El movimiento del cuerpo a través del espacio, Lionel Shriver, p. 250
La Iglesia del ejercicio físico
proporcionaba claridad. Es decir, establecía un inequívoco conjunto de virtudes
-esfuerzo, agotamiento, desprecio del dolor, desafío de los límites percibidos,
cualquier distancia más larga que la anterior, cualquier ritmo más rápido- que
despejaba toda posible confusión sobre lo que se consideraba un uso productivo
del día. También definía el mal: la pereza. Y, más que nada, a propósito del
testimonio de Remington sobre los poderes curativos de un mejor ritmo cardiaco
para el Parkinson, el insomnio, la diabetes, la demencia senil y la depresión,
solo con el ejercicio se podía prevenir la enfermedad, la degeneración y el
deterioro mental. Así pues, elevada a la enésima potencia, la Iglesia del ejercicio
físico prometía no solo el final de todo envejecimiento y de todos los
achaques, sino también su revocación, la vida eterna.
Era el timo más viejo del mundo.
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