El Cazador Celeste, Calasso, p. 196
Ovidio arriesga una imprudente
explicación que nada explica acerca del origen de las lupercales, fiesta
antigua y rústica. Unos mil novecientos años más tarde, James Frazer trató de
dar razón de ese rito desconcertante. Según su reconstrucción, jóvenes completamente
desnudos, con excepción de un cinturón de piel, corrían alrededor del perímetro
de la Roma antigua. Con tiras de piel que habían arrancado de las cabras
sacrificadas por los lupercales azotaban a quienquiera que se encontraran, pero
sobre todo a las mujeres, «que ofrecían las manos para recibir los golpes, convencidas
de que era una manera segura de obtener descendencia y un buen parto·. El
relato de Frazer es eufemístico y no dice los detalles que todavía hoy
«permanecen sin explicación», como observó Dumézil: después de haber sacrificado a las cabras, los lupercales
tienen que untarse la frente de sangre con un cuchillo, después otros jóvenes
secan la sangre con un trozo de lana embebido en leche -y «los jóvenes tienen que
reír después de que la sangre haya sido secada”. Esto escribió Plutarco. De esa
sangre y de esa risa obligada nadie ha sabido dar razón. En cuanto a las
mujeres azotadas en las manos, no siempre el rito debía limitarse a esto. En un
mosaico encontrado en Túnez se ve a una mujer levantada por dos jóvenes por las
axilas y las piernas, mientras un Luperco está a punto de azotarla en la parte
inferior del cuerpo, desnudada.
Frazer describió las lupercales
con el mismo tono impasible con el que había descrito los ritos sangrientos de
muchas tribus ignotas. Esas descripciones se yuxtaponen fácilmente. Pero en el
caso de las lupercales era de rigor referirse también a las crónicas de Roma, y
en particular a lo que había sucedido el 15 de febrero del 44 a. C., un mes
antes del asesinato de César y un año antes del nacimiento de Ovidio. Recordaba
que el 15 de febrero era, en Roma, un día especial: «Una vez al año, durante un
día, el equilibro entre el mundo regulado, explorado, acotado, y el mundo
salvaje se rompía: Fauno lo ocupaba todo.”
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