose en él. Por ejemplo,
las locuciones como «el flujo del tiempo» crean una especie de fantasma de UHF
ontológico, nos seducen para que de alguna manera veamos el tiempo como si
fuera un río, que no solo «fluye» sino que lo hace de forma externa a nosotros,
externa a las cosas y a los cambios de los que en realidad el tiempo no es más
que una medida. O bien los predicados ordinarios “juego” y “reglas”, cuando se
yuxtaponen simultáneamente a, por ejemplo, la taba, el gin rummy, el béisbol para
aficionados y las Olimpiadas, nos engañan para que caigamos en un ilusorio
universalismo platónico según el cual hay cierto rasgo trascendentalmente existente común a todos los miembros de las
extensiones de “juego” o “regla”, en virtud del cual cada miembro es un “juego”
o una “regla”, en lugar de ser esa red fluida de «parecidos familiares» que,
para Wittgenstein, justifica a la perfección el que se adjudiquen predicados en
apariencia unívocos para calificar algo que no viene a ser más que un tipo de
conducta humana, y no, en cambio, ninguna clase de cartografia trascendente de
la realidad. Hacia el final de su vida, Wittgenstein concebía la actividad cerebral
humana significativa (es decir, la filosofia) precisa y estrictamente como «una
batalla contra el embrujo que ejerce el lenguaje sobre nuestra inteligencia» Y
Las IF sostienen que las personas deben vivir o por lo menos viven en una especie de sueño lingüístico,
inundado de lenguaje ordinario y enredado en él y la engañosa
«metafisica>> que el uso lingüístico y la comunicación entre personas
impone ... o se cobra.
Todo este resumen que acabo de
hacer es bastante tosco.
TEORIA DE LAS CATASTROFES
De Catalanes todos de Javier Pérez Andújar, p.166-167
La tarde del 24 de septiembre de
1962, festividad de la Virgen de la Merced, protectora de Barcelona, empezó a
caer agua de forma sobrehumana. Siguió lloviendo despiadadamente durante toda
la noche sobre la ciudad y sobre los pueblos vecinos como hada décadas que no
se veía. El agua reclamó su privilegio de paso y entonces los arroyos secos se
llenaron de corrientes impetuosas y los ríos crecieron y se salieron de sus
cauces. Se convirtió el río Besós en una sedienta, insaciable lengua que recorría
puerta por puerta las barracas de todos aquellos desgraciados que no habían
tenido más remedio que vivir en sus orillas, mientras las clases altas se
estaban forrando con la especulación del suelo y de la vivienda. Camino del
mar, aquella riada se llevaba cuanto encontraba de por medio. Chabolas,
barracas, casetas ... Todo tipo de vivienda y lo que estas guardaban en su interior.
Muebles, maletas, ropas, peines, sartenes, fotos de la familia, recuerdos del
pueblo. Se veía gente muerta arrastrada por el río. También vacas y cabras
ahogándose en la corriente. Camas como barcas a la deriva. Murieron más de
setecientas personas a lo largo de aquella noche. De perdidos al río. Los
pobres no tienen más patrimonio que los refranes. Los primeros en hacer correr
la noticia del desastre fueron los radioaficionados. Parece que a España
siempre la hayan salvado los aficionados.
Después de escuchar misa, un
toque de clarín anunció a las 9.47 del martes 3 de octubre la presencia, en la
puerta principal del Palacio de Pedralbes, del Rolls-Royce en el que
recorrerían las enfangadas zonas de la catástrofe S.E. el Jefe de Estado, el
Generalísimo Franco, y el vicepresidente
de gobierno Agustín Muñoz Grandes. Les seguía una infinita caravana de relucientes vehículos oficiales. Prácticamente
todo el Consejo de Ministros: el ministro de la Presidencia, almirante Carrero
Blanco, que sabía mucho de las cosas del agua; Jorge Vigón, ministro de Obras Públicas
y juanista empedernido en un país de donjuanes; José Solís Ruiz, ministro
secretario general del Movimiento, a quien llamaban «la sonrisa del Régimen))
en un régimen que ya había empezado a exportar sonrisas a través del cantante
Raphael, el tenista Manolo Santana y el matador el Cordobés; Manuel Fraga Iribarne,
ese hombre; Gregario López-Bravo, ministro de Industria y supernumerario del
Opus Dei como un superhéroe de la Marvel; Alberto Ullastres, ministro de
Comercio y también del Opus Dei ... La imponente comitiva de estas autoridades
iba seguida por los automóviles del capitán general de Cataluña Luis de Lamo
Peris (especialista en declararles consejos de guerra a todo tipo de
anarquistas y comunistas catalanes); el presidente de la Diputación de
Barcelona, Joaquín Buxó de Abaigar, marqués de Castell-Florite; el diputado
provincial José Luis Bruna de Quixano (que ya en democracia sería condenado a
más de veinte años de cárcel por malversación de caudales públicos en la Zona
Franca), y el director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez (autor del
ensayo Libertad de prensa y soberanía informativa). Partió la larga caravana
del franquismo hacia la zona afectada con la misma expectación que irían las
familias en coche los domingos a ver. Las fieras en cautividad de Río León
Safari.
-Montano, conduce despacio. Que
se nos vea bien.
-A la orden, Su Excelencia.
-Escucha una cosa, Montano.
-Usted dirá, Su Excelencia.
-¿Tu familia vive aún en
Alcantarilla?
Montano miró por el retrovisor al
Caudillo con los ojos húmedos de emoción, y levantó su labio leporino en
muestra de gratitud.
-Ahí seguimos, gracias a Dios.
-Pues hacéis muy bien. No sabéis
lo que tenéis. Fíjate qué les ha pasado a estos desgraciados por falta de
alcantarillas.
Aquella mañana, el Caudillo y su
impresionante séquito visitaron las localidades de San Adrián del Besós,
Moneada, Ripollet y Sabadell; y por la tarde estuvieron en Molins de Rey,
Papiol, Rubí, Les Fonts y Tarrasa.
-Qué bonitos son todos los
pueblos de España, ¿verdad, Montano?
-Unos más y otros menos, Su
Excelencia.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta
Barcelona? Ay, cómo sois los españoles. Solo os gusta vuestro pueblo.
FREUDIANA
De Conversaciones con Billy
Wilder, p. 180-181
Cameron Crowe. Cuando era
periodista en Berlín, de joven, entrevistó a Freud. ¿Cómo era la atmósfera que
le rodeaba?
Billy Wilder. No le entrevisté.
Me echó antes de poder abrir la boca. Fui a Berggasse, número 19, donde vivía:
la calle de la Montaña. Era un barrio de clase media. Fui allí con una única
arma, mi tarjeta de visita como periodista de Die Stunde. Era un reportaje para
el número de Navidad: «¿Qué opina del nuevo movimiento político en Italia? ».
Mussolini era un nombre nuevo. Corría el año 1925, 1926, y para mí era nuevo.
Así que me documenté sobre él. Freud odiaba a los periodistas, les despreciaba;
todos se reían de él.
En aquella época, no conocía a
ningún austriaco que se hubiera psicoanalizado. No conocía a nadie que se hubiera
psicoanalizado. Era una especie de cosa secreta. Llamé al timbre, y la doncella
abrió y me dijo: «El profesor, Herr Professor, está comiendo». Le respondí: Esperaré.
Así que me quedé allí sentado. En Europa, en Centroeuropa, los médicos usan sus
pisos como consultas. Combinan consulta y vivienda. Algunas consultas están
dentro de los hospitales. Pero en el caso del profesor, el salón era la
recepción y, a través de la puerta que daba a su estudio, se veía el diván. Era
muy pequeño, más o menos del tamaño de esto. (Indica un banco pequeño.) Con
alfombras turcas, lleno de alfombras turcas, una sobre otra. Y tenía una colección de arte africano y precolombino, en
aquellos años, 1925 o 1926. Me llamó la atención lo pequeño que era el diván.
(Hace una pausa.) Todas sus teorías se basaban en el análisis de personas muy
bajas. (Me observa, satisfecho: un chiste bien colocado y una risa ganada
merecidamente.)
Estaba sentado en una silla. La
silla era una minucia detrás del cabecero del diván. Alzo la vista, y allí está
Freud. Un hombre diminuto. Tenía una servilleta atada [alrededor del cuello],
una cosa blanca, porque se había levantado a mitad de comer, y preguntó:
«¿Periodista?». Respondí: «Sí, tengo
unas cuantas preguntas». Replicó: «Ahí está la puerta». Me echó.
Fue el momento culminante de mi
carrera. Porque me han preguntado sobre ello, han viajado para preguntarme todos
los detalles, para que les diga exactamente qué pasó. Y eso es todo lo que
pasó. Un mero «ahí está la puerta». Le dije: «Gracias». (Se encoge de hombros.)
En cualquier caso, es mejor que asistir a una cena de estado ofrecida por Sadam
Husein.
INCIPIT 396. UN AMOR DE SWANN / MARCEL PROUST
Para formar parte del «cogollito»,
del «grupito», del «pequeño clan» de los Verdurin, bastaba una condición que
también era indispensable: había que prestar adhesión tácita a un Credo, uno de
cuyos artículos era que el joven pianista protegido aquel año por Mme. Verdurin
y del que ella decía: «¡No debería estar permitido saber tocar a Wagner así!»,
«se cargaba» de un golpe a Planté y a Rubinstein, y que el doctor Cottard tenía
más diagnóstico que Potain. Toda «nueva recluta» a quien los Verdurin no
lograran convencer de que las veladas con gente que no iba a las suyas eran
aburridas como la lluvia, se veía inmediatamente excluida. Como en este punto
las mujeres eran más reacias que los hombres a renunciar a toda curiosidad
mundana y al deseo de informarse por sí mismas del atractivo de los de-más
salones, y como los Verdurin, temiendo por otra parte que ese espíritu
inquisitivo y ese demonio de frivolidad podía, por contagio, resultar fatal
para la ortodoxia de la pequeña iglesia, se habían visto obligados a eliminar
uno tras a otro a todos los «fieles» del sexo femenino.
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