Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 239
Después de proponer la iglesia y
de negociar el tema del sermón con el pastor (Ezequiel y los huesos en lugar de
lo que Deaver llamaba los “cristianos renacidos”, presumiblemente el
renacimiento cristiano) por fin acordó que los Reagan asistirían al servicio
dominical de las once de la mañana, «Lo que no nos dijeron -escribe Deaver-, y
yo tampoco preví, fue que el servicio de las once incluiría una comunión», un
ritual que él explicó que les resultaba completamente extraño a los Reagan»,
Describe «miradas nerviosas” y «susurros ligeramente frenéticos” sobre qué hacer, puesto que la experiencia que tenían los Reagan era
con la iglesia presbiteriana de Bel Air, «una iglesia protestante como era
debido donde se pasaban bandejas con vasitos de zumo de uva y cuadraditos de
pan». Por fin llegó el momento, y « ... en mitad del pasillo sentí que Nancy me
agarraba del brazo ... "¡Mike!",me dijo entre dientes, "¿toda
esa gente está bebiendo de la misma copa?"».
Llegado este punto, el incidente
empieza a parecer un episodio de I Lave Lucy. Deaver le asegura a la señora
Reagan que es aceptable limitarse a mojar la hostia en el cáliz. La señora
Reagan se arriesga a hacer eso, pero de alguna manera se las apaña para que se
le caiga la hostia en el vino. Ronald Reagan, interpretando en esos momentos a
Ricky Ricardo, está demasiado sordo para oír las instrucciones que le ha
susurrado Deaver, y además su mujer le ha ordenado: «Haz lo mismo que yo». De
manera que él también tira la hostia dentro del vino, donde se queda flotando
junto a la de la señora Reagan. «Para Nancy fue un alivio salir de la
iglesia-informa Deaver-. El presidente salió completamente risueño a la luz del
día, satisfecho de que el servicio hubiera ido tan bien.»
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