Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 198
No obstante, su logro más
duradero fue el plan, puesto en marcha en 447 a. C., consistente en emplear
parte de la riqueza que los atenienses habían conseguido gracias a la expansión
de su imperio para financiar la transformación arquitectónica de la Acrópolis,
que albergaba a los dioses de la ciudad y el erario público. Durante las
invasiones de 480, los persas habían arrasado los templos, y los edificios no
se reconstruyeron hasta que se ejecutó el plan de Pericles.
En 432 a. C. se terminó de
construir el nuevo y deslumbrante Partenón, el templo de Atenea, con sus
columnas dóricas y sus frisos y esculturas en el frontón. Las obras las
supervisó el escultor Fidias, autor también de la enorme escultura en oro y
marfil de Atenea Partenos: de más de diez metros de altura, con casco y peto,
la diosa lleva un escudo a un lado y una pequeña estatua de Niké (Victoria) en
la mano derecha. Recubierta con un baño
de oro de más de mil kilos, la Atenea Partenos de Fidias era una de las
estatuas más imponentes que los griegos vieron jamás. En el friso del Partenón,
que recorre toda la superficie externa del templo interior, se ven escenas que
evocan una procesión en honor de la diosa: caballos y jinetes, carros, hombres con instrumentos
musicales, bandejas y jarras de agua, animales sacrificiales, un grupo de diez
hombres importantes (héroes, quizá), dioses sentados y una escena en la que
aparecen un hombre y una mujer adultos, tres niños y una tela plegada. A los
atenienses, el conjunto solo podía evocarles la procesión panatenaica.
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