Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

IGUALDAD


Los que sueñanm el sueño dorado, Joan Didion, p. 261

Una razón de que la víctima de aquel caso se pudiera abstraer con tanta facilidad, y de que su situación pudiera representar tan fácilmente a la de la ciudad misma, era que en tanto que víctima de violación la mayoría de las informaciones de prensa seguían sin dar su nombre. Aunque la convención que existe en la prensa inglesa y americana de no dar el nombre de las víctimas de violaciones (los periódicos franceses sí publican el nombre de las víctimas adultas) deriva del deseo comprensible de proteger a la víctima, la justificación de esta protección especial se basa en una serie de presupuestos dudosos, e incluso mágicos. Al proporcionar una protección a las víctimas de violación que no se da a las víctimas de otras clases de ataques, dicha convención presupone que la violación constituye un tipo de profanación que no se da en otras clases de asaltos. Y presupone también que esta profanación es de una naturaleza tal que hay que mantenerla en secreto, que la víctima de violación siente, y sentiría todavía más si se la identificara, una vergüenza y un desprecio por ella misma que son característicos de esta clase de asalto; en otras palabras, que de alguna forma poco clara la propia víctima ha sido responsable del ataque que ha sufrido, que existe un contrato especial entre este tipo concreto de víctima y su asaltante. la convención presupone, finalmente, que la víctima sería, si se revelara este contrato especial, el objeto natural de un interés lascivo; que en el acto de la penetración masculina intervienen  unos misterios tan poderosos que la mujer que es penetrada de a manera (a diferencia, por ejemplo, de aquella otra a la que le aplastan la cara con el ladrillo o le penetran el cerebro con un trozo de tubería) queda marcada de forma permanente, incluso “cambiada» -sobre todo si existe una «diferencia» racial o social perceptible entre la víctima y su asaltante, como pasaba en los relatos del siglo XIX sobre mujeres blancas raptadas por los indios- “arruinada”.


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