Melchor irrumpió en el local y, abriéndose paso entre los clientes, se dirigió a la barra, se sentó en un taburete y pidió un whisky. El camarero lo miró como si fuera un extraterrestre.
-¿Qué haces aquí? -preguntó.
-Tranquilo -contestó Melchor-.
Vengo en son de paz.
-¿En son de paz?
-Eso es. Me vas a poner el
whisky, ¿sí o no?
El camarero tardó en contestar.
-¿Solo o con hielo?
-Solo.
Eran más de las tres de la
madrugada, pero el sitio todavía estaba bastante concurrido. Varias chicas
bailaban desnudas o semidesnudas en la pasarela iluminada que recorría el
centro de la sala principal, acribilladas por luces estroboscópicas, mientras
algunos hombres las observaban con ojos hambrientos; aquí y allá, otras chicas,
solas, en parejas o en grupos, aguardaban la llegada de los últimos clientes. O
el final de la noche. Por los altavoces sonaba Like a Virgin, una vieja canción
de Madonna.
-Si no lo veo, no lo creo -oyó
Melchor a su espalda. Mientras el camarero le servía el whisky, el hombre que acababa
de hablar se sentó en un taburete junto al policía.
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