Testo yonqui, PB Preciado, p. 156
El feminismo podía haber
promulgado como método anticonceptivo la masturbación técnica obligatoria, la
huelga sexual de las mujeres heterosexuales y fértiles, el lesbianismo masivo,
la ligadura de trompas obligatoria desde la adolescencia, el aborto libre y
gratuito, incluso el infanticidio, si fuera necesario. Un escenario aún más
prometedor: era posible, desde un punto de vista biotecnológico, haber exigido
la administración a todas las mujeres en edad gestante de una microdosis
mensual de testosterona como método al mismo tiempo anticonceptivo y de
regulación política del género. Esta medida hubiera terminado de una vez con la
diferencia sexual y con la hegemonía heterosexual. Eso no significa que las
cis-mujeres (testosteronadas) no seguirían follando con los cis-hombres, sino
que esa práctica no podría continuar siendo interpretada como meramente
heterosexual. No tendría ningún fin reproductivo; además, no sería el encuentro
sexual entre dos personas de sexo opuesto, sino más bien sexo gay con posibilidad
de penetración vaginal. Más aún, el feminismo de posguerra podía haberse
interesado por la gestión del cuerpo de los cis-hombres: haber declarado de
interés nacional la castración, la homosexualidad, el uso obligatorio del
preservativo, la obturación de los canales seminales, la administración generalizada
de una androcura ( que disminuye la producción de testosterona en los
cis-hombres), etc. Había, efectivamente, buenas soluciones, pero el feminismo
liberal hizo un pacto diabólico con el sistema farmacopornográfico.
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