Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOS BARBAROS


El Cazador Celeste, Roberto Calasso

Según Platón, Egipto y Mesopotarnia reconocieron bastante antes que Grecia cierta verdad acerca de los «dioses del cosmos” -los astros- gracias a la «belleza de sus estados», por la cual el cielo siempre está despejado y brillante. Cosa que no debe desalentarnos, más bien al contrario: “Pero tengamos en cuenta que los griegos han perfeccionado todo lo que han recibido de los bárbaros y lo han elaborado hasta su perfección [télos].» En pocas palabras se dice aquí la diferencia irreductible entre los griegos y cualesquiera otros: el culto y la práctica de la perfección. Los griegos no pretenden haber inventado nada. Son conscientes de ser un pueblo joven, rodeado de civilizaciones sabias “desde hace muchos milenios». Su pretensión es, en todo caso, “que los griegos, con su educación, con el auxilio del oráculo de Delfos y su fidelidad en la observancia de las leyes, tributarán a todos estos dioses un culto realmente más excelente y adecuado que el culto y las tradiciones procedentes de los bárbaros». Pretensión inmensa, que al mismo tiempo ilumina con la máxima claridad la relación de los griegos con todos los bárbaros. Es verdad, allí se los reconocía provistos de doctrinas verdaderas y de origen remoto, pero necesitados de un perfeccionamiento que solo los griegos se consideraban en condiciones de ofrecer. Declaraciones, al mismo tiempo, de extrema humildad y de desenfrenada altanería. Grecia estaba fundada sobre esa combinación, según el viejo Platón -el testimonio más autorizado con que contamos.

Los bárbaros eran, entonces, lo contrario de lo que la palabra ha terminado por significar entre los modernos. No eran pueblos nuevos, rústicos, inarticulados, fuertes. Eran civilizaciones más antiguas que Grecia -sobre todo Egipto, Mesopotarnia y Persia-, que habían alcanzado una sabiduría tan alta como inmóvil. Algo los había fijado y vuelto rígidos. Ahora les tocaba a los griegos cumplir con la inmensa obra que los había precedido, volviéndola más flexible y ágil. Además, simplificándola. Ese fue el genio y el prodigio de los griegos. Nietzsche lo definió así: “La superior naturaleza moral de los griegos se revela en su sentido de totalidad y de simplificación; ellos se contentan al mostrarse como el hombre simplificado, del mismo modo en que nos contenta la vista de los animales.»


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