Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA VIA LACTEA


El Cazador Celeste, Calasso, p. 183

Aunque los héroes eran hijos o descendientes de Zeus y de una mortal, lo cual los acercaba a los dioses, estaban destinados a morir, igual que los hombres. Para volverse inmortales era necesario chupar la leche de Hera, la primera enemiga de las madres de los héroes. Tercera consorte de Zeus, Hera había engendrado a Ares, Hebe e Ilitia -todas ellas habitantes del Olimpo. La leche de Hera era permanente. Podía ser chupada por quien que, de otro modo, estuviera destinado a morir. A cada instante, Hera se encontraba en la condición de las mujeres que acaban de dar a luz. En ese estado, perseguía a las  mujeres parturientas o que estaban a punto de dar a luz, preñadas por el semen de Zeus. No era uno de los secretos menores de la fisiología divina.

En esto pensaba Zeus mientras Hera dormía. Acercó a su seno al pequeño Hércules, ya condenado a sus trabajos. Zeus no quería que un día desapareciera en el Hades. Hércules se agarró a un pezón de Hera y empezó a chupar con ardor, como un amante. Hera se revolvió y lo rechazó. La leche seguía fluyendo, sin embargo, y haciendo un gran arco salpicó el cielo. Las gotas formaban grumos en la bóveda oscura, en una larga cinta desflecada. Otras gotas fueron a dar sobre la tierra, esparcidas entre los campos y los desiertos. Así se formó la Vía Láctea. En la tierra despuntaron los lirios blancos, los mismos que un día el arcángel Gabriel llevaría a María, en el momento de la Anunciación.


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