Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 251
Resultaba un poco iluso pensar
que una Hearst necesitaba hacer algo así para ganar dinero, y sin embargo estas
opiniones reflejaban una insatisfacción más amplia, el convencimiento de que la
Hearst en cuestión no estaba contando toda la historia ni mucho menos, que
estaba «dejando algo fuera», aunque no era fácil definir qué era aquel algo, en
vista de la crónica empecinadamente detallada que daba en Todos mis secretos.
Si «quedan cuestiones sin resolver», tal como pensaba Newsweek, no se trataba
de -,-:Cuestiones del tipo cómo envenenar una bala con cianuro: la forma en que
lo hacía el ESL era perforar la punta de plomo sin llegar al depósito de la
pólvora, rellenar el agujero con un montoncito de cristales de cianuro y por
fin sellarlo con parafina. Si Todos mis secretos «abre más interrogantes de los
que cierra», en opinión de Jane Alpert, no se trataba de interrogantes relativos
a cómo fabricar bombas de fabricación casera: el truco era meter suficiente
pólvora en un trozo de tubería para provocar un estallido fuerte pero dejando
el suficiente oxígeno para la ignición, lo cual era una simple cuestión, en
opinión de Patricia Hearst, de «calcular con precisión la cantidad de pólvora,
la longitud del trozo de tubería y la del cable de tostadora, y no poner el papel
higiénico que tanto le gusta a Teko». «Teko», o Bill Harris, insistía en
rellenar sus bombas con papel higiénico, y cuando una de ellas no explotó
debajo de un coche de policía en el Mission District, reaccionó con «una de sus
peores pataletas». Más adelante muchos periodistas consideraron a Bill y Emily
Harris unos acusados mucho más agradables de lo que Patricia Hearst lo fue nunca,
pero Todos mis secretos no solo los caracterizaba de forma convincente; en
palabras de su autora, como «carentes de encanto” sino que les dedicaba el más
peyorativo de sus adjetivos: «incompetentes”
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