La segunda película a la que me
quería referir es Elle (Paul Verhoeven). La protagonista es una mujer violada.
La actriz que interpreta el papel es Isabelle Huppert. Tengo mis mitomanías
-reduccionistas, injustas, fetichistas: a veces, frente a la revoltosa Vulvita
Palpita, me invade la apisonadora cosificadora de mi occipucio masculino- y soy
de las que aman a Isabelle Huppert tanto que tiendo a justificar cualquier
producción en la que ella participe. Veo Elle con «Sentido del humor». Un
sentido del humor que, en nuestras sociedades, desaparece a más velocidad que
la selva amazónica. La desaparición se vincula con la falta de pericia para
romper el espejo de la literalidad textual -sobre este asunto hablaremos más
adelante-. Elle es una mujer violada que no al médico, no denuncia, comparte la
experiencia con sus amigos durante una velada como quien comenta otro asunto
cotidiano. Elle se niega a ser víctima, porque Elle es una jefa, pertenece a la
clase dominante, puede con eso y con más. Está conforme con el mundo en el que
vive y valora mucho al hombrecito que da órdenes y cuenta el dinero en el
interior de los occipucios-cajeros automáticos. Está bien así. Asume el
paradigma de la mujer fuerte -la que no puede ser protegida corno una niña, una
discapacitada, una pobre- que querría liderar -Señor, qué verbo- una gran
empresa multinacional de videojuegos. Hablo de memoria, pero esa es la
reminiscencia que Elle dejó en mí. También me obligó a cuestionarme hasta qué
punto negarse a ser victimizada es una forma de suavizar la opresión.
Terciopelo azul y el placer de la cincha. Saber estar, con elegancia y la
manicura perfecta, en el epicentro del patriarcado.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
Elle
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