Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Miguel Ángel Blanco



Tomas Nevinson, Javier Marías, p. 405

En la madrugada del día 13, domingo, murió en ese hospital donostiarra.

Por lo visto los miembros del comando tuvieron prisa, lo cual hizo sospechar que se trataba de 'un secuestro corto' y que, fuera cual fuese la reacción del Gobierno, pensaban ejecutar a su rehén. A las cuatro y diez de la tarde del sábado 12, los terroristas metieron a Miguel Ángel Blanco en el maletero de un coche, un Seat Toledo azul oscuro al parecer, y lo llevaron hasta un descampado de Lasarte-Oria. Irantzu Gallastegui o 'Amaia' se quedó al volante del vehículo, mientras sus compañeros -Gaztelu o 'Txapote' era además su pareja sentimental o sexual- obligaron a su prisionero a caminar una treintena de metros por un sendero. Entonces Geresta Mujika o 'Ttotto' lo forzó a arrodillarse, siempre atado de manos, no recuerdo si por delante o a la espalda, y a las cinco menos diez, cincuenta minutos después de la expiración del plazo dado, Gaztelu o 'Txapote', que ya había matado a sangre fría otras veces a personas desarmadas, le pegó dos tiros con una pistola Beretta de calibre 22 Long Rifle según la sentencia de 1998 en un juicio con los acusados in absentia, todavía no habían sido atrapados. La primera bala le entró más o menos detrás de la oreja derecha. La segunda, o 'de ajusticiamiento', le fue disparada en la nuca y fue la que lo mató.

La rabia, la ira, la frustración por el desenlace de la siniestra cuenta contrarreloj, se apoderaron del país. De nuevo se sucedieron las manifestaciones multitudinarias, tan indignadas como impotentes, en todas las ciudades y pueblos, y nunca ETA fue tan odiada ni tan maldecida, ni siquiera tras los atentados masivos de 1987 en los que de alguna manera que siempre he desconocido había participado Magdalena O rúe O'Dea. Hasta presos de la organización habían pedido, en los días previos, la liberación del concejal. En el propio País Vasco, donde contaba con muchos seguidores y no pocos hinchas de salón, la gente se revolvió contra ella mayoritariamente, boicoteó o dejó de comprar en los negocios y tiendas regentados por simpatizantes suyos, que jamás se habían ocultado, al contrario: habían presumido y se habían beneficiado de su proximidad; y en algunas localidades se intentó asaltar o incendiar las respetadas sedes de Herri Batasuna, el partido que era su brazo político y que hoy se llama de otra forma, sin haber cambiado en absoluto (sólo que ya no hay violencia ni 'lucha armada'). La policía defendió esas sedes, mientras los manifestantes gritaban a los agentes: '¡No los protejáis, que después os matarán!'.


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