El ritmo perdido, Santiago Auserón, p. 47
La electricidad furiosa del punk,
el desenfreno y el aturdimiento, que unos defendían como extrema liberación y otros
denostaban como sometimiento a la facilidad mediática, carente de sensibilidad
musical, me parecía a mí en aquel momento otro cantar: una puesta al desnudo no
ya del cuerpo -sujeto por otro lado con imperdibles- sino del cerebro humano en
estado de shock. Era una especie de desnudez extrema de las ideas, una
metafísica de clase obrera, sin recurso a lo trascendente, lo que se estaba
manifestando bajo el lema del no future. Tenía para mí un valor, más que musical,
filosófico y político, en sentido amplio. A la vez que asumía la negación de
todos los valores como desechos burgueses (del lenguaje estructurado, de
cualquier forma de orden establecido, de la propia anatomía), el punk
representaba la irrupción en el mercado mediático y en la industria del ocio de
los desheredados blancos, como si fueran negros pero sin tierra de origen que
lamentar, por medio de la sonoridad eléctrica en crudo, sin tradición musical
reconocible, puesto que los punkies renegaban para empezar del circo del rock, que
les estaba contratando como enanos. No hay realmente muchas cosas que aprender
del punk, musicalmente hablando, salvo la intensidad de la expresión llevada al
límite, el fraseo que reproduce a veces la entonación coloquial más desquiciada
y urgente, la excesiva distorsión de las guitarras que parecen echar en falta
algo de lubricante para motores, el pulso acelerado compartido como engranaje
humano que se enfrenta a las máquinas en su terreno, con su propio lenguaje,
oponiendo ruido a la ciudad del ruido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario