Héroes, Stephen Fry, p. 343
Sigmund Freud vio en el mito de
Edipo, especialmente, una puesta en práctica de su teoría de que los hijos
pequeños anhelan una relación Íntima y exclusiva con sus madres, incluida una
relación sexual (inconsciente), y que odian a sus padres por interponerse en
esta unión perfecta madre-hijo. La ironía sempiterna es que si hay un hombre
menos sospechoso de tener complejo de Edipo ese es Edipo. Se marchó de Corinto
porque la idea de tener relaciones sexuales con su madre Mérope ( o él creía
que lo era) le resultaba repugnante. Su atracción hacia Yocasta no solo era
adulta (y era absolutamente ignorante del elemento incestuoso), sino que tuvo
lugar tras el asesinato de su padre Layo, que fue accidental, de hecho, y sin
ninguna relación con celos sexuales infantiles de ningún tipo. Nada de esto le
hizo a Freud bajarse del burro.
Aparte del encuentro con la
esfinge, poco tiene que ver Edipo con el desempeño habitual de las figuras
heroicas griegas. Hoy nos impacta como héroe trágico moderno y animal político;
cuesta imaginárselo estrechando la mano a Heracles o uniéndose a la tripulación
del Argo. Muchos académicos y pensadores, de entre ellos destaca Friedrich
Nietzsche en su libro El nacimiento de la tragedia, han visto en Edipo un
personaje que representa en escena la tensión de los atenienses (y de todos
nosotros) entre el ciudadano sensato, matemáticamente culto, y el criminal
sanguinario y transgresor; entre el ser pensante y el innato; entre el superego
y el ello; entre los impulsos apolíneos y dionisíacos que luchan en nuestro
interior. Edipo es un detective que aprovecha todos los campos de investigación
de los que los atenienses tanto se enorgullecían -la lógica, los números, la
retórica, el orden y el descubrimiento- con el único objetivo de revelar una
verdad desordenada, vergonzante, transgresiva y brutal.
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