Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 190
Después de la película, las
mujeres, una gran parte de las cuales tiene pinta de haber ascendido por medio
de shocks crónicos a un estado de chifladura esquiva, discuten durante la media
hora ritual los desplazamientos transpolares de sus conocidos y la paz
espiritual que generan las clases de ejercicios, las clases de ballet y el uso
de servilletas de papel en la playa. Entre los acontecimientos de este invierno
que valoran positivamente se encuentran el Virginia Woolf de Quentin Bell, los
acróbatas chinos, las visitas recientes a Los Ángeles de Bianca Jagger y la
apertura en Beverly Hills de una sucursal del BonwitTeller. Los hombres hablan
de cine, de ingresos brutos, de contratos y de lo que la prensa ha dicho de los
actores.
Las veladas terminan antes de la
medianoche. Las parejas se marchan en pareja. De existir infelicidad conyugal,
nadie la mencionará hasta que a una de las partes implicadas la vean almorzando
con un abogado. De existir enfermedad, nadie la admitirá hasta que el paciente
entre en coma terminal. La discreción es sinónimo de «buen gusto», y también es
buena para los negocios, puesto que en el negocio de Hollywood ya existen los
suficientes imponderables sin necesidad de entregarles los dados a unos
jugadores de1nasiado distraídos para concentrarse en la acción. Se trata de una
comunidad cuyos notables excesos excluyen todo lo que tenga que ver con la
carne o el espíritu: el adulterio heterosexual se tolera peor que los
matrimonios homosexuales respetablemente asentados o que los enlaces bien
llevados entre mujeresde mediana edad. «Una bonita relación lésbica es lo más
normal del mundo -recuerdo que insistió Otto Preminger cuando mi marido y yo le
cuestionamos el hecho de que la heroína de la película de Preminger que estábamos
escribiendo hubiera de tener una-. Es muy facil de arreglar y no amenaza el
matrimonio.»
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