Desde aquí, en línea recta hacia el sudoeste, podría llegar a mi casa avanzando bajo tierra.
Eso le dije al tipo, asomados a
su balcón, señalando por encima de los tejados en dirección al río. Se lo dije
como argumento comercial, claro, pero al
decirlo me imaginé que de verdad salía de aquel edificio por el sótano y
cruzaba media ciudad bajo tierra: no de lugar seguro en lugar seguro, que ya
sabes que no son tantos todavía, sino deslizándome por otros sótanos, garajes, túneles,
alcantarillas, cuevas enladrilladas, pozos, arroyos entubados, restos
arqueológicos por descubrir y estaciones de metro; en perfecta línea recta,
atravesando sin esfuerzo muros, cimientos, cableado, tierra compactada y raíces
gruesas como quien bucea a ciegas, braceando a ratos y dejándome llevar por una
corriente subterránea y caliente, conteniendo la respiración hasta llegar a
casa agotado. Agotado y feliz, porque aquel era un pensamiento bonito, tal vez
el recuerdo de un sueño.
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