AARONSON Y LA PRIMERA ROTONDA
Aaronson no siempre estuvo
muerto.
De hecho, durante un cierto
periodo, Aaronson fue, sin exagerar, un ser vivo.
Entre los veintisiete y los
treinta años, Aaronson circulaba -como un insecto obcecado- alrededor de una
rotonda.
Todas las mañanas, entre las
siete y las siete y media, se veía a un hombre circundar la rotonda principal
de la ciudad, rotonda en la que desembocaba el sesenta por ciento del tráfico.
A las siete de la mañana, el humo
de los automóviles era menor que al final de la tarde; sin embargo, incluso
así, había humo, metal y, también, la velocidad de algunos automóviles. Y allí,
en medio de todo, jugándose la vida, un hombre daba cientos de vueltas a la
rotonda. Aaronson.
Cualquier hábito, la repetición
de cualquier acto por más absurdo que sea, se asume rápidamente
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