El 26 de septiembre de 1940,
Walter Benjamín subió las escaleras del Hotel Francia en Portbou. Caminó hasta
la habitación número cuatro, dio vuelta a la llave y entró despacio. Estaba
enfermo y cansado de huir de la persecución nazi. Poco antes, un puñado de
guardias civiles apostados en ese pueblo fronterizo le habían impedido seguir
su paso por la ruta Líster.
La negativa de los gendarmes
franquistas bastó para que Benjamín se imaginara deportado y decidiese abortar
su camino a Lisboa. En esa ciudad tenía planeado subir a un barco con destino a
Nueva York, donde le esperaba Theodor Adorno y otros compañeros de la Escuela
de Frankfurt exiliados. Pero le faltaba un permiso que la legislación española
acababa de crear. También le faltaban fuerzas. Hacia las diez de la noche, en
ese pequeño pueblo de los Pirineos, Benjamín ingirió una dosis importante de
morfina y aguardó su muerte.
Gracias a una factura del hotel a
su nombre, sabemos que a Walter Benjamín le cobraron cuatro noches de
habitación, cuatro llamadas telefónicas y cinco refrescos de limón. También una
serie de gastos extras en riguroso y macabro orden de aparición: «farmacia»,
«vestir al difunto», «desinfectar», «lavar colchón», «blanquear». Lo que no
sabemos es el paradero de la maleta negra donde transportaba los documentos que
consideraba más valiosos; además de cartas, revistas y una radiografía, en esa
valija llevaba un manuscrito al que aseguraba cuidar más que su propia vida.
Nadie sabe con certeza de qué texto
se trataba. Se especula con que en la maleta viajaba un manuscrito más acabado de
las Tesis sobre la historia. La versión que conocemos de ese libro no es más
que un compendio de notas escritas al vuelo entre 1939 y 1940. En aquellos
años, el filósofo apuntaba sus reflexiones por todas partes: en su cuaderno, en
papeles sueltos, en los márgenes de los periódicos que leía a su paso. Estos
apuntes sobrevivieron gracias a Hannah Arendt, a quien Benjamín había entregado
una copia mimeografiada en Marsella con la intención de que la hiciera llegar
personalmente a Adorno. Aquella entrega se produjo finalmente en 1941, cuando
Arendt se refugió en Nueva York.
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