En la relación de la destrucción
de la Segunda Guerra Mundial suele omitirse el uso y abuso de los cuerpos de
las mujeres. Se desconoce el número exacto, pero se calcula que pudieron ser
hasta dos millones de mujeres alemanas las que fueron violadas durante la
ocupación de sus ciudades tras los bombardeos aliados. Por los testimonios de
las víctimas supervivientes, sabemos que los edificios en ruinas fueron un escenario
propicio para que cientos de soldados rusos y norteamericanos que patrullaban
las calles perpetraran esos actos de forma sistemática e impune. El hecho de
que el relato oficial suela omitir las violaciones en masa revela que esas
agresiones fueron parte constituyente o natural de las formas de poder y
control social que establecieron los vencedores para someter ya no solo a nivel
físico, sino psicológico y emocional, a las ciudades que tomaban.
En la exposición Errata, la
artista y teórica israelí Ariella Aisha Azoulay realiza una serie de ensayos
que desvelan cómo se legitimó la violencia con la que los aliados pusieron fin
a la Segunda Guerra Mundial. Su ejercicio de archivo demuestra que la
destrucción, el saqueo o la agresión sexual de entonces han sido sostenidos por
una cultura visual cuyo objetivo gira en torno a «enseñar a los ciudadanos a no
ver la violencia imperial y negar cualquier responsabilidad sobre esa
violencia». Desde esta perspectiva, la dificultad para encontrar registro
gráfico o escrito sobre la violación de las mujeres alemanas es consecuencia de
una política de borrado y desmemoria instaurada por los vencedores.
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