Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 183
El mejor testigo de ese periodo
fue Esquilo, que combatió contra los persas y escribió la pieza teatral más
antigua de las que han sobrevivido, Los persas (472 a. C.), para celebrar la
victoria griega. Esquilo murió en la década de 450, en la cúspide del poder ateniense,
unos años en que las instituciones políticas fundamentales de la democracia (la
Asamblea, el Consejo y los tribunales) alcanzaron su pleno desarrollo. Sin
embargo, para las primeras dos décadas de la Guerra del Peloponeso, nuestra
mejor ventana contemporánea para asomarnos a la mentalidad ateniense son Tucídides
y los festivales. El capítulo concluye con Sócrates, el enigmático filósofo
estrechamente vinculado a los otros tres atenienses que dejaron constancia del
rumbo desastroso que tomó la ciudad en los últimos años de la guerra, entre 413
y 404 a. C., y su parcial recuperación posterior: el soldado Jenofonte, el comediógrafo
Aristófanes y el filósofo Platón.
Con la revolución de 507 a. C.,
seguida de la resistencia triunfal al imperialismo en 490 y entre 480 y 479, se
sentaron las bases de la cultura cosmopolita e innovadora de la que se nutrió
la receptividad ateniense. Además de las Hístorias de Heródoto, la mejor fuente
sobre esas guerras es la tragedia Los persas (Esquilo, 472 a. C.). En la época
de la revolución democrática, el autor, nacido en 525 a. C., era un joven
impresionable de apenas dieciocho años, hijo de una familia aristocrática que
vivía a poco más de diez kilómetros al oeste de la ciudad, en la zona ribereña
de Eleusis, famosa por su antiguo culto a Deméter. Vino al mundo dos años
después de la muerte del tirano ateniense Pisístrato, durante el gobierno de
sus despóticos hijos, Hipias e Hiparco. Hiparco murió asesinado en 514 a. C., cuando
Eurípides solo tenía once años; según la propaganda democrática ateniense, un
tiranicidio que pasó a simbolizar la liberación del pueblo del despótico hijo
de Pisístrato. A quienes lo mataron, Harmodio y Aristogitón, se les rindió
homenaje con alegres cánticos que se entonaban en las tabernas y un famoso
conjunto de estatuas en un lugar prominente del ágora (la plaza del mercado). A
pesar de todo, siguieron otros siete años de tensión entre los Pisistrátidas y
el pueblo.
Los dirigentes de quienes se
oponían a Hiparco e Hipias fueron los Alcmeónidas, una familia que por
tradición apoyaba a los ciudadanos de las clases bajas y con la que Esquilo se
alió políticamente. Se decía que descendían de Alcmeón, tataranieto de Néstor
de Pilos. El alcmeónida más destacado de su generación fue Clístenes, nacido
hacia 570 a. C. Era hijo del estadista Megacles, pero el linaje de la madre era
aún más importante, pues su abuelo
materno fue Clístenes de Sición, un tirano prominente. Por lo tanto, el joven
tenía credenciales ancestrales como líder y amigo del pueblo a la vez.
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