El Reino, E. Carrère, p. 160
¿De verdad? ¿Era tan sencillo?
Nos cuesta un poco aceptarlo. Al instante pensamos en un cisma, en una herejía.
Es porque estamos acostumbrados a considerar que todas las religiones son más o
menos totalitarias, mientras que en la Antigüedad no lo eran en absoluto. Sobre este
punto, como sobre muchos otros relativos a la civilización grecorromana, me
remito a Paul Veyne, que no es sólo un gran historiador sino un escritor
maravilloso. Como Renan, me ha acompañado a lo largo de los años dedicados a
escribir este libro, y siempre he disfrutado de su compañía: de su alacridad,
su gracejo, su gusto por el detalle. Pues bien, Paul Veyne dice que los lugares
de culto en el mundo grecorromano eran pequeñas empresas privadas, el templo de
Isis de una ciudad tenía con el templo de Isis de otra la misma relación que,
pongamos, dos panaderías entre sí. Un extranjero podía dedicar un templo a una
divinidad de su país del mismo modo que abriría hoy día un restaurante de
especialidades exóticas. El público decidía si entraba o no. Si aparecía un
competidor, lo peor que podía ocurrir era que se llevase a la clientela, como
le reprochaban a Pablo que hiciera.Ya los judíos se despreocupaban menos de
estas cuestiones, pero fueron los cristianos los que inventaron la centralización
religiosa, con su jerarquía, su Credo válido para todo el mundo, sus sanciones
para quien se aparta del sistema. Esta invención, en la época de que hablamos,
ni siquiera se hallaba todavía en sus balbuceos. Más que a una guerra de
religiones, cuyo simple concepto era incomprensible para los antiguos, lo que
trato de describir se parecía más a un fenómeno que se observa a menudo en las
escuelas de yoga y de artes marciales, y sin duda en otros círculos, pero yo
hablo de lo que conozco. Un alumno adelantado se decide a enseñar y arrastra
con él a una parte de sus condiscípulos. El maestro rezonga, más o menos
abiertamente. Algunos alumnos, con ánimo de concordia, siguen un curso con uno,
otro curso con el otro y dicen que está bien, que los dos se completan. Al fin
y al cabo, la mayoría elige.
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