La victoria, lo sabemos desde
Homero, también puede ser amarga. Pocos hombres encarnan esa ambivalencia como Claude
Eatherly, un piloto texano que participó en el bombardeo a Hiroshima. Aquel 6
de agosto de 1945, el comandante del Straíght Flush tenía como misión
seleccionar el blanco donde sería arrojada una nueva bomba. Eatherly ignoraba los
detalles de la operación, pensaba que se trataba de un ataque convencional y se
limitó á seguir las órdenes. Sobrevoló el objetivo durante cuarenta y cinco
minutos hasta que las condiciones meteorológicas fueron ideales. El punto de
mira era uno de los siete puentes de Hiroshima. El comandante dio las
coordenadas al piloto del Enola Gay, pronunció «go ahead» y se alejó. Poco
después se enteró de que aquella bomba había estallado a seiscientos metros del
suelo, y también que había matado a más de cien mil personas.
Tras conocer el alcance de su
acción, Eatherly se aisló y se hundió en un profundo silencio. En la base
militar de Tinián lo diagnosticaron como un caso más de battle fatigue. Después
de meses de intenso combate, pensaron que era esperable ese cansancio que
alteraba sus nervios. Nada que no pudiera solventarse con los tratamientos
psicológicos de costumbre y la medalla al mérito que iba a otorgarle la Fuerza Aérea.
Se equivocaban. En los meses que siguieron al fin de la guerra, Eatherly fue el
único militar participante en los bombardeos atómicos que se negó a ser
condecorado como héroe.
Se licenció del ejército en 1947
y, tras volver a casa, intentó proseguir su vida. Tenía una esposa, hijos y un
buen trabajo en una empresa petrolera de Houston. Sus días parecían transcurrir
bajo el guión del olvido recetado. Las noches, en cambio, eran un infierno. Una
y otra vez soñaba con los rostros abrasados y desfigurados de los habitantes de
Hiroshima. Al principio intentó sobrellevar el insomnio con pastillas y tragos
de whisky, pero no tardó en caer en una depresión profunda. Fue entonces cuando
comenzó a enviar sobres con dinero a Hiroshima. Cartas en las que solía
declararse culpable y pedir perdón a unos destinatarios que desconocía. Poco
después intentó suicidarse con somníferos en una habitación de un hotel de
Nueva Orleans.Apenas fue rescatado con vida.A raíz de este episodio, ingresó voluntariamente
en un hospital militar de Waco especializado en atender trastornos mentales y-
permaneció allí seis semanas. No experimentó gran mejoría.
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